Columna de Ascanio Cavallo: Desde el cité

El Presidente Gabriel Boric en su cadena nacional realizada desde la comuna de Independencia.
El Presidente Gabriel Boric en su cadena nacional realizada desde la comuna de Independencia. Foto: Presidencia.


El problema del gobierno es estructural. Sea porque los deseos condujeron a los hechos, o a la inversa, porque los hechos han materializado unos deseos mal informados, la situación del gobierno se ha venido pareciendo cada vez más a la de la Unidad Popular. Una situación de minoría política, una coalición desordenada, un programa llevado con una combinación de tenacidad y porfía, un gabinete sin coordinación ni apoyo mutuo y, en fin, un Presidente que intenta equilibrar posiciones incoherentes con menos logros de los que necesitaría. Boric admira aquel período de medio siglo atrás y, desde luego, a Salvador Allende, pero parece que por las razones equivocadas. Refuerza la similitud, por supuesto, la obstinación en conmemorar el 11 de septiembre de 1973 como un parteaguas de la historia, también por las razones equivocadas.

La Unidad Popular fue, en su lado luminoso, una experiencia de fiesta para la generación joven de aquellos años; al final se convirtió en una experiencia de pesadilla, cuyos dolores han tenido la cola más larga de la historia de Chile. Allende fue posiblemente el hombre más satisfecho de su tiempo con la banda presidencial; al final se convirtió en uno de los héroes más trágicos de esa misma historia. En ambas dimensiones todavía hay enigmas que resultan indescifrables y es tan laberíntica la ruta de las cosas dichas y no dichas, que una visión partisana bordea siempre la caricatura.

En ese entonces no se sabía que el “socialismo real” de la Unión Soviética era un trampantojo del proyecto emancipatorio, ni se aceptaba que la democracia pudiese significar siempre negociación y que esto no era igual a traición ni a rendición. La apasionada aversión a la empresa privada, como piedra fundamental del capitalismo, era lógicamente acompañada de un intenso amor por el Estado, idilio en el que se perdía el afecto por la sociedad civil. Para la izquierda integrista, los modelos de Estado de bienestar nórdicos, la detestada socialdemocracia, eran sólo disfraces nuevos del cínico capitalismo.

Ahora, en cambio, no parece haber una tragedia en ciernes. Siempre conviene tener presente el sarcasmo del viejo Marx acerca del modo en que se repite la historia. El gobierno sufre de la incompetencia de muchos de sus cuadros jóvenes -lo contrario de lo que ocurrió en la UP-, de una ambigüedad (real, sincera, existencial) que expresa su desconfianza en la iniciativa privada y de una coalición que no tiene ningún acuerdo sustancial que no sea el de sobrevivir cuatro años en el gobierno. El gabinete sólo se iguala en el hecho de que cada ministro se defiende con sus propias uñas (lo que incluye, por ejemplo, las dañadas uñas de Giorgio Jackson) y protege su propia agenda, haciendo esfuerzos por encajar, en primer lugar, con la de su partido y sólo después con los deseos percibidos del Presidente.

Agréguese una cierta manía simbolista (¿de sus asesores, de sus amigos, de él mismo?) que hace que el Presidente anuncie el proyecto de pacto fiscal en un lugar tan incongruente como un cité. Es un síntoma de la sobrepolitización de la vida, una exigencia extrema de que cada gesto, cada setting, cada shooting, sea una declaración política. El mensaje no es uno, sino varios; el Presidente ya no es una voz, sino un coro.

Boric tampoco está acorralado, como llegó a estarlo Allende antes de la mitad de su sexenio interrumpido. Gracias a una tradición inventada por la Concertación, manda por encima de los partidos, lo que nunca pudo hacer Allende. No está del todo claro si este mando es más simulado que real, aunque sí lo está que no es un presidente que se meta en todo. Hay muchas zonas del Estado en las que parece no haber incursionado nunca.

El Presidente no ha terminado de quitarse el traje de diputado, con esa inclinación a castigar al adversario, denunciarlo y golpearlo donde sea posible. Esa es la función primaria de todos los políticos, después de todo, y es lo que Boric aprendió hace no mucho tiempo, en el terreno de la áspera política universitaria, comparada con la cual el Congreso es un jardín de paz. Es la función de los dirigentes y los parlamentarios.

Pero no en la situación de Boric. El gobierno está objetivamente empantanado. Si no fuese así, no tendrían por qué azotarlo de tal manera los episodios de inconducta de sus partidarios. Sus proyectos no progresan, sus objetivos no se cumplen, el país no está mejor y los últimos dos comicios reflejan el imperio de una corriente muy adversa y muy mayoritaria, que no parece pasajera. La nueva Constitución, si prospera, será muy diferente de lo que soñó y ya no sustentará su programa político, como había anunciado el ministro Jackson con el proyecto de la Convención. Otras de sus reformas enfrentan perspectivas similares. Necesita gestionarlas de otro modo.

Necesita salir de la trampa.

Es lo que más se parece a la Unidad Popular.

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