Una de las últimas ex "mujeres de confort" cuenta su historia

En 1991 Lee Hok-sun fue una de las primeras sobrevivientes que se atrevió a revelar su testimonio como ex esclava sexual de los militares japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, a sus 88 años, se ha convertido en una ferviente activista por los derechos humanos.




“Ianfu” en japonés y “wianbu” en coreano. Distintas denominaciones para las cerca de 200.000 esclavas sexuales, llamadas eufemísticamente “mujeres de confort”, que se calcula prestaron servicios de sexo forzadamente en burdeles militares instalados en los territorios ocupados por el Ejército Imperial de Japón antes y durante la Segunda Guerra Mundial. La gran mayoría de aquellas mujeres, muchas de ellas menores de 20 años, procedía de Corea, aunque también de otros países bajo control nipón en esa época como China, Filipinas, Tailandia, Vietnam y Malasia.

A siete décadas del fin de la Segunda Guerra Mundial, el tema de las “mujeres de confort” es uno de los que más roces diplomáticos sigue generando entre Corea del Sur y Japón. En su intervención con motivo del 70° aniversario de la liberación coreana del dominio japonés, la Presidenta surcoreana, Park Geun-hye, apremió nuevamente a Tokio para que resuelva la cuestión mediante compensaciones económicas para las escasas víctimas sobrevivientes, que al día de hoy llegan sólo a 47 y cuya edad media es de 90 años.

Aunque en 1993, tras la llamada “Declaración de Kono”, Japón pidió perdón por primera vez a algunas víctimas de esta práctica y en 1995 estableció un fondo para las sobrevivientes, la actual administración del primer ministro Shinzo Abe, según sostiene Seúl, ha intentado diluir el alcance de esta declaración, rehusando pagar compensaciones directas a estas ex “mujeres de confort”.

Abe, por su parte, no niega que hubiera coreanas sirviendo sexualmente cerca de los frentes bélicos en China y en el sureste de Asia, pero ha dicho insistentemente que no hay pruebas de que estas mujeres fueran coaccionadas o que las fuerzas niponas participaran en su reclutamiento.

Hasta 1991, el mundo ignoró el peso de las denuncias, pero luego de que un grupo de coreanos exigiera oficialmente al gobierno de Japón una compensación, los relatos de vida de unas 200 sobrevivientes comenzaron a salir a la luz. Uno de esos testimonios fue el presentado el 14 de agosto de ese año por la anciana Lee Hok-sun. Esta mujer pequeña, de 88 años de edad, pasó 65 años en China y sólo volvió a Corea del Sur hace 15 años. Hoy vive junto a otras nueve ex “mujeres de confort” en una Casa de Acompañamiento en Gwangjum, un tranquilo valle ubicado a una hora de Seúl.

Lee nació en 1927 en la ciudad portuaria de Busan, en el extremo sur de la actual Corea del Sur. Su familia era pobre y no podía ir a la escuela, razón por la cual fue enviada a trabajar con 14 años como empleada doméstica para una familia. “No asistí a la escuela, por eso trabajaba en otra casa”, relata la octogenaria a La Tercera en uno de los salones del Museo de la esclavitud sexual por militares japoneses, ubicado junto a la Casa de Acompañamiento en Gwangjum.

Su calvario comenzó en 1942, cuando un coreano y un japonés la secuestraron, llevándola a Yanji, actualmente en la provincia de Jilin, en el noroeste de China. “Un día que estaba en la calle y, de manera forzosa, me llevaron para usarme como mujer de confort”, recuerda. Lee dice que los hombres la agarraron y la pusieron en un tren. “Cuando paramos, me di cuenta de que habíamos cruzado la frontera con China. Fui enviada a un lugar en el que había todavía varias ‘mujeres de confort’”.

Después de esto vivió como esclava sexual durante tres años. “No sé por qué usan el término de mujeres de confort, porque fuimos allí forzosamente. Eso fue un lugar de matanza de humanos, no un lugar de confort. Hasta niñas de 11 años fueron reclutadas”, denuncia.

“En aquella época era mejor morir que vivir”, recuerda. “Un soldado japonés me golpeó. Me tiró un cuchillo. Por eso tengo una herida”, señala Lee mostrando su brazo. “Quería dejar ese lugar, pero China era muy grande. Nuevamente me agarró un guardia civil y me quiso cortar el pie. Por eso me quedó esta otra herida”, afirma, deslizando su calcetín para mostrar el rastro de esa agresión. Como resultado de las reiteradas inyecciones de arsfenamina 606, un medicamento contra la sífilis, y los tratamientos de vapor de mercurio, quedó infértil. “Tras el maltrato tuve muchas enfermedades en los ojos y los oídos”, sostiene la anciana surcoreana.

“Las mujeres no querían volver a sus casas, porque no querían que supieran que habían sido mujeres de confort”, se lamenta Lee, quien se ha convertido en una ferviente activista de DD.HH. “Los soldados insisten en que las mujeres lo hicieron voluntariamente para ganar dinero. Si fuera por ello no pediríamos que Japón pida perdón”, explica. Pero Lee aclara el foco de su lucha. “No pienso que todo el pueblo japonés es culpable, sólo el gobierno”, señala. Por tal motivo, desde 1992, todos los miércoles realizan manifestaciones frente de la embajada japonesa en Seúl.

Tras casi una hora de conversación, su condición de salud le impide seguir con la entrevista. Su avanzada edad, sin embargo, no le resta optimismo. Se despide con un “see you again”, mientras se retira a su habitación a paso lento.

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