Avivar la cueca

FOTO:SAMIR VIVEROS/AGENCIAUNO

Instalado socialmente el juicio que la movilización ha conseguido empujar cambios que la clase política no ha podido por años, es difícil pensar que la energía social latente no busque movilizarse nuevamente en cuanto la pandemia dé tregua.



No se “aviva la cueca” por estudiar los fenómenos sociales y analizarlos. Esto, a propósito de comentarios en redes a un estudio sobre la movilización social que realizamos en Criteria y que publicó La Tercera bajo el título “¿Un nuevo estallido?”. Ante ello, no faltaron los conspiranoicos de las redes sociales que vieron en el estudio mismo y/o en su publicación una manera de “avivar la cueca” en favor del retorno de las movilizaciones.

No es tema aquí reparar en quienes prefieren tapar el sol con sus temores, sino atender a los datos del estudio y reflexionar sobre los mismos.

De acuerdo a la encuesta, una amplia mayoría de la población (76%) cree que “las movilizaciones sociales tienen consecuencias positivas y ayudan a que las cosas mejoren en el país”. Al mismo tiempo, un 81% de los encuestados piensa que “las movilizaciones sociales volverán con la misma o con más fuerza” una vez se atenúen los riesgos de contagio propios del Covid-19.

Complementariamente, las personas encuestadas distinguen claramente la protesta en las calles y el caceroleo del vandalismo y los destrozos. Mientras los primeros se asocian a emociones como entusiasmo (54%) y alegría (46%), los segundos despiertan molestia (54%), tristeza (46%) y rabia (46%).

Visto lo anterior, es evidente que la movilización social goza de amplia legitimidad y, dado los números, es bien probable que haya llegado para quedarse por un buen rato. Y es que las manifestaciones de 2019 se asociaron positivamente a dos remezones en la vida de las personas: uno más bien psicológico y otro sociológico.

En la previa de octubre, la economía cotidiana de amplios grupos hacía agua por todos lados: entre los escasos ingresos y las crecientes deudas se volvía imposible llegar a fin de mes y el agua llegaba a más arriba del cuello. Un agobio huérfano de rumbo, sin salida aparente, que se retroalimentaba con un ensimismamiento dramático y que las movilizaciones de octubre transformaron en una catarsis colectiva, permitiendo socializar la angustiosa realidad de quienes hasta esos días sentían que el problema era ellos mismos y su incapacidad de ponerle el pecho al estrés económico.

La revuelta y la movilización social no esfumaron las deudas, pero sí aliviaron la pesadumbre de muchos que por esos días entendieron que sus angustias no eran sólo privadas y pudieron arroparse en la experiencia compartida por muchos otros. Desde el yo agobiado, la movilización dio paso a un malestar colectivo exigiendo respuestas políticas frente a la vulnerabilidad, la falta de derechos sociales y las promesas incumplidas de un mayor dinamismo del mercado.

Paralelamente, la subjetividad colectiva se acopló desde octubre con la idea que la movilización social suponía un despertar de la sociedad en su conjunto. Una suerte de eclosión similar a la ocurrida en 2011 a propósito del lucro en la educación, esta vez exigiendo mayor igualdad social, presionando por mayores grados de dignidad y apuntando a la élite política y económica como responsable de la desigualdad imperante.

Un Chile que despertó, como señala la consigna, y no para quedarse contemplando el amanecer, sino para conseguir cambios profundos e impensados para la sociedad ensimismada y desesperanzada de los días previos a octubre. Una movilización que logró un acuerdo por una nueva Constitución, apostando grandes expectativas de transformación social a ese nuevo pacto constitucional.

La protesta social bajó en intensidad por la expectativa plebiscitaria y se frenó abruptamente ante la emergencia de un patógeno externo como el Coronavirus, pero quedó con energía latente.

Instalado socialmente el juicio que la movilización ha conseguido empujar cambios que la clase política no ha podido por años, es difícil pensar que la energía social latente no busque movilizarse nuevamente en cuanto la pandemia dé tregua. Más aún si la crisis sanitaria y económica agudizan la sensación de desigualdad, el combustible de la movilización.

Mirar el imaginario social no es avivar la cueca, permite entenderla mejor y hacerse cargo de ella. Y el hecho es que hay una energía social latente, esperando poder expresarse. Quizá en una avivada y desordenada cueca, tal vez mejor encausada en un proceso constituyente. Probablemente en ambos, pero se expresará.

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