Marcelo Piñeyro (1953) sabe de viajes en avión. Es más, las horas arriba de los grandes pájaros metálicos o los salones de espera de los aeropuertos le han servido para, por ejemplo, reconsiderar malas decisiones que tomó en tierra firme. Una de ellas fue cuando leyó por segunda vez la novela Plata quemada de Ricardo Piglia en un viaje a La Habana y se dio cuenta que no debería haber rechazado la primera oferta de transformarla en película. Ya de vuelta en Buenos Aires, contactó al productor Oscar Kramer y le dijo que él era el hombre para hacer el filme, gran éxito del 2000 y ganador del Premio Goya 2001.

Ahora, recién llegado de un vuelo Buenos Aires-Santiago, el responsable de algunos de los más populares filmes trasandinos de los últimos 27 años (desde Tango feroz y Caballos salvajes hasta Kamchatka) conversa en un salón de la Embajada argentina sobre películas y libros, el eje central del Tercer Festival de Cine y Literatura Fesek que ayer concluyó en Santiago. Piñeyro fue el invitado de honor del encuentro donde se dieron sus cuatro películas basadas en sus libros (Plata quemada, Kamchatka, El método y Las viudas de los jueves).

¿Cómo lo influyó la lectura en su formación?

La literatura fue fundamental en mi adolescencia y me marcó mucho, diría que para siempre. En la adolescencia, los libros son un pasaporte a otro mundo, a uno que te entiende y con el que te identificas. Hubo un par de escritoras definitivas para mi: una es Carson McCullers, con libros como El corazón es un cazador solitario, La balada del café triste y Frankie y la boda. En dos de ellos hay adolescentes de protagonistas y a uno le llegaban bastante, le tocaban la fibra y te hacían cómplice. La otra escritora que me marcó fue Marguerite Yourcenar, con Memorias de Adriano o El tiro de gracia, por ejemplo.

¿Cómo se llevan el cine y los libros?

Me parece que las relaciones entre cine y literatura van más allá de hablar de meras adaptaciones. Creo que es posible detectar estructuras literarias o narrativas en películas que no son necesariamente versiones de libros. Un caso es Pulp Fiction, de Quentin Tarantino, donde hay retroalimentación: creo que esa película se nutre de la literatura desde la estructura narrativa hasta la manera en cómo se acerca a la realidad. Y al revés, hay libros que no se entienden sin el cine, sin las referencias hacia las películas.

¿Cree que el cine está preso de la narración tradicional, del 'conflicto central" al que se oponía, por ejemplo, Raúl Ruiz?

Antes que nada soy un tipo cero por ciento dogmático. Creo que las doctrinas son un cárcel y a la larga no sirven para nada. Por esta misma razón me parece que en el cine pueden coexistir perfectamente las películas narrativas y las impresionistas. La única medida para mi es la honestidad. Creo que en el cine todo vale si quien dirige es genuino y lo hace porque cree en eso, no por seguir modas. Se nota demasiado cuando un realizador imita y no tiene voz propia. Por lo tanto, sea el cine de Howard Hawks (Río Bravo) o el de Raúl Ruiz (El tiempo recobrado), me sacó el sombrero igual pues es un cine honesto, verdadero.

¿Cómo fue la adaptación de Plata quemada, de Ricardo Piglia?

Recuerdo que me acerqué con mucho miedo al proyecto. Era una novela de Ricardo Piglia, nada menos. Me junté con él, a quien admiraba pero no conocía, y le planteé mi idea sobre la adaptación. En principio sentí que era como jugar contra el árbitro en contra, sobre todo porque lo que para mí era el centro de la película eran apenas unos pocos párrafos en la novela. Además me pasaba que al sacarle todo el gran estilo y las voces narrativas que tan bien domina Piglia y que hacen grande la novela, lo que quedaba era la historia clásica de unos tipos que hacen un asalto, todo salen mal y al final los matan. ¿Cuántas películas ya vimos que cuentan esto? Entonces lo que hice fue contar desde el inicio que estos dos trágicos ladrones amantes van a morir. Luego lo que hago es una especie de cuenta regresiva. Ricardo (Piglia) me dijo que no iba a ser un censor ni nada por el estilo, sino que iba a juntarse conmigo de vez en cuando para charlar, cenar y ver el guión. Se iba a limitar a las sugerencias, como las puede hacer un amigo. Cuando le mostré la película me acuerdo que me dio un abrazo y me dijo "gracias". Después, cuando se estrenó y salió el coro de grillos a criticarla y a decir que no se parecía a la novela y todo eso, él siempre la defendió. Eso es un gran gesto, como que también la mostrara en sus clases en Princeton.