Columna de Héctor Soto: Celebrar, entender y recordar

Brendan Fraser en La Ballena.


AMORES CREPUSCULARES. El polaco, la más reciente nouvelle del Premio Nobel J.M. Coetzee, que apareció a mediados del año pasado en Argentina (fue un lanzamiento mundial de la editorial El Hilo de Ariadna) y que todavía no llega de manera regular a nuestras librerías, es una verdadera joya. Por suerte se puede encontrar en la tienda on line de Editorial Hueders. Precisa, inteligente, sugerente, súper concentrada. Coetzee es ya octogenario y no está para andarse con rodeos o perderse en relatos intrincados. Sus protagonistas son un pianista polaco ya setentón, que despoja a Chopin de todo sentimentalismo en sus ejecuciones, y una dama de unos 50 años, sofisticada, que está encabezando el grupo de señoras benefactoras de un teatro de conciertos en Barcelona. Se conocen, él queda hechizado con ella, ella no con él, pero a su edad, claro, saber que sedujo a un artista importante es menos anecdótico de lo que su vanidad supone inicialmente. Esos son los datos duros iniciales. El telón de fondo son los dictados impredecibles de la pasión, a los cuales cantó Dante cuando sufría por su Beatrice y ante los cuales sucumbió Chopin en París, en brazos de George Sand. Es una historia preciosa que atraviesa por al menos dos campos minados. El primero, ¿qué hay del amor tardío, cuando ya el envejecimiento comienza a anticipar el final? ¿Es concebible, es viable la pasión a esas alturas? ¿Cuán igual y cuán distinta puede ser a la de los días de la plenitud? Es una reflexión sobre el envejecimiento del macho y la posesión, pero no a la manera egótica de Philip Roth, porque aquí la historia está contada desde la perspectiva de una mujer que, siendo por cierto sensible al contacto físico, no tiene mucha resistencia al embrujo de la palabra. El segundo campo minado corresponde a las trampas del lenguaje, porque estos amantes se comunican en inglés, lengua que ninguno de los dos domina a la perfección, aunque ella califica mejor que él, lo cual deja amplios espacios de silencio y nebulosas que cada uno deberá interpretar por su lado. SÍ, es una novela pequeña. Pero trasunta el talento y la autoridad que le imprime un grande.

VERDADES LINEALES. Se podría hacer mucha sociología (barata, pero también de la otra) en torno a los últimos Oscar. La prudencia sin embargo recomienda no hacerlo. Puede ser peligroso porque la primera impresión con que nos quedamos es que se trata de una regresión. Triunfaron películas mas bien inmaduras, de muy baja densidad intelectual y emocional, simplonas y que explican a sus personajes en función de una sola variable. Como la vida es muy compleja y confusa, La ballena, por ejemplo, se propone simplificarla y también aclararla. El protagonista es un gordo que come cuanta inmundicia tiene a su alcance y lo hace porque se le suicidó el novio y sabe que así se está matando. Su plan es dejarle lo que ha ahorrado a su hija. La hija lo desprecia porque él la abandonó cuando era chica. Eso la convirtió es un quirquincho que no está en paz con ella ni con su padre, tampoco con su madre y mucho menos con el mundo. ¿Alguien dirá que esto es convincente, aunque los miembros de Academia se la haya creído? Está claro que la vida, los afectos y odiosidades, no funcionan así. Las cosas no tienen una sola razón. A veces tienen muchas más, a veces ninguna. No todo es tan lineal y pedestre. Está claro, eso sí, que los reduccionismos y las simplificaciones gustan sobre todo a públicos que la quieren corta, fácil y clarita. Que no quede duda, cabo suelto ni misterio. Siendo una cinta muy básica, un melodrama cuyas costuras y obviedades dan vergüenza ajena, La ballena, sin embargo, no saca de quicio ni tampoco indigna. Por supuesto que tiene pretensiones. Por supuesto que su director, Darren Aronofsky, un correteado zorro de la plaza interesado en proyectos que muevan las agujas así sea a fierrazos (Réquiem por un sueño, El cisne negro), cree haber hecho una buena película no obstante que es bastante mala. Pero, bueno, eso pasa todos los días, y no tiene sentido rasgar vestiduras. La pregunta de fondo va más bien por otro lado. ¿Por qué una película tan básica, tan tontona, tan de una sola pieza, pudo llegar este año tan lejos? ¿Será que nos estamos atontando irreversiblemente y no nos hemos dado cuenta? ¿O, mucho más banal, no será que Hollywood ama las historias de redención, sobre todo si son de último minuto? En este caso el blanqueo es el de Brendan Fraser, un actor mas bien cabeza de músculo aunque con gran sentido de la autoironía, y que, tras haber actuado en decenas de películas intercambiables o fungibles, aquí tiene la ocasión de mandarse lo que se supone una “grande actuación”? Si así fuera, bueno, sería otro equívoco más de la película, porque tampoco su trabajo es tan grande como se cree

ESTRELLA DECLINANTE. Cuando tanto la imagen como la obra de Lord Byron parecieran estar hoy muy desdibujadas, entre otras cosas porque gran parte de su retórica es empalagosa y fue carcomida por la cursilería, cuesta creer que por espacio de varias décadas él haya sido no solo el escritor más famoso del mundo, sino también el poeta estrella del fuego, la juventud y la libertad. Stefan Zweig dice en uno de los ensayos de El misterio de la creación artística (Ed. La Pollera, 2022) que su legado fue asumido por Puschkin en Rusia, Victor Hugo, Lamartine y Musset en Francia y que el propio Goethe, que a esas alturas ya venía de vuelta, quedó tan cautivado por su poética que encontró en ella las fuerzas que le estaban faltando para completar Fausto, su obra mayor. Fue –dice Zweig- el primer escritor desde Shakespeare que llevara el inglés de vuelta a todo el mundo. Y no obstante que la abadía de Westminster la cerró las puertas a su féretro, en protesta por blasfemias de su obra, Inglaterra vivió su temprana muerte en Grecia el 19 de abril de 1824 como una desgracia nacional. Tenía 36 años, una cojera congénita, estaba luchando por la independencia griega contra el Imperio Otomano, había sufrido un ataque de epilepsia y los rudimentarios procedimientos médicos que se le aplicaron terminaron precipitando su muerte en pocos días.

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