Columna de Gonzalo Valdés: Sin el invitado de piedra



Al repasar libros de historia es común leer pasajes en que Estados Unidos juega un rol fundamental en nuestra política interna: entrega fondos para la Escuadra Naval liderada por Carrera durante la independencia, doctrina Monroe mediante influye en toda América Latina, y participa tanto en el Golpe del 73 como en la campaña del No del 88. Aunque es discutible el nivel de efectividad e influencia en nuestra historia, es innegable que Estados Unidos ha sido nuestro invitado de piedra desde la independencia.

Ahora, cuando paradójicamente estamos conmemorando el bicentenario de relaciones diplomáticas entre Chile y Estados Unidos, el país del norte brilla por su ausencia. No hay declaraciones de convencional alguno (ni siquiera de la izquierda más extrema) en que se atribuya alguna decisión tomada durante la Convención Constitucional por influencia de agentes de la CIA. Tampoco los diversos libros semi autobiográficos hablan de agentes encubiertos y menos se le culpa por las elecciones para el Consejo Constitucional en que Republicanos arrasó. Y no se encuentran declaraciones respecto a que esté influyendo en las comisiones de expertos o consejeros. No hay información alguna que permita pensar que Estados Unidos influyó en el momento político más decisivo desde el retorno a la democracia.

Esta ausencia es quizás la mejor muestra del escenario en que se encuentra Estados Unidos. Entre la extenuante competencia con China por el liderazgo mundial, la fratricida política interna, la evidente falta de valores comunes entre las facciones políticas (protestas de Black Lives Matter y toma del Capitolio mediante), es fácil entender que nuestro lejano país simplemente no es prioridad.

La debilidad relativa de Estados Unidos se siente en todo el mundo, no solo en Chile. En Europa, Rusia invade Ucrania y revive el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia. En África, Gabón y Níger viven golpes de estado, y como respuesta, los presidentes de Camerún, Ruanda y Uganda renuevan a sus cúpulas militares. En Asia se teme por el futuro de Taiwán. En Medio Oriente estalla una nueva guerra entre Israel y Palestina. El gobierno de Estados Unidos apoya a Ucrania e Israel, pero no está claro por cuánto tiempo lo hará la ciudadanía estadounidense, ni cuántas guerras en paralelo estén dispuestos a solventar.

El agotamiento (¿temporal?) del poder estadounidense nos ha dado una independencia que no conocíamos y todavía no apreciamos. Quizás la derecha dirá que hace falta un adulto responsable que evite nuestros excesos, y la izquierda creerá que nos liberamos del tirano que causaba nuestros fracasos. Cualquiera sea el caso, se abren opciones que antes no estaban arriba de la mesa.

¿Debemos impulsar una agenda de acercamiento con India a todo nivel (económica, de transferencia de conocimiento en la inteligencia artificial, o hasta en armamento)? ¿Cómo balanceamos nuestra relación entre Estados Unidos y China? ¿Debemos estrechar relaciones con nuestros vecinos para evitar ser parte de un enfrentamiento entre los dos gigantes?

Ahora que el invitado no está las reglas del juego se empiezan a disolver en el aire. Urge definir una estrategia de Estado para sobrevivir a este verdadero terremoto geopolítico.

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