Columna de Héctor Soto: Perspectivas



Mínimos y máximos. El rasgo más desafiante de El asesino como realización está en apostar a los mínimos en un género donde normalmente la apuesta es a los máximos. Hoy por hoy la cinta es la mayor atracción que está ofreciendo Netflix y es mucho más que una mera curiosidad. Por momentos pareciera que su director, David Fincher, se propuso desmontar una a una las convenciones y estructuras del thriller, hasta quedar dramáticamente en los huesos, por así decirlo, porque con menos que eso simplemente ya no habría película. Para el público, que tal vez le importa un rábano esto de los mínimos o los máximos con tal de entretenerse, esta variable puede ser irrelevante, pero es curioso que la cinta se deje ver con bastante más interés que películas abiertamente efectistas de esta especie. No es menor que la primera secuencia, donde básicamente lo único que vemos es un hombre en una pieza, tome arriba de 20 minutos y que tengamos que llegar a la hora 15 minutos de proyección para ver una pelea sangrienta, encarnizada y salvaje, que es lo que habitualmente Hollywood ofrece como aperitivo en experiencias de este calado. Así las cosas, sería injusto decir que El asesino no funciona. En realidad, funciona y muy bien. Lo que sí es difícil es que cautive o emocione, porque, claro, su protagonista es más frío que un pescado, porque su densidad psicológica no es superior a la de un robot y porque el guion -a pesar de la palabrería de sus reflexiones interiores- ni siquiera intenta desentrañar los demonios que lo habitan. Con alguien así es casi imposible generar empatía. Este protagonista, que ni siquiera tiene nombre, nunca llegará a ser Mi Personaje Inolvidable. Con el paso de los días, sin embargo, habremos de reconocer que, si bien este profesional del crimen nunca se ganó nuestro cariño, sí se ganó nuestro respeto. Película concebida en la moral del ascetismo y el despojo, El asesino no es por supuesto la mejor película de Fincher (Seven, La red social) pero sí tiene mucho estilo y tributa a una tradición en la cual el cine francés alcanzó en otra época, con autores como Jean Pierre Melville y películas como El samurai, admirables estándares de depuración. Puede ser un poco loco a estas alturas reivindicar ese legado de disciplina y contención, y más loco aún hacerlo en el contexto de la gran industria, que es donde se mueve Fincher. Sí, es loco, pero dice mucho del realizador. Entre otras cosas, dice que el hombre aún está vivo, que sigue en la pelea de la creatividad y que se resiste a ser un zombie.

¿Por qué leemos novelas? Aunque el consenso básico diga que lo hacemos para entretenernos y relajarnos, lo cierto es que esta respuesta ilumina poco. Si de entretención se trata, a lo mejor basta con la tele. Y para relajarnos, bueno, un masaje puede ser más efectivo. En su visita a La Ciudad y las Palabras y a Puerto de Ideas, Irene Vallejo decía que a los niños les gusta que le cuenten cuentos antes de dormir porque de esa manera se tranquilizan. reducen sus miedos y aceptan que las cosas pueden tener un sentido. Todo relato impone en realidad un sentido. Guardando las distancias, tal vez nuestra conexión con las ficciones de la literatura (o del cine, del teatro, de las series…) no sea muy distinta a eso. Ojo, que se trata de la misma actividad que, en su desmesura, terminó secándole a don Quijote el seso. En cualquier caso, a este respecto hay muchas y muy variadas las opiniones. Vargas Llosa cree que nos gusta la literatura porque sentimos que nuestro mundo real es demasiado asfixiante y que eso explicaría nuestra tendencia a fugarnos a la ficción, donde todo es más épico y radiante. Algunos creen que las novelas nos ayudan a entender mejor el mundo y también a situarnos al otro lado del mostrador, es decir, a ponernos en el lugar a los demás. Javier Cercas agrega que nos entregamos a la lectura porque, tal como el sexo, esto nos genera placer, aunque también conocimiento. James Wood, gran crítico literario de Inglaterra y Estados Unidos, decía algo que es más intrigante, porque estaba pensando en esos relatos largos y caudalosos de las grandes novelas del siglo XIX y XX, donde se sentía el paso del tiempo y se desafiaba la idea de la fatalidad y el destino: estos libros, plantea él, nos permiten acercarnos así sea por un solo instante a la mirada irónica, compasiva, un poco culposa quizás, por qué no, que Dios podría tener sobre el género humano. Sí, es verdad, hay bastante de todo eso. Aun así, sin embargo, la pregunta sigue abierta.

Episodios nacionales. A lo mejor la prensa no es un predictor muy confiable de los caminos que toma la Historia. Aun si los diarios hubieran existido, la caída del imperio romano posiblemente nunca habría sido noticia de primera página. Así y todo, la prensa es una fuente valiosa para situar los episodios históricos y eso es lo que han trabajado los hermanos Retamal -Felipe y Pablo, periodistas ambos de esta sección, Culto- en su libro Historia intima de Chile (Ed. Berrinche, 2023), que reúne 20 notables crónicas sobre hechos importantes, curiosos, reveladores, muy presentes algunos, muy olvidados otros, pero que movieron en su momento las agujas de la sociedad chilena: desde la República Socialista al festival de Viña del 73, de los primeros plebiscitos del Chile independiente a la noche del triunfo de Allende, del suicidio de Balmaceda a la visita de Fidel del 71. Buenas crónicas, desarrolladas con perspectiva, reporteo y contexto.

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