Las novelas de la violencia

La guerra contra el narcotráfico ha dejado miles de muertos en México. También un puñado de libros que reflejan el horror: drogas, crímenes y poder.




Cruzó 18 veces la frontera con EE.UU. De noche, con lluvia y sin ella, agazapado, siempre huyendo de los patrulleros. Valente Montaño ya no volverá a hacerlo. Ahora está de vuelta con ahorros suficientes para montar un negocio en su pueblo, al norte de México. Valente quiere instalar una pizzería con su familia: cree que es lo que hace falta en San Gregorio. Pero su hijo tiene dudas: "Ya empieza a haber terror en el pueblo. En los alrededores están matando gente para luego colgarla de postes y árboles. En una de ésas a nosotros nos matan y nos cuelgan si ven los delincuentes  que este negocio crece", le dice. Valente superó peligros y riesgos de todo tipo en la frontera, y no sospecha que el infierno  lo espera en casa.

Valente Montaño es el protagonista de El lenguaje del juego, la novela póstuma de Daniel Sada (1953-2011). Nacido en Mexicali, Baja California, Sada es el narrador de la frontera y en su último libro hace un retrato de los problemas de la región: migración ilegal, crímenes y narcotráfico.

Como aquella, hay numerosas novelas que se ocupan de la violencia en México, país que ha perdido más 100 mil vidas producto del narco en los últimos 10 años. El testimonio más reciente y estremecedor es el asesinato de 43 estudiantes en Ayotzinapa.

"En febrero murió María de la Luz Romero. Tenía catorce años, medía un metro cincuentaiocho, tenía el pelo largo hasta la cintura, aunque se lo pensