Columna de Joaquín Trujillo: Teo, geo, ego



La historia de Occidente se ha caracterizado por los centros físico-espirituales que han dominado su acontecer. Si bien el listado nada tiene de taxativo, pueden resumirse en tres: el teocentrismo, el geocentrismo y el egocentrismo.

La era en que los seres humanos danzaban en torno a los dioses, con sus distintas peculiaridades, o al único dios, que fue la versión más reciente, no es que haya desaparecido del todo. Sin embargo, perdió su vigencia con la reducción de la multiplicidad de los mismos (en la que algunos denunciaron un monopolio insoportable), la prohibición de los sacrificios humanos que se les rendían, y, más modernamente, el hastío generalizado de la guerra religiosa de espacio civil o internacional. El reciclaje de los dioses en meras presencias auspiciosas, energías limpias y sonoridades orientales acompasa el declive.

Otro fue el de la tierra u hogar de la humanidad. Se llamó geocentrismo al mapa del universo según el cual la tierra palpitaba en el centro de aquel, guarnecida por el sol, los planetas y todas las estrellas congregadas alrededor suyo. Las cosas se veían así desde este humilde balcón de la vía láctea. Con todo, el geocentrismo ha sido más que eso. Dice relación con aquellas doctrinas, filosofías, teorías que pusieron al hábitat en el primer plano. El ecologismo es uno de nuestros últimos geocentrismos. Lo han sido también las distintas opciones colectivistas que reafirmaron el abrigo humano del ser, la dulce compañía que se daba la humanidad, la raza, clase, nación, religión, el partido, o lo que fuera.

Ese tercer centro que es el egocentrismo es el blanco de las críticas en estas últimas décadas. Se lo confunde a veces con aquello que se llama narcisismo, una especie de autoenamoramiento u obsesión consigo mismo en detrimento de los otros, sea el grupo terrestre o la entidad supraterrestre, los seres humanos o Dios.

Una de las últimas versiones egocéntricas de consumo masivo fue la de los genios. Los de la ciencia, las artes, la tecnología, la política. Ellos tenían derecho a todo y muchos fueron locos con chipe libre. Despertaban verdaderas manías, en el caso de los clubes de fans, y culto a la personalidad, en el de líderes más o menos totalitarios. Los genios del romanticismo alemán, con sus excesos de los que las drogas poyético-estimuladoras son un ejemplo, inauguraron este paisaje de alta distorsión. Y claro, el egocentrismo, en sus apariciones incluso más extraordinarias, está en crisis. En cierto sentido, aquel cuestionamiento a los astros del genio, a sus vidas privadas, el señalamiento de sus delitos sean sexuales o tributarios, efectos de un privilegio mal entendido, desarrollan esta última trama. Si las autoridades clásicas de la Edad Media fueron cuestionadas por la modernidad, algo similar ocurre con las superfiguraciones del genio en nuestra época, sean rockstars, futbolistas y ni decir políticos de alto vuelo, cuestionadas a instancias de la olvidada moral o el aburrido derecho.

Por Joaquín Trujillo, investigador del CEP

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