Columna de Gabriel Osorio y Cristóbal Osorio: “Negro Matapacos”, lo que queda al final del camino señalado por las protestas

Negro Matapacos


Recientemente la izquierda se ha concentrado en la discusión respecto de un perro, llamado ‘Negro Matapacos’, que se convirtió en uno de los iconos del estallido social de 2019, el cual hoy es renegado y defendido con uñas y dientes. La dicotomía de almas que se ven en la propia izquierda.

Los símbolos son importantes en política, pues representan ideas y concentran voluntades de poder y acción. Pero, al día de hoy, ¿qué representa “Negro Matapacos”? ¿Qué voluntades y acciones concita? ¿Qué significa que este perro negro con pañuelo rojo esté en el centro del debate? ¿Es siquiera un símbolo político?

Nos parece que esta discusión es el reflejo de un vacío de ideas orgánicas y programáticas que es preocupante, puesto que su centralidad en el debate refleja, en las personas, la preeminencia de un conjunto de sentimientos, sensaciones, e ideas que pueden incluso ser contradictorias. Algo que termina afectando la calidad de la reflexión política del sector.

Este fenómeno acaece desde octubre de 2019, a partir de un inmenso movimiento de protesta, completamente inorgánica, sin ninguna conducción política por parte de sectores progresistas, quienes se limitaron desde entonces a intentar interpretar la queja y dar con el tono de lo que pensaba “la calle”. Este conjunto de reclamos y pensamiento inorgánico se proyectó en los años siguientes, pasando por dos procesos constitucionales, con el resultado del rechazo de sus propuestas. Hoy, las razones de este rechazo -al interior del sector- son objeto de disputa, con un alto contenido emocional.

Es así como nos parece que este perro ha dejado de ser un símbolo político, para pasar a ser un tótem, los que son más complicados, pues encarnan significados sagrados o sentimientos primitivos y profundos, que apelan a la identidad de quienes los levantan. De ahí la efusión de emociones, a veces difíciles de explicar, las que parecen insistir en el reclamo por un país que “no me gusta” y que sobrevivió a las protestas.

Es cierto que el llamado “Matapacos” fue el “primer tatuaje” de la generación de jóvenes universitarios que salió al ágora con las protestas de principios de la década del 10, la misma que ahora está en La Moneda, necesitada de resolver la crisis de seguridad con las fuerzas policiales. Esta necesidad exige desagravios, tales como el ostracismo del mentado perro de su panteón. Tal vez por eso sea tan difícil su renuncia.

Pero, hay que dar vuelta pronto la página, porque la izquierda tiene la oportunidad de demostrar que sus ideas son vigentes, pues la defensa férrea de ese bien jurídico llamado “seguridad” -compatibilizada con la protección de los derechos humanos-, es garantía y condición para el desarrollo de la libertad y la igualdad, las cuales simplemente se esfuman en climas de inseguridad, en particular para los eslabones más débiles de la sociedad.

Se trata, entonces, de cómo volver a encantar al trabajador chileno, que en el último tiempo solo ha sido perceptiblemente beneficiado por la izquierda con las 40 horas y el copago cero de Fonasa.

Y claro, no se trata de levantar el símbolo de un perro policial u olvidar todo el pasado, sino de comprender que cada día tiene su afán, y que hay que salir lo más pronto posible del desconcierto. Los símbolos y los tótems vienen después.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.