El habitual clima de amistad, unión y competencia que quiere imponer la FIFA en los mundiales de fútbol podría contrastar con los verdaderos efectos políticos de esta justa deportiva entre los países participantes, según un estudio.

Porque de acuerdo a una investigación publicada en el International Studies Quarterly, la pasión que provoca un partido entre selecciones en el Mundial también se refleja en una mayor agresión, aumentando en un 56% las probabilidades de enfrentarse entre ellas más tarde en un conflicto, ya sea militar o político.

"Las estimaciones sugieren que ir a la Copa del Mundo aumenta la agresión de la misma forma que lo hace una revolución, y que se asemeja al efecto de elegir a un líder con experiencia militar", afirma el autor del estudio.

La investigación, realizada por el doctor en política exterior Andrew Bertoli de la Universidad de Dartmouth en EE.UU., comparó el historial de los países que participaron en las eliminatorias de la Copa del Mundo entre 1958 y 2010, tanto los clasificados como quienes se perdieron la oportunidad de jugar. Específicamente, el investigador se enfocó en países donde el fútbol es considerado el deporte más popular, y que además cuenten con estadísticas de confrontamientos militares, medido por el número de batallas internacionales iniciadas por cada uno.

En su análisis, Bertoli descubrió que los países que recién habían jugado una Copa del Mundo eran más proclives a comenzar una disputa de carácter internacional que los países que no la jugaron, aún cuando estos últimos también hayan contado con un historial similar de confrontamientos. El estudio afirma que para los países donde el fútbol es popular, la competencia internacional puede aumentar los sentimientos de nacionalismo hasta el punto de convertirse en un catalizador. Para ilustrar este punto, toma como ejemplo la "Guerra del fútbol" de 1969 cuando las tensiones existentes entre El Salvador y Honduras se intensificaron durante un partido clasificatorio para la Copa Mundial de la FIFA, así como disturbios entre ingleses y rusos durante la Eurocopa 2016.

Los resultados también son aplicables cuando los países que se enfrentan en un Mundial no tienen ningún historial de conflictos internacionales; esto puede verse en las imágenes de hinchas quemando banderas en la previa al encuentro, burlándose de los países con los que tienen una rivalidad histórica, o incluso si los países no tienen ningún conflicto de carácter internacional.

Asimismo, la investigación cuestiona el hecho que el fútbol, en su estatus del deporte más popular del mundo, debiera ser utilizado para la unión y confraternidad entre países con historial de rivalidad, tal como ocurrió con las selecciones de Corea del Norte y Sur en un partido en 2013, cuyo objetivo fue calmar las tensiones políticas y abrirle una puerta al diálogo pacífico.

Por ello, Bertoli sugiere que los países involucrados en conflictos militares o históricos simplemente no deberían competir, y que la elección de los países sede del Mundial también debería ser tomada con criterio, evitando lugares donde exista algún tipo de conflicto, como el próximo mundial de Rusia. Por otro lado, recomienda pequeños bloques regionales en las competencias eliminatorias para evitar la confrontación directa entre países vecinos.

"Debemos oponernos a realizar eventos deportivos importantes en países donde los líderes muestren una inclinación por usar el sentimiento nacionalista para aumentar el apoyo a políticas extranjeras agresivas", afirma el investigador.