Los hinchas y su vida en un clásico

El desafío era el siguiente: infiltrarnos en las barras de los dos equipos que se disputaron el esperadísimo clásico del domingo pasado. Lo logramos. Con los colocolinos partimos temprano en Metro. A los hinchas de la U. de Chile los acompañamos desde la larga caminata que hicieron hasta el Estadio Monumental. Esta es la historia de cuatro horas entre fervientes fanáticos.




13.30
El clásico se jugaba en otra cancha, pero ellos habían llegado hasta el Estadio Nacional, porque el culto pagano del fútbol está formado por ritos y aquí, en la barra oficial de la Universidad de Chile, los ritos mandan.

Y a veces, como hoy, también se celebran.

Esa tarde, ese domingo 30 de octubre, se cumplían 20 años de un acto de rebeldía que había institucionalizado la hinchada del bulla: la caminata desde el estadio que arriendan y que sienten propio en Ñuñoa, hasta el Monumental, que como repite un chuncho, un fanático terminal de la "U", no es otra cosa que "el 'hoyo' pestilente de Macul donde se esconde el Colo".

El Colo Colo, según enseña la fantasía azul, no sólo es su archirrival, sino también "un equipo que se benefició con Pinochet". Los azules lo cantan en estos momentos: que el equipo que enfrentan hoy fue construido con platas donadas por Pinochet para "mantener quieto al pueblo". A minutos de partir hacia Pedrero, un grupo lo grita:

-Vamos a romper, vamos a romper, vamos a romper, el estadio de Pinochet.

Llegaron 2.000. Quizás 2.500. Llegaron desde Santiago, pero también desde Temuco, Concepción, La Serena, Iquique y Antofagasta. Hubo incluso un muchacho al que todos se refieren como el Mortus, que hizo dedo desde Punta Arenas durante seis días para poder estar aquí. En esta caminata de siete kilómetros, para llegar a ese estadio donde la "U" no gana desde hace 10 años.

14.15
La marcha hasta el Monumental, como idea, no es sólo la demostración física de que a la barra de la "U" no le asusta Pedrero. Es también una forma de protegerse. Porque es más seguro que 2.500 entren juntos a un estadio donde no los quieren, a que cada uno llegue por su cuenta exponiéndose a encontrarse con la otra hinchada en estado de completa minoría.

Los azules no caminan solos: hay un contingente de Carabineros que los escolta y que les repite, una y otra vez, que no pueden tomarse la calle. Que deben caminar por la vereda. Ese tira y afloja se repite durante todo el trayecto, con uno que otra piedrazo que llega desde la distancia y con uno que otro insulto si distinguen a un colocolino.

La caminata también tiene etapas: como el cuello de botella formado por carabineros que deben pasar en Avenida Macul y la tradición de ponerse las mascarillas al pasar por la rotonda del mismo nombre. No se las quitan hasta llegar al Monumental. La casa de Colo Colo, para un chuncho, es "una construcción hedionda". Un territorio donde no se puede respirar.

15.00
Los vagones del Metro que van hacia el Estadio Monumental pasan llenos por Estación Baquedano. Quedan dos horas para el clásico, pero entrar por una de las puertas del tren subterráneo ya supone un problema. Hay que empujar como en cualquier hora peak de un día laboral. La diferencia es que en lugar de maletines, la gente sostiene latas de cervezas. En lugar de trajes y corbatas, hay camisetas y gorros de Colo Colo. Y la gente que lleva la insignia del indio estampada en algún lugar del cuerpo, está cantando. Como si el partido se estuviera jugando aquí adentro.

El tren todavía no ha dejado Baquedano y un carabinero de civil entra con una luma a uno de los vagones. Los cantos paran. El hombre entra y sale por las diferentes puertas del tren, buscando al autor de alguna fechoría. Cuando el Metro parte, se retoman los cantos y los pasajeros-hinchas empiezan a saltar. Los vagones, que tienen ruedas de goma, se mueven de arriba abajo. El conductor se detiene. Los chicos entienden el mensaje y paran de saltar.

El tren avanza hacia el Monumental y todo es puro canto: dicen que a las madres (o mamis, como llaman a los hinchas de la "U") les costó 25 años ser campeón, que en ese tiempo el albo fue tricampeón, supercampeón. Cantan y mojan la garganta con un poco de cerveza.

El trayecto sigue y, mientras una mujer -que claramente no va al clásico- lee concentradamente Los detectives salvajes, de Bolaño, tres veinteañeros con camisetas de Colo Colo discuten sobre la mejor manera de encontrarse con "mamis" camino al estadio. Finalmente, deciden bajarse una estación antes, en San Joaquín. Apuestan a encontrarse con algún hincha azul en las calles que desembocan en el Monumental.

El tren llega a Pedrero, la estación más cercana al estadio, y los hinchas bajan en tropel. Hay adrenalina, ansiedad, ganas de comerse el mundo, de tragarse al rival sin masticar. Todos bajan apurados por las escaleras; algunos gritan pachotadas al aire.

Afuera, comerciantes ambulantes venden banderas, chapitas, poleras.

