Made in China: el éxito de los nuevos artistas de Beijing

Yue Minjun, Zeng Fanzhi y Wang Guangyi lideran la generación de creadores que dejaron atrás la propaganda del régimen de Mao.




Por décadas, los artistas en China fueron perseguidos y censurados por un gobierno acostumbrado a leer entre líneas en las novelas y a encontrar los significados ocultos de las exposiciones. Influenciado por la estética soviética, el arte oficial chino se limitó a servir de propaganda política, como un instrumento más educativo que reflexivo. Mao Zedong lo dejó claro: él no quería una "revolución artística", sino más bien un "arte revolucionario". Las vanguardias fueron marginadas y la figura de Mao se convirtió en el leitmotiv del arte oficial.

Hoy, a más de 50 años de la Revolución Cultural, la liberalización de la economía se traduce también en una apertura en las artes visuales. Los artistas chinos han entrado con fuerza al mercado global con obras cargadas de crítica social, donde la figura de Mao es incluso parodiada. Desde los 90, coleccionistas extranjeros fijaron su atención en este nuevo arte y varios instalaron galerías en el distrito 798 de Beijing, una antigua zona industrial que reúne a la vanguardia artística.

El fenómeno explotó en la última década: según cifras de Artprice, China pasó a ser el tercer mercado mundial para la venta de arte, tras EE.UU. y Gran Bretaña, y el primero en subastas de obras contemporáneas el último año, junto a EE.UU. En abril pasado, Christie's abrió su primera casa en el país: "No estar en China no tiene ningún sentido", dijo el director ejecutivo Steven Murphy. El primer remate, con obras de Picasso, Andy Warhol y artistas contemporáneos chinos como Zeng Fanzhi (1964), sumó US$ 27 millones. Este último hace sólo tres semanas marcó el récord para un artista chino vivo, al vender su pintura más famosa, La última cena (2001), en US$ 23 millones en Hong Kong. Inspirada en la clásica obra de Da Vinci, aquí las figuras religiosas son sustituidas por jóvenes comunistas con corbatas rojas, sólo uno (Judas) lleva una de color amarilla que simboliza el paso de China hacia el capitalismo.

Es un hecho, más allá de las cifras, Zeng Fanzhi es uno de los que encabeza la nueva mirada del arte chino. Sus escenas, protagonizadas por personajes de máscaras blancas, están cargadas de lecturas existencialistas. Parte de ellas, junto a su nueva producción, se exhiben hasta febrero en el Museo de Arte Moderno de París.

A Fanzhi se suma Zhang Xiaogang (1958), con obras en la colección del británico Charles Saatchi que han sido calificadas de simbolistas, al hacer una relectura de las fotos familiares de los tiempos de la Revolución China. En 2003, éstas eran avaluadas en US$ 2 millones, hoy ya superan los US$ 10 millones.

Según Melissa Chiu, directora del Museo de la Sociedad Asiática con sede en Nueva York, es cada vez más difícil definir a los artistas chinos. "Ser un artista chino hoy es más complejo de lo que era en los años 80 y 90. Es parecido a serlo en Nueva York, donde hay muchos artistas individuales en lugar de un grupo o tendencia específica", dijo a The New York Observer.

Aunque si de un movimiento se trata, el más llamativo hasta ahora es el llamado Realismo Cínico, liderado por el pintor Yue Minjun (1962), quien tiene una obra plagada de personajes clonados con una gran sonrisa en sus caras, que ha sido descrita como "una respuesta irónica al vacío espiritual y la locura de la actual China". En septiembre pasado, la Fundación Cartier de París le dedicó una retrospectiva.

Sin embargo, mientras el arte chino triunfa en la escena internacional, en su país la censura se sigue aplicando. Las autoridades permiten exhibir desnudos y escenas de sexo en las galerías, pero las obras que remiten a la situación política o social son descolgadas. El caso más emblemático es el del activista Ai Weiwei, quien luego de criticar al gobierno ha sido perseguido por las autoridades y en 2010 fue arrestado por una supuesta evasión de impuestos. Hoy, Weiwei vive en Beijing, pero sólo expone afuera, en Londres, EE.UU. o Francia.

Lo mismo le sucede a los hermanos Gao, Zhen y Quiang (1956 y 1962), quienes tienen problemas por usar la imagen de Mao en sus obras, tema que aún produce escozor dentro de China. En 2006, la policía desmontó un cuadro que mostraba a Mao bañándose en un río de sangre. Eso no los detuvo. "Los Gao" han seguido usando a Mao en esculturas, como una de 2009 que lo muestra pidiendo perdón.

Otro artista que sigue esa línea es Wang Guangyi (1957), quien usa la otrora estética revolucionaria mezclada con marcas occidentales como Gucci y Chanel. Su obra afuera ahora es revalorada: una pintura que muestra a un soldado a punto de apuñalar el logo de Coca-Cola, comprada en 1996 a US$ 25 mil, fue revendida en 2006 en US$ 1.6 millones.

Eso sí, los más jóvenes ya superaron el efecto Mao. Entre ellos está Liu Bolin (1973), quien toca el tema del rápido desarrollo económico de China a través de performances donde él mismo pinta su cuerpo, mimetizándose con escenas urbanas de Beijing, como pasillos de supermercados o la "gran muralla". En 2012, él mismo dio el paso hacia Occidente, colaborando con marcas de ropa como Valentino y Gaultier. Otra joven fotógrafa, Cao Fei (1978), usa la estética hip hop o de videojuegos para representar escenas futuristas. Ya ha expuesto en la Serpentine Gallery de Londres o el MoMa PS1 Cenert. Ahora entrar al mercado es sólo cuestión de tiempo.

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