Los pasos de Manuela Infante por el lejano Oriente

Manuela Infante
Manuela Infante retratada en el centro de Santiago, por el barrio Bellas Artes.

Desde Seúl, donde presentó Estado vegetal, la directora chilena cuenta que estrenará un montaje con Paulina García el próximo año, que vivirá unos meses en Japón y marca distancia de la escena europea: "Creer que Chile es una revoltura de problemas políticos es totalmente colonial".




Como si se tratara del preludio de una descamación más en su trabajo, la ex líder del desaparecido Teatro de Chile, Manuela Infante (1980), se enfrenta hoy a cambios de pluma y tinta, también a su propia migración. Una vez dijo: "Yo creo que si me presentas un territorio nuevo, es muy difícil que no quiera recorrerlo". Años después, sus palabras suenan como un temprano manifiesto.

Sentada en un café en Seúl, la capital de Corea del Sur, donde hace algunas semanas presentó Estado vegetal, la autora de Prat y Xuárez dice que con el tiempo se convenció de que sus obras no resuenan tanto en EEUU o Europa, y que sin embargo se han abierto paso por otros confines del planeta, como el lejano e indescifrable Oriente. Sus últimas giras lo prueban: en 2016 hizo una primera escala en Japón con Zoo (2013); en septiembre de este año llegó hasta Singapur, también con Estado vegetal, y ahora, en Corea, aún intenta explicarse cómo fue que el mismo unipersonal -que pisará el GAM desde el 7 de diciembre- terminó por representar a toda Latinoamérica en el Performing Art Market (PAMS), el encuentro escénico más importante en ese país.

"La verdad es que no lo sé, no tengo la respuesta. Quizás hay un factor sorpresa en todo esto", dice. "Este es un público muy difícil, muy inexpresivo, pero creo que cuando desde lugares tan lejanos como Asia piensan el teatro latinoamericano se imaginan una especie de estereotipo con que ni Estado vegetal ni Zoo cumplen. Es loco, porque todo este periodo mío de lo no antropocéntrico encuentra sostén en las culturas asiáticas. En Japón, por ejemplo, hay conceptos que son no antropocéntricos y que han estado allí desde siempre, al igual que en la cultura mapuche. Si uno lo piensa, ahí podría haber un cruce", agrega.

¿Por qué le interesó Asia?

Pasaron dos cosas en simultáneo: por una parte, a mí me empezó a interesar mucho Asia y vi que ellos también se fijaron en mis obras. A lo mejor hay una afinidad inexplorada, pero algo tiene que haber en los asuntos o formas que estoy trabajando y que se vinculan con Asia de maneras que probablemente no vamos a poder saber o explicar. Y por el otro, estoy un poco aburrida de lo eurocéntrico. Soy más de la idea de romper y empezar a establecer ese otro vínculo por atrás del mapa, como yo le llamo. La de América y Asia es una relación que está igual de cerca, si no más, que la que hay con Europa, y la verdad es que no la hemos recorrido nada. Es una especie de callejón B, y eso me atrae.

Ronda la idea de que Europa perdió terreno, que Latinoamérica es la nueva tierra fértil. ¿Lo cree así?

Siempre he sentido que la mirada europea del teatro latinoamericano es súper sesgada, que busca cosas. En principio fue folclor, y luego temas de memoria, dictadura y política. Por alguna razón los asiáticos no lo están viendo así, como si le hicieran el quite a esa mirada. Porque creer que Chile es una revoltura de problemas políticos, como si permaneciéramos en los 80, es totalmente colonial. Más allá del teatro, para mí es súper clara la pulsión de que hay mucho más que ver y pensar en Sudamérica que en Europa, y me llama la atención que algunos sigan apuntando hacia allá. Ese deseo de querer ser reconocidos en Europa me parece una pelotudez.

Migrar y poner pausa

Tras desmontar Zoo en Kioto, Manuela Infante recorrió Japón durante un mes. "Quedé maravillada con algo que ni siquiera veía. También me interesó mucho su teatro tradicional, y fue ahí cuando empecé a planificar cómo permanecer más tiempo. De hecho, pretendo vivir allá el segundo semestre del próximo año. Estoy postulando a varias residencias, y es algo que tengo decidido hacer", cuenta.

Durante ese viaje conoció al dramaturgo Yudai Kamisato (1982), descendiente de peruanos y nacido en Lima, aunque radicado en Japón. Junto a él estrechó, además de una amistad, un lazo artístico que el próximo año podría lucir sus primeros frutos: "Estamos intentando armar algo", adelanta Infante. "Chile y Japón tienen muchas cosas en común: los dos son países que cargan con la marca de haber sido experimentos norteamericanos, y por otro lado, Japón es un país de volcanes, terremotos y mucha costa, igual que Chile. Yo creo que compartir el Pacífico no es hueveo, y por eso me gustaría agarrar a Yudai y buscar esos puntos que nos unen sin saber todavía cuáles son", agrega.

Su futura partida a Japón dejará en suspenso, al menos por ahora, el estreno de Éxodo, el espectáculo con que se inauguraría la segunda etapa del GAM a comienzos del próximo año. Será un coral con 100 cantantes en escena, y que encuentra su impulso a partir de la desertificación de los suelos en todo el planeta. "Es una obra que tiene el foco bien puesto en la música", cuenta Infante. "Lo está escribiendo Diego Noguera y está seteado en un futuro cercano en el que los desiertos avanzan de tal manera que la gente intenta salir de ellos y no alcanza a hacerlo, porque el desierto va más rápido. Es una fila infinita de gente que se está yendo, y tiene un tono medio futurista y de ficción, una onda muy Mad Max", agrega. Aún sin fecha clara, el montaje debutará en la gran sala del GAM dentro de dos años, según su directora.

En paralelo, Infante acaba de rematar dos guiones: el de Evasión, la cinta de Cristián Jiménez (Bonsái) sobre la fuga de 49 presos políticos desde la ex Cárcel Pública en 1990; y el del primer largometraje de la realizadora chilena Francisca Alegría, ganadora del premio al Mejor cortometraje en Sundance este año con Y todo el cielo cupo en el ojo de la vaca muerta. Hoy está a punto de terminar un tercer libreto, el de una serie chileno-finlandesa a cargo de la productora Parox sobre el rol de los diplomáticos europeos en el asilo político en dictadura.

Por si fuera poco, la autora de 37 años volverá a los escenarios a comienzos de 2018, en el GAM, por primera vez a cargo de la dirección de un texto ajeno: "Paly García y Valentina Muhr (Las analfabetas) me ofrecieron dirigir una obra del alemán Roland Schimmelpfennig", cuenta. Se titula Idomeneus, y narra la historia del rey de Creta, quien tras la guerra de Troya sacrificó a su hijo. "No tengo la práctica de dirigir textos que no son míos, y eso me desafía a hacerlo", dice.

Y luego de Estado vegetal, ¿volvió a sentarse a escribir?

No, y creo que el próximo año es muy probable que sea uno de pausa, sobre todo pensando en esta residencia en Japón. La verdad es que nunca dejo de escribir, pero mis textos siempre toman tiempo, y nunca sé cuánto realmente.

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