-¿Cuánto vale el gorro?- pregunto a uno de los vendedores.

-Luquita.

-Deme ése- le digo, apuntando a un gorro que dice en letras negras "Eterno Campeón".

Por mil pesos, ese pedazo de tela sería mí seguro de vida por el resto de la jornada.

Salgo a Vicuña Mackenna con Marathon. Para llegar al codo asignado en mi entrada (galería Lautaro, al lado de la Garra Blanca), necesito dar la vuelta casi completa al estadio. Primero, debo pasar por dos anillos de seguridad y mostrar mi entrada y mi carné de identidad a Carabineros. En el segundo anillo, en Exequiel Fernández, se producen complicaciones. La fila es separada entre hombres y mujeres. Algunos hinchas ignoran la fila y Carabineros reacciona con empujones.

Un tipo de sombrero y torso desnudo empieza a cantar, tratando de contagiar al resto. No le resulta.

Con el gorro de Colo Colo sobre la cabeza, me acerco al último cordón de seguridad. Un corralito largo de metal -que recuerda a los que se usan para esquilar ovejas en el sur- que lleva a la entrada misma del estadio. Hay que mostrar otra vez la entrada y el carné. Un carabinero me pregunta si llevo encendedor. No, le digo. Y me hace pasar sin revisarme. A pocos metros está la entrada para la galería Arica, la de la Garra Blanca. Allí, cinco hombres con notebooks chequean la identidad de los barristas. Sólo hinchas empadronados y socios de Colo Colo pueden ingresar a ese sector.

15.30
Nadie que no fuera de la barra de la "U" puede acercarse al sector de Magallanes. Nadie. Y menos aún alguien que lleva puesta una polera blanca y en la mano una entrada para el sector de Galvarino, el codo colocolino ubicado a la derecha de la hinchada visitante. Por eso, cuando me acerco hacia donde están los azules, un tipo siente que debe marcar territorio.

-¡Oe zorra culiá!

Le digo que no tengo monedas. Entonces el tipo, que habla un coa penitenciario y me llamaba 'zorra' -que es como los chunchos les dicen despectivamente a los del Colo- llama al resto de sus amigos.

-¡Oe, oe, este es una zorra culiá! ¡Saquémosle la chucha!

Desde el fondo, de esa pared por Departamental donde los barristas de la "U" hacen fila para entrar sus trapos, sus bombos y sus torsos desnudos con tatuajes pandilleros, dos tipos se acercan. El asunto sólo queda en amenazas.

Poco después de eso, la hinchada de la "U" entraría al Monumental en medio de gritos, pifias, insultos. Lo haría cantando que aquí venía la barra de 'Los de abajo', la que saltaba en el tablón. Aunque antes pasarían dos cosas. Primero, un grupo de cuatro adolescentes sin polera, que parecían un símil colocolino de los Wachiturros, hicieron el amago de ir hasta donde estaba la hinchada de la "U" para armar una pelea. Y lo segundo, después de eso, fue que Priscila, una encargada de seguridad que custodiaba la entrada al sector de Caupolicán -el codo a la izquierda de Los de Abajo-, después de ver que todos los hinchas con entradas para Galvarino que venían desde Marathon no podían pasar, dejó que ingresaran a Caupolicán.

Priscila, les guste o no a los cuatro Wachiturros, ayudó a prevenir una pequeña masacre.

16.15
Una vez adentro del codo Lautaro, es claro que este sector es una extensión de la Garra Blanca. Casi no hay familias. Tampoco mujeres. Debe haber, como máximo, una cada 15 ó 20 hombres.

El ambiente es más de concierto de reggeatón. En el aire flota una nube de marihuana. Los tipos visten zapatillas de marca, pantalones pitillos, se hacen peinados "sopaipilla" y varios lucen tatuajes. Si Don Omar o Daddy Yankee salieran a la cancha en lugar de los jugadores, no parecería tan extraño.

Decido sentarme cerca de la escalera, tirado hacia el sector Cordillera del estadio. Aunque hay una reja que nos separa, a 10 metros hay carabineros de Fuerzas Especiales y guardias de seguridad. Falta todavía para el partido y el ambiente es más relajado que afuera. Por los parlantes del estadio suena "Macabeo eres tú, tu mujer te dominó". La gente canta a coro.

-¿Qué hora es oiga?- me pregunta un Daddy Yankee de unos 18 años.

- Las cuatro y cuarto-.

Me mira fijo. Y luego suelta: "Shiaaaaa". Salvo por otro hincha que me pidió un papelillo, nadie más me hablaría en el estadio.

Hay una temperatura de unos 25 grados, pero en cada asiento de hormigón armado del sector Lautaro se siente como si fueran más de 50. Es imposible quedarse mucho rato sentado sin quemarse.

En el sector Tucapel, entre tribuna Océano y la Garra Blanca, hay un cartel que dice: "Herrera Asesino", en referencia al accidente que tuvo el golero manejando su auto y que mató a una universitaria en diciembre de 2009. Cuando sale la "U" a la cancha, todo el estadio le canta que aprenda a manejar.

