Un sueño hecho a mano

Así se vivió el histórico título de Cobresal en El Salvador.




Son las 16.25 de la tarde y el Estadio El Cobre presenta un ambiente espectacular. Como los de antes. Dos hinchas, de unos 70 años de edad, se abrazan, pero no se dicen nada. Sobran las palabras. Con música de superproducción épica saltan los jugadores a la cancha. Sonrientes. Exultantes, conscientes de que ésta puede ser su tarde. Para Barnechea, se trata de un partido más, pero no de uno cualquiera. Los futbolistas del conjunto huaicochero no han sido invitados a la fiesta solamente para figurar.

Tras la cálida bienvenida brindada a los protagonistas, el estadio se queda inexplicablemente frío tras el pitazo inicial. La hora de la verdad ha llegado, o tal vez de las verdades, pues en Santiago está jugándose la vida otro de los candidatos.

Tal vez por eso, y porque habitamos un mundo intercomunicado, el primer gol de Católica en San Carlos cae como una lenta losa sobre el ánimo de los hinchas cobresalinos. Se diría que el silencio procedente de la galería se puede escuchar incluso en la cancha. La pelota resuena, con sordo eco, en cada rincón del coliseo. El desánimo también se contagia, y las noticias del segundo tanto cruzado terminan por sumir a los aficionados del conjunto minero en un mutismo casi sepulcral. Lo peor, sin embargo, aún está por llegar. Y es que en la primera aproximación con peligro de la escuadra huaicochera, Santander anota el 0-1 para el cuadro de la visita.

Es entonces, con su equipo perdiendo, cuando se produce la transformación, la resurrección de la hinchada minera. Hacía falta, quizás, saberse derrotados, abandonar provisoriamente la punta del torneo, para que llegase la reacción, la respuesta de un pueblo más acostumbrado que ningún otro a levantarse del polvo, a resurgir de las cenizas.

Con sus fieles entregados, el plantel responde. El gol de Escalona, anulado, no sube al marcador, pero sí el de Ever Cantero. El testarazo picado del paraguayo traslada el delirio a la grada, que celebra al borde del llanto. El remate, preciso, es del atacante, pero también de la gente de Tierra Amarilla y Chañaral, de Copiapó, El Salado y Diego de Almagro.

Lloran los bebés, asustados por el estruendo en el festejo popular de Cobresal, pero también algunos padres, llenos de felicidad y de vértigo. El título vuelve a acercarse a El Salvador.

Pero la alegría dura poco y a los 33, Joaquín Moya vuelve a dejar helado el desierto con un nuevo tanto. Así se alcanza el entretiempo. El Cobre recupera el aliento, y vuelven a dibujarse las sonrisas en los rostros de los esforzados hinchas locales. Uno de ellos, ataviado con una camiseta con una estrella bordada en el centro y una leyenda que reza "Cobresal, campeón 2015", es mirado con recelo por sus homólogos. La tarde no ha empezado según lo previsto.

"Aplauso para la región de atacama, para aquellos que lo perdieron todo por las inclemencias meteorológicas, pero que tienen un corazón de cobre y sal, y que siguen luchando. Un fuerte aplauso para ellos, por favor", exclaman por megafonía, y el auditorio corresponde con una ovación emotiva y sonora.

En el complemento, todo cambia, tal vez porque las palabras pronunciadas por los parlantes han mudado el ánimo de la hinchada; tal vez porque en las dos capitales del fútbol chileno, Santiago y El Salvador, llegan noticias que favorecen a Cobresal. Dos tempraneros goles de los vecinos del Norte Grande, Deportes Iquique, en la Precordillera, y el empate de Paco Sánchez para los albinaranjas ponen patas arriba el campamento minero.

Pendientes de audífonos

La hinchada, más pendiente por momentos de los audífonos que de lo que sucede sobre el césped, cede a un éxtasis colectivo en cuestión de instantes cuando Católica dilapida su ventaja de tres goles.

El Cobre es ahora un clamor porque los asistentes al espectáculo comprenden que en el fútbol, como en la vida, todo es posible. "¡Se le fue! ¡Se le fue!", exclaman de pronto algunos incondicionales sentados en la última fila, y El Salvador hace que la voz se propague a lo largo y ancho del estadio. Se refieren al penal malogrado por Católica en San Carlos, que precede a la señalización de una nueva pena máxima, esta vez en Atacama.

Los hinchas se dan la vuelta, no quieren verlo, pero Donoso convierte y el gol es tan importante que se refleja en las pupilas de todos y cada uno de los demás asistentes. Es un gol de todos y para todos.

Con los cascos levantados al aire en señal de victoria, celebran los mineros el trabajo cumplido, la gesta lograda. Hay rumores que matan, y la falsa alarma de un cuarto gol de Iquique hace pasar a los hinchas de la sonrisa y a la preocupación en cuestión de segundos. Pero que el marcador no se mueve también sirve a los salvadoreños.

El impasible Dalcio Giovagnoli pierde los nervios e ingresa en la cancha para abroncar a uno de sus jugadores. La tensión casi puede cortarse con cuchillo, pero los seguidores de Cobresal ya no son los mismos que se marcharon cabizbajos al entretiempo. La gente está ahora desatada, levitando casi sobre los cerros que sirven como telón de fondo.

Al pitazo final le sigue una invasión de cancha, y a ésta una invasión mucho mayor, la de Cobresal en la historia del fútbol chileno y en los corazones de los hinchas de todo el país. La gente llora, pero esta vez de emoción, en la Tercera Región chilena.

"El sueño se hace a mano y sin permiso", reza un gran lienzo situado en uno de los sectores del estadio. Así construyó el suyo Cobresal. Y terminó cumpliéndose.

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