Y el ganador es...

A fines de agosto se empiezan a dar a conocer los Premios Nacionales 2014, que en algunas disciplinas generan públicas batallas. En este artículo, 19 ganadores en distintas áreas explican qué pasa después de que se llevan el diploma y la pensión para la casa. La conclusión es que los premios no garantizan una vida de glamour, que el rol del intelectual es bastante poco valorado y que varios premiados tienen ganas de participar más en los debates y en políticas públicas.




Sentado en un salón de La Moneda, el biólogo Juan Carlos Castilla tenía una oportunidad única. Al frente de él estaban el Presidente Sebastián Piñera y el ministro de Educación, Joaquín Lavín, entregándole el Premio Nacional de Ciencias Aplicadas y Tecnológicas 2010. Entonces, les comentó una inquietud que tenía en la cabeza desde hacía tiempo: "El país se está farreando el capital intelectual de los Premios Nacionales que están vivos". Castilla quería hacer algo concreto para que el grupo del cual pasaba a formar parte en ese momento pudiera ayudar a difundir la ciencia, literatura o arte por todo el país. "Deme una idea", le contestaron las autoridades. "Llevar a los Premios Nacionales a regiones, a conectarse con los estudiantes y con la comunidad. Les aseguro que tendría costo cero. ¿Qué intendente no querría financiar eso en su región?", respondió y hasta eligió su destino: "A mí me gustaría ir a Aysén". La idea tuvo buena recepción y quedó anotada en un cuaderno. Castilla finalmente fue a Aysén, pero por su cuenta.

Varios pares de Castilla piensan parecido. Dicen que hay mucho conocimiento que al país le ha costado harta plata y que no está bien aprovechado. No es que se crean depositarios únicos del saber ni un grupo de iluminados, pero ya que se reconoció su trabajo, piensan que podrían aportar más en las discusiones actuales sobre educación, la necesidad de contar o no con Ministerio de Ciencia y Tecnología, o en el diseño de las políticas públicas. ¿Lo hacen en la práctica? Poco o nada. "Tal vez creen que hacemos investigaciones misteriosas, etéreas o que vivimos en una torre de marfil. Cuando uno habla español es una sorpresa porque se dan cuenta de que no somos marcianos", dice el biólogo Bernabé Santelices.

A unos días de que se conozcan los ganadores 2014, un grupo de premios nacionales respondió una pregunta que según el médico Ricardo Uauy, ex director del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de Chile, ni ellos se habían hecho y que a muchos entrevistados los dejó pensando: ¿para qué estamos entregando esta distinción?

La respuesta que genera más consenso es que el premio reconoce una trayectoria. "Se está premiando la imaginación, el esfuerzo, la plasticidad para modificar los métodos y el haber convencido al mundo de que Chile es el paraíso donde tienen que invertir para hacer ciencia o investigación. A lo largo de mi carrera conocí un montón de gente que quedó en el camino", responde Santelices. También sirve para llevarse a la casa o a la oficina un diploma (que algunos reconocen que aún no han colgado), un cheque inicial por alrededor de 19 millones de pesos y una pensión vitalicia mensual que actualmente es de un poco más de 800 mil pesos, muy bienvenida porque varios no se han hecho ricos trabajando como académicos o investigadores universitarios. "El premio te da la posibilidad de tener una jubilación digna. Yo sacaría 230 mil pesos si jubilo", dice la antropóloga Sonia Montecino. ¿Prestigio? "Hasta cierto punto, porque si de verdad te diera prestigio seríamos personas más requeridas", agrega la académica de Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile. Otros, como el escritor Armando Uribe, no le ven mucha utilidad porque hay mucho azar en la elección y, en el caso de las humanidades y la literatura, "tiene que ver más con el gusto". Eso explica, según dice, que en su área la entrega del premio genere tantas divisiones y polémicas.

Aunque la gran mayoría sigue activo en su área de trabajo o investigación, a varios les molesta que se asocie el premio con una invitación al retiro. "Incluso en el ambiente universitario miran a quienes lo recibimos como si nos entregaran una carta de jubilación. No te llaman para decirte: 'oye, ¿por qué no encabezas un proyecto nuevo para abrir una disciplina? Hay una visión de que estos viejos chochos, medios gagá no van a contribuir mucho más", dice Santelices. Más lapidario es el astrónomo José Maza: "Como diría Nicanor Parra, es como la primera palada de tierra. 'Usted va camino al cementerio, espérese un poquitito, le damos esto y váyase para el cementerio'".

La vida les cambió poco después de recibir el premio. Ricardo Uauy es el único que admite que tenía más expectativas. Pensó que el jurado, al revisar sus méritos, lo iba a considerar para resolver un "tema país". "Creí que me dirían: 'Con este reconocimiento usted pasará a formar parte de un selecto grupo de consejeros que va a contribuir en cómo vamos formar a los futuros médicos del país'". El médico estima que el premio podría ser reformulado para que los galardonados trabajen en orientar los programas del Estado según su disciplina y, de esa manera, pongan su inteligencia al servicio de Chile. Por ejemplo, si los desafíos prioritarios a resolver en los próximos 10 años son energía, contaminación y obesidad -por nombrar algunos- que el reconocimiento se entregue a quienes trabajan en soluciones concretas a esos temas. Según Uauy, eso generaría una pirámide de investigadores que, queriendo ganar el premio, se abocarían a las necesidades del país y sería un camino directo entre investigación y política pública. "Hoy a uno lo toman más en cuenta cuando es amigo del amigo de un ministro que cuando es premio nacional", dice.