17.00
Hay algo carcelario y sumamente sodomita en el discurso de una barra brava. Hay cánticos, por ejemplo, que dicen cosas como querer 'tirarse' al rival 'sobre el tablón'. En las gradas, antes del partido, 20 personas del sector Caupolicán se acercan al enrejado donde están los 3.000 hinchas de la "U" para bailarles mientras mecen una de sus manos sobre sus genitales. Según ellos, eso es como decir que a los del Colo Colo los chunchos les hacen sexo oral.

Los gestos y la mecánica del sometimiento no pararían ahí. De hecho, seguirían muy pronto, apenas Charles Aránguiz, a los cinco minutos del primer tiempo, convierte por penal el 1-0. No sólo vinieron más gritos. También vino esto: un hincha de la "U" que forma un círculo con el índice y el pulgar de su mano izquierda, y penetra ese círculo imaginario una y otra vez con el índice de la derecha, amenazando a los hinchas colocolinos al otro lado de la reja.

Después de eso vinieron los tiempos muertos del fútbol: el partido trabado, el Colo Colo torpe y la Universidad de Chile que administra la desesperación de un rival con más vergüenza deportiva que ideas. Vienen las expulsiones en contra de la "U", el penal a favor del local, el empate que marcó Esteban Paredes, el fin del primer tiempo y 20 tipos sin polera en Caupolicán que mecen sus manos sobre sus genitales en la cálida tarde de Macul.

En el entretiempo, en el sector Lautaro, los colocolinos van al baño. Regresan totalmente mojados. Un hincha maceteado pasa a llevar a varios con su cuerpo empapado en agua fría, dejando húmedas las poleras de sus vecinos. No pide disculpas. Aquí nadie pide disculpas.

18.00
Hay muchas cosas que la televisión no muestra en un Superclásico. Cosas como los vasos de plástico que la gente les tira a los jugadores de la "U" mientras hacen el trabajo precompetitivo al costado de la cancha, los escupos que recibe Francisco Castro cuando va a patear los tiros de esquina y al colocolino que hizo el amago de tirar una piedra sobre la reja de Caupolicán.

También hay mitos que una transmisión en vivo oculta. Por ejemplo, que las hinchadas cantan durante todo el partido. La barra de la "U", que organizó su espacio en el sector de Magallanes como una suerte de galería penitenciaria donde cuelgan lienzos y algunos hinchas se encaraman sobre las rejas, se escucha, por sobre todo, después de un gol a favor o en contra. Pero en los momentos del domingo en que la "U" tenía a nueve en la cancha corriendo contra 11, desde Magallanes salía un murmullo indescifrable, porque el resto, los 35.000 hinchas que habían llegado al Monumental confiando en una victoria, metían un ruido ensordecedor. Un ruido que no dejaba espacio para otro ruido más y que reventó en el minuto 60, cuando Paredes le ganó un cabezazo al arquero Jhonny Herrera y selló el 2-1.

Ahí vinieron los minutos más silenciosos de Los de Abajo. Los espacios en que todo un estadio les gritaba cosas y no había más posibilidades que los duelos entre personas. Cosas como que un barrista azul le dijera a un colocolino que estaba muerto y que se veían a la salida, mientras el colocolino le bailaba con pasos de burla.

En la hinchada local todo es celebración. Varios se empiezan a subir al alambrado. Hay hinchas sobre la reja en Galvarino, Cordillera, Lautaro y en Arica, el sector de la Garra Blanca. Muchos de estos encaramados no superan los 13 años. Incluso, en el área reservada a la Garra Blanca…, donde se supone que no se permite el ingreso a menores de 18.

19.00
La reacción llegó tarde. La euforia también. Como si ni siquiera la barra de la "U", que tiene canciones que llevan por título "Esta hinchada se merece un monumento", pudiera creerlo. Porque el gol del empate llegó cuando agonizaba un partido que sufrió 12 minutos de alargue y porque la ejecución misma del 2-2 parecía un capricho que alguien jugaba contra Colo Colo. Fue así: un centro al área de Marcelo Díaz, que el paraguayo Osmar Molinas desvió a su propio arco.

Y entonces, cuando la pelota ya se quedaba quieta en el arco de Colo Colo, la barra de la "U" volvió a escucharse en Macul, porque todo el resto era silencio. El resto, lo que quedaba en los otros sectores del estadio, era un mar de colocolinos mudos que dejaron su casa masticando un empate que en las tripas sabían que la historia dejaría como derrota. En el sector Lautaro, uno de los pocos exaltados les gritaba a los rivales azules: "¡Muéranse. Muéranse todas, mamis!".

Por eso se fueron rápido, esquivando las peleas en el sector de Rapa Nui y los tacos fuera de Pedrero. A la salida, una mamá le aclara a su hijo, sin mucha convicción, que Colo Colo empató, no perdió.

Más allá, fuera del estadio, un grupo de colocolinos tira piedras en dirección a la zona del Monumental donde los hinchas de la "U", aún adentro, celebran el empate inesperado. 

Los azules esperarían encerrados en Magallanes durante 45 minutos más, cantando que esa barra, la única que ahora se escuchaba en Macul, era la de ellos: la hinchada del león.

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