Columna de Ian Bremmer: Los lazos entre Estados Unidos y China están mejorando, pero no durará mucho

El presidente estadounidense Joe Biden habla virtualmente con el líder chino Xi Jinping desde la Casa Blanca en Washington, el 15 de noviembre de 2021. Foto: Reuters


Por Ian Bremmer, presidente y fundador de Eurasia Group y GZero Media.

En las últimas semanas, las autoridades estadounidenses y chinas se han mostrado más dispuestas a dialogar. Es una buena noticia para ambos países y para la economía mundial. Pero el deseo de ambas partes de evitar costosas peleas a corto plazo no significa que nada haya cambiado realmente en el núcleo de su cada vez más contenciosa rivalidad. El año que viene ofrecerá nuevas pruebas que merecen mucha atención.

Por ahora, las señales positivas son reales. Las autoridades estadounidenses y chinas están planeando la primera reunión cara a cara de los presidentes Joe Biden y Xi Jinping en más de un año, al margen de la cumbre de la APEC que se celebrará en noviembre en San Francisco. En los últimos tiempos se han multiplicado las reuniones de alto nivel entre diplomáticos estadounidenses y chinos, funcionarios de finanzas y representantes comerciales, en formatos no muy diferentes de las reuniones de “diálogo estratégico y económico” del pasado. Incluso se han debatido temas candentes como la inteligencia artificial.

No se vislumbran avances diplomáticos en el horizonte, pero la comunicación regular puede ayudar a aliviar las tensiones que han aumentado bruscamente desde la ruptura de la comunicación, que se agravó con el inicio de la pandemia.

La relación está mejorando porque ambos gobiernos tienen urgentes retos internos en este momento. Ninguno de los dos puede permitirse el tipo de confrontación entre grandes potencias que podría hacer esos retos más peligrosos y más caros.

El presidente estadounidense, Joe Biden, le da la mano al presidente chino, Xi Jinping, mientras se reúnen al margen de la cumbre de líderes del G20 en Bali, Indonesia, el 14 de noviembre de 2022. Foto: Reuters

La economía china ha sufrido graves tropiezos desde el levantamiento de los confinamientos por el Covid que frenaron bruscamente la economía china. El desempleo juvenil ha alcanzado niveles que han persuadido a los funcionarios chinos a dejar de informar públicamente de las últimas cifras. Beijing también puede ver que su política exterior más agresiva de los últimos años ha unido a muchos de sus rivales en reacción. Japón y Corea del Sur están superando antiguas diferencias para cooperar mejor en materia de seguridad y política comercial. India se ha acercado a Estados Unidos y se ha unido a este país, Japón y Australia en sus esfuerzos por oponerse a la expansión de la influencia china. La guerra de Ucrania ha acercado mucho más a Estados Unidos y Europa, al menos por ahora, una complicación añadida en el intento de Beijing de asegurarse de que las potencias occidentales nunca coordinen plenamente sus políticas hacia China.

Estados Unidos, mientras tanto, ha entrado en una temporada electoral que puede resultar excepcionalmente fea y peligrosa, incluso para los estándares estadounidenses. El caos en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que llevó a la destitución del presidente de la Cámara, Kevin McCarthy, por primera vez en la historia del país, ha suscitado serias dudas de que la administración Biden pueda seguir financiando su costosa agenda, incluido su apoyo a Ucrania. Crece el temor a una ralentización de la economía en 2024.

En resumen, a los presidentes Xi y Biden les vendría bien un período de calma y previsibilidad en sus relaciones internacionales más importantes que les permitiera centrarse en los quebraderos de cabeza internos.

Pero hay razones estructurales por las que no deberíamos esperar que Washington y Beijing rehagan sus relaciones para mejor. Por parte estadounidense, demócratas y republicanos no coinciden en gran cosa, pero comparten la opinión de que China representa una amenaza para los intereses estadounidenses a la que hay que hacer frente. Esta convicción es más evidente en política tecnológica. Estados Unidos ha ampliado los controles a la exportación de productos de “doble uso” (útiles tanto para fines civiles como militares). La inclusión de semiconductores avanzados en la lista de control es fundamental, porque son elementos esenciales en el desarrollo de la inteligencia artificial de nueva generación. Los controles de exportación estadounidenses impedirán que China desarrolle productos de IA lo suficientemente potentes como para revolucionar la productividad en casi todos los sectores económicos. En resumen, hasta que China pueda desarrollar sus propios chips avanzados, quizá dentro de una década o más, Estados Unidos intentará negar a China el acceso a los componentes necesarios para el poder económico del siglo XXI. A largo plazo, eso es una declaración de guerra económica contra China, y hay pocos incentivos políticos en Washington para dar marcha atrás en esta estrategia.

Xi tampoco ha cambiado sus prioridades a largo plazo, aunque en algunos casos será paciente a la hora de perseguirlas. Sigue decidido a contrarrestar los esfuerzos de Estados Unidos y sus aliados por frenar el crecimiento natural de China y contener su ascenso en la escena mundial. La publicación en agosto de un nuevo mapa chino del mar de China Meridional demuestra que mantiene allí sus reivindicaciones territoriales, digan lo que digan los vecinos y los estadounidenses.

Lo más preocupante es que Xi sigue insistiendo en que el problema de Taiwán no puede seguir pasando de una generación de dirigentes chinos a la siguiente. En enero, Taiwán celebrará elecciones nacionales. Es probable que el próximo presidente sea el candidato del Partido Democrático Progresista (y actual vicepresidente) William Lai, un candidato que Beijing se ha esforzado en los últimos meses por socavar. En vísperas de las elecciones, China ha recurrido tanto a incentivos comerciales como a demostraciones de fuerza militar para impulsar al líder del Kuomintang, Hou Yu-ih. Si, como se espera, gana Lai, Taiwán puede esperar muchas menos ofertas de Beijing y muchas más amenazas.

Podríamos incluso asistir a una fuerte escalada de la presión militar china que incluya provocaciones navales que pongan a prueba las reglas de enfrentamiento de Taiwán e incluso inspecciones forzosas de los barcos con destino a Taiwán. El riesgo de una confrontación en el mar o en los cielos del estrecho de Taiwán que se intensifique más de lo que China, Taiwán o Estados Unidos desean es cada vez mayor, aunque el riesgo de guerra siga siendo bajo por ahora.

Esto no significa que la mejora a corto plazo de las relaciones entre Estados Unidos y China carezca de sentido. La reunión Biden-Xi en San Francisco puede ayudar a abrir nuevos canales de comunicación que serán muy necesarios en los próximos años. Pero la base de la relación bilateral más importante del mundo sigue estando en terreno inestable, y eso no cambiará en un futuro previsible.

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