IMPORTACIÓN DE INTELECTO

Los premios se entregan cada dos años, pero el primer año de "reinado" concentra las actividades propias de la investidura: participar en charlas que agenda el Mineduc para ellos y ellas. Como están "en la cresta de la ola" son bastante requeridos, tal como le sucede a Beatrice Ávalos, especialmente porque es la última Premio Nacional de Educación, un asunto que está siendo intensamente debatido. La llaman de escuelas, universidades, y sorprendida cuenta que hasta le llegó una invitación de la Escuela de Aviación del Capitán Manuel Ávalos Prado para hablar de evaluación docente. Si antes mandaba cartas al diario y no se las publicaban, hoy le piden que escriba columnas de opinión. "Y me llaman periodistas que no me habían llamado nunca antes... como usted", dice. Todo eso lo combina con su rol de vocera del Plan Maestro, una iniciativa multisectorial creada para mejorar la carrera de los profesores. "No tengo tiempo para nada", se lamenta entre risas.

Pero los eventos y la publicidad se acaban luego. Por eso, según el físico Fernando Lund, el premio se parece al Miss Universo: cuando se elige a la próxima, nadie se acuerda de la que ya entregó la corona. ¿Por qué no hay un rol más activo y permanente? "Porque en Chile no hay una cultura de preguntar y tomar en cuenta la opinión de gente experta", responde Lund. En vez de eso, el académico del Departamento de Física de la U. de Chile ve un exceso de ganas de querer cambiarlo todo de una vez. "La cultura, la educación o la ciencia no se pueden refundar en un día. Para eso se requiere gente con una preparación profunda, capacidad de trabajo y colaboración".

Según Sonia Montecino, el papel del intelectual -donde si no caben los Premios Nacionales, quién- ha quedado circunscrito a los espacios académicos, mientras que el espacio público ha sido colonizado por discursos sin carne ni reflexión. Un par de edificios más al norte, en el mismo Campus Juan Gómez Millas, el historiador Gabriel Salazar vive ese reduccionismo de manera literal. Su oficina, al final del pasillo en el segundo piso de la Facultad de Filosofía y Humanidades, es minúscula y más encima la tiene que compartir con otro académico. Sentado detrás de un escritorio repleto de papeles anillados que tiene por leer, Salazar dice que históricamente en Chile se ha preferido escuchar a intelectuales extranjeros. Pone como ejemplos la relación del gobierno de Eduardo Frei Montalva con la Cepal, de Salvador Allende con el sociólogo español Joan Garcés y del gobierno de Pinochet con la Escuela de Chicago y Milton Friedman. Mucho antes que eso fue el turno de las "misiones económicas": Carlos Ibáñez del Campo trajo a la misión Klein-Sacks en su segundo período para combatir la inflación y Arturo Alessandri, a la Kemmerer en 1925. Los tiempos actuales tampoco son buenos para los intelectuales nacionales, según Salazar, porque la pauta de los gobiernos está marcada por lo que dicen las agencias calificadoras de riesgo, como Standard & Poor's o Moody's. "La importación, la copia y la emulación son una enfermedad chilena y los intelectuales que piensan el país, sobre todo en Ciencias Sociales, son dejados de lado. Si premias a alguien porque su labor es sobresaliente, debería tener una función social, política o cultural", comenta.

Los galardonados dicen que hoy hay varios intelectuales "pensando el país". Pero lo hacen de manera individual, por su cuenta y con el poco tiempo que les deja el trabajo en la universidad. Sobre ese punto, el sociólogo Manuel Antonio Garretón dice que sería bueno pensar en la manera en que los premios nacionales puedan dedicarse más a las tareas específicas de su quehacer y no desgastarse en los requisitos burocráticos que imponen las universidades, opinión compartida por varios.

Además, echan de menos una institución que agrupe el pensamiento de distintas disciplinas sobre temas contingentes para que salga a la luz y colabore con la solución. "Un espacio donde la tarea que cada uno está haciendo individualmente pueda hacerse en conjunto", dice Garretón. "Una entidad superior para que ahí se piensen todas las dimesiones de los problemas nacionales en un nivel de excelencia académica", agrega Salazar. Un rol que, por una u otra razón, no están cumpliendo las academias disciplinarias que agrupan a los profesionales de una determinada área. Según los premios nacionales ligados a las Ciencias Sociales y Humanidades, algunas de estas instituciones se han convertido en centros de autobombo y tienen escasa incidencia en la vida intelectual y en la contingencia. La que concita más respeto es la Academia Chilena de Ciencias. Su presidente, el ingeniero Juan Asenjo, dice que el 95% de quienes participan en ella son premios nacionales de Ciencias y que, por su nivel, reconocimiento e inserción internacional, deberían ser una pieza clave en la implementación de políticas públicas en el país.

