Columna de Ernesto Ottone: Los rostros de Jano

MARIO TELLEZ / LA TERCERA


Entre las ruinas del Foro Romano, donde se cruzan el Argileto con la Vía Sacra, muy cerca de la Basílica Emilia, existió otrora el templo de Jano que albergaba su estatua de bronce. Era un templo pequeño, pero de antigua alcurnia para los romanos. Hoy queda apenas una pequeña estructura de ladrillos que continúa desafiando el paso de los siglos.

Jano (Ianus en latín) fue un dios muy singular, pues no procedía de la mezcla sincrética con la tradición cultural griega como la enorme mayoría de los dioses romanos. Quizás también por ello los romanos sentían una particular debilidad por él. Era un dios popular y querido que apelaba en general a cosas amables y protectoras.

Su figura se representaba con dos rostros que miraban en direcciones opuestas. Era el dios de muchas cosas, del comienzo y del final, del ingreso y la salida, del pasado y del futuro, era el protector de Roma tanto en la paz, cuando su templo permanecía con las puertas cerradas, como en la guerra cuando esas puertas se abrían.

Era el dios del cambio de las estaciones y ni más ni menos que el custodio de las puertas del cielo. Su condición de bifronte hacía suponer que ayudaba a la reflexión sobre las decisiones complejas.

Por ello, los romanos dieron su nombre al primer mes del año, Enero (Ianuarus) y llamaron Gianicolo (Ianiculus) a una de las más bellas colinas de Roma, aquella que rodea el Trastevere, quien sabe si el barrio más romano de Roma, que es hoy recorrido por millones de turistas, con ojos ansiosos de historia y colorido.

Pero Jano con dos caras mirando en direcciones opuestas, es necesariamente un dios ambiguo, llama a una doble interpretación y a la confusión ¿Hacia donde nos indica que avancemos? ¿Cuál es la dirección que debemos tomar?

Es sobre ello que queremos reflexionar, por supuesto bajo el manto protector de Jano.

Hace más de un año, que se hizo cargo del gobierno de Chile nuestro actual Presidente, quien quizás sin tener una afición particular por la religiosidad y la mitología de la antigua Roma, ha resultado un aplicado practicante de la ambigüedad, en el ripioso camino del poder.

Aclaremos de partida que la ambigüedad, no es un concepto necesariamente negativo. Todo depende del uso que se le de y, como tantas cosas, en qué dosis se aplica. Lo ambiguo es aquello que puede ser interpretado de diferentes maneras y las diversas interpretaciones suelen tener sentido. Ello hace que el uso de una cierta ambigüedad sea capaz de evitar conflictos, ahorrar humillaciones, abrir posibilidades de convivencia que el exceso de una límpida franqueza haría imposible.

¿Se imaginan ustedes la vida diplomática sin una adecuada posología de ambigüedad? O los acuerdos políticos, las relaciones laborales e incluso familiares, sin al menos una pizca de ambigüedad, serían sin duda un infierno.

El actual gobierno comenzó a practicarla aun antes de existir, durante la segunda vuelta de su elección, cuando brotó una segunda cara del candidato, serena, amable, más reformadora que revolucionaria.

Una vez en el gobierno, como era de suponer, nombró en los cargos principales a un grupo dirigente, grato a su corazón, pero muy refundacional, puso, sin embargo, en Hacienda a Mario Marcel, un destacado reformista. Ello produjo en Chile y en el exterior un gran suspiro de alivio.

El período de instalación del gobierno estuvo marcado por muchos errores de inexperiencia, de posturas doctrinarias y de problemas de gestión, pero también de aciertos en defensa de la estabilidad económica y en política internacional, donde si bien se produjeron gruesas equivocaciones puntuales, poco a poco, se fue imponiendo una línea de continuidad histórica, encarnada plenamente en el nuevo canciller.

En ese sentido, la ambigüedad del gobierno permitió mantener un cierto equilibrio, que sin embargo fue quebrado por el proceso constitucional del pasado año a través de una posición presidencial tan clara como errada de entender tal proceso como la llave maestra para una ruptura refundacional disparatada.

Ello terminó en un fracaso total para quienes lo impulsaron y el gobierno debió cambiar de rumbo, debiendo regresar a un nuevo equilibrio ambiguo.

Sin duda, una buena intuición política llevó al Presidente a generar una nueva correlación de fuerzas entre las alianzas de gobierno, más acorde con la nueva realidad. Ello ha generado, además, un cierto mejoramiento de la gestión, con la inclusión de políticos, sobre todo de políticas con capacidad de gobierno en puestos decisivos.

Lo mas probable es que el nuevo proceso constitucional de formato mucho menos dramático no cambiará en lo fundamental la situación política posterior al voto de rechazo.

La elección de convencionales mostrará algunas novedades, pero no generará un campo de fuerzas radicalmente distinto a la actual fragmentación electoral. Ningún sector tendrá una ventaja determinante.

Otras fuerzas reformadoras activas en el rechazo, no alcanzarán a medirse.

En ambos campos, gobierno y oposición, seguirán existiendo culturas políticas diversas que disputarán en cada sector la hegemonía de la orientación.

Esta nueva ambigüedad del gobierno ha permitido mantener en pie la estantería, pero no basta para dar una buena gobernabilidad al país. Se requiere una orientación más clara, para mejorar la conducción y la gestión y enfrentar temas muy difíciles en lo económico y en lo social, en el tema migratorio y con urgencia en la percepción creciente de inseguridad frente a la presencia del narcotráfico y la criminalidad organizada. Los recientes pasos por avanzar acuerdos en seguridad ciudadana son un muy buen augurio, que ojalá no se frustren por consideraciones mezquinas. Se necesita reducir al mínimo la ambigüedad y abrazar una orientación consistente, que evite la sensación de confusión, ambivalencia, duda, desconfianza y turbiedad que nubla toda claridad en relación hacia adonde va el país. La retórica bien intencionada del Presidente y sus ministros más prestigiosos, puede perder credibilidad si no se plasma en acciones concretas.

Resulta urgente entonces, establecer una nueva orientación más diáfana y sólida, capaz de impulsar reformas sustentables y acordadas. Ello sin duda dejará heridos graves en los núcleos más radicales, que consideran la negociación como un acto de traición, pero permitirá reclamar a la oposición una actitud más constructiva, una actitud republicana que curiosamente es ajena al partido de extrema derecha que lleva ese nombre.

De no hacerlo, podemos encontrarnos con una mala sorpresa al final de este gobierno, que habiendo prometido ser el más avanzado de nuestra historia, puede concluir su mandato no sólo habiendo maltratado el castellano con el uso abusivo del lenguaje inclusivo, sino que sus cifras pueden incluso llegar a mostrar un crecimiento de la desigualdad y de la pobreza. Eso puede evitarse. Se requiere eso si un fuerte sentido de Estado y una lealtad profunda hacia los intereses estratégicos de Chile por sobre quimeras ideologistas y complicidades tribales.

Mas vale cerrar la puerta del templo de Jano y llevar la fiesta en paz. En el caso nuestro, no para construir la Roma imperial, sino un Chile más próspero y más justo. Es ese el camino, para construir paso a paso un sólido Estado de Bienestar.

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