Columna de Carlos Correa: Música republicana

Supporters of Chilean presidential candidate from the Partido Republicano party, Jose Antonio Kast, are seen outside the general headquarters in Santiago, on November 21, 2021. - Chileans head to the ballot box for the fourth time in 18 months Sunday, this time to elect a new president on whose watch the country will draft its first post-dictatorship constitution. (Photo by Ernesto BENAVIDES / AFP)

Este comportamiento de docilidad con José Antonio Kast es difícil de explicar. Chile Vamos tiene mucho más peso en la política chilena, tiene más parlamentarios, más alcaldes, más concejales y credenciales democráticas probadas en las dos administraciones del gobierno de Piñera.



Ante la derrota de la censura presentada por el Partido Republicano, al interior de Chile Vamos no había dos voces distintas. Era una chapucería de principio a fin, tanto en las formas como en el fondo. En las formas, había sido presentada sin avisar al resto de la oposición, y sin siquiera chequear que estaban todos los votos disponibles. En el fondo, censurar una mesa que no ha tenido ninguna actuación por solo una expresión del diputado Gaspar Rivas, quien después se desdijo, no se ve muy bien para el prestigio de la política. Por otro lado, si la oposición considera una prueba válida una afirmación de dicho diputado, sin duda que hay un problema.

Pero aún así se sumaron a la aventura republicana y optaron por bailar a su ritmo, como ha ocurrido en varias ocasiones. La más reciente es la irrupción de Marcela Cubillos, que se sostuvo principalmente en el apoyo de los republicanos, y con ello debilitaron a la UDI en lo que ha sido su fortaleza de siempre, la Municipalidad de Las Condes. Las primeras palabras sobre la aparición como llanera solitaria de la ex ministra de Educación fueron que tensionaba la unidad del sector, hasta el punto de hacerles peligrar la opción presidencial. Pese a ello, pocos días después decidieron ceder ante la arremetida, a cambio de nada.

Más dramático fue el comportamiento de la centroderecha a lo largo del consejo constitucional, donde se plegaron dócilmente a las arremetidas doctrinarias de Luis Silva y su bancada. Después del resultado del plebiscito del 17 de diciembre, toda la oposición acusó al partido de Kast de estirar demasiado la cuerda, pese a que todos sus personeros se pasearon por todos los medios defendiendo el texto constitucional y le dieron los votos para escribir su propio texto. La derrota si bien fortaleció la opción presidencial de Matthei pareciera que no fue suficiente para dejar de seguir llevándoles el amén al Partido Republicano.

Este comportamiento de docilidad con José Antonio Kast es difícil de explicar. Chile Vamos tiene mucho más peso en la política chilena, tiene más parlamentarios, más alcaldes, más concejales y credenciales democráticas probadas en las dos administraciones del gobierno de Piñera. Por otro lado, los Republicanos forman parte de una cultura de la derecha extrema adicta al populismo, a la agresividad en las redes sociales, cuyas primeras víctimas son los actores razonables de su sector, como ha explicado la experta en el tema Stéphanie Alenda. ¿Cómo entonces la hipnosis en que caen ante las arremetidas de quienes tienen evidentes arranques autoritarios?

Dentro de la derecha hay un temor profundo a sus propias bases, que son percibidas como más fundamentalistas que sus élites, siempre dispuestas a dialogar y a razonar. Por otro lado, muchos financistas tradicionales ven con mucha simpatía a figuras como los hermanos Kaiser y otros similares de la derecha extrema, y abren la billetera con generosidad, algo peligroso en período electoral. Suena entonces más razonable aguantarle sus arremetidas y con ello sobrevivir, que ir derechamente al enfrentamiento con el Partido Republicano. Para evitar que levanten candidatos en comunas de alto interés para la oposición, suena más pragmático aguantar entonces descuadres como el intento de censura. Ese es un pensamiento similar al que tenía Neville Chamberlain cuando Hitler invadió los Sudetes, y sabemos cómo terminó aquella historia.

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