-¿Lo es?

-No, responde Asenjo.

-¿Cuánto pesa la opinión de los científicos en Chile?

-Poco.

-¿Por qué?

-Porque creo que el conocimiento está subvalorado.

SACARLE EL JUGO

Sonia Montecino reconoce que la incapacidad de asociarse entre ellos es también un pecado de los Premios Nacionales, lo que contribuye a que el conocimiento esté desperdigado y no tenga vasos comunicantes para que las ideas fluyan. Varios se vieron las caras por primera vez hace un mes en La Moneda.

La Presidenta Michelle Bachelet convocó a una veintena para hablar sobre la reforma a la Educación. Asistieron Beatrice Ávalos, la periodista Faride Zerán, el ingeniero matemático Servet Martínez, Manuel Antonio Garretón, el actor y director de teatro Ramón Núñez, el periodista Sergio Campos y la bioquímica Cecilia Hidalgo, entre otros. "Fue bien al estilo imperial. Me llegó la invitación a las 4 de la tarde y había que estar a las 8 de la mañana del día siguiente en La Moneda", cuenta Cecilia Hidalgo, y agrega que es la primera vez que como premio nacional le piden su opinión por un tema contingente. En la ocasión, el ministro Nicolás Eyzaguirre expuso sobre la reforma y luego cada uno podía opinar. "Nadie nos pidió que los defendiéramos, ni que saliéramos a la calle con panfletos. Si nos parecía que el tópico tratado era interesante, válido, absurdo, aberrante o encomiable, uno podía decirlo abiertamente", comenta Ramón Núñez, uno de los que se estaba repitiendo el plato porque ya había tenido un par de encuentros similares en el gobierno de Sebastián Piñera y con la propia Presidenta Bachelet mientras era candidata.

Pero invitaciones más o menos, algunos galardonados no se quedan esperando a que los llamen. "Somos premios nacionales pero también somos ciudadanos", dice Faride Zerán, quien ni antes ni después del premio ha tenido poca opinión en temas que le parecen relevantes como los pueblos originarios, la educación pública de calidad o las movilizaciones estudiantiles de 2011. Justamente estos días, desde la secretaría de Extensión de la U. de Chile, Zerán está convocando a los premios nacionales de esa casa de estudios a un debate sobre la reforma a la educación en el que el próximo martes participarán el biólogo Humberto Maturana, la periodista María Olivia Mönckeberg, Garretón, Salazar, Ávalos, Hidalgo y Martínez. "Hay que buscar espacios para densificar el debate público, que está dominado por actores políticos de poco peso", agrega Zerán y pone como ejemplo los 35 minutos que el programa Tolerancia Cero le dio a Jorge Babul, presidente del Consejo de Sociedades Científicas, el pasado domingo en su último bloque. "A muchos les llamó la atención porque su presencia iluminó un espacio de discusión. Pero eso debería ser normal".

Hoy existen algunas iniciativas de encuentro entre el mundo científico o intelectual y los que toman las decisiones. Por ejemplo, hace dos años sesiona en la sede del Senado en Santiago la Comisión de Desafíos del Futuro, instancia creada por los senadores Guido Girardi, Francisco Chahuán "y por otros tres que casi nunca van", aprovechan de acusar algunos entrevistados. Por ahí han pasado muchos científicos y se ha reforzado la necesidad de crear el Ministerio de Ciencia y Tecnología. La iniciativa es aplaudida, pero insuficiente. "Muchas leyes podrían ser mejores si la Academia de Ciencias estuviera presente de manera permanente en el Congreso para aprovechar el conocimiento que, pucha, le ha costado harta plata al país", dice la astrónoma María Teresa Ruiz. Porque aunque hay lobby político y económico, según ella, falta el "lobby virtuoso".

Para eso está trabajando un grupo de investigadores. Cecilia Hidalgo explica que la idea todavía está en el papel, pero consiste en crear algo similar al Congressional Science Fellowships, figura que existe desde hace décadas en Estados Unidos y que hace de puente entre la Academia de Ciencias de ese país y los congresistas, porque recae en científicos jóvenes, hombres y mujeres, que deben hacer seguimiento a todos los proyectos que se tramitan en el Congreso donde la ciencia tenga algo que decir.

Mientras esos esfuerzos, todavía incipientes, avanzan el que quiere ser escuchado golpea puertas. Es lo que hizo Beatrice Ávalos cuando quiso reunirse con el ministro Eyzaguirre por el contenido de un proyecto de ley sobre formación docente. En abril, fue personalmente hasta el Ministerio de Educación para pedir una entrevista. Esa vez llegó hasta Rodrigo Roco, su asesor. "Yo entendía que el ministro estaba ocupado peleando sus proyectos y la reforma", dice, pero pasaba y pasaba el tiempo y nada. Hasta que hace tres semanas se concretó la reunión y, según ella, que tuviera el Premio Nacional ayudó mucho. "Hay que usar nuestro titulito porque pucha que sirve a veces", concluye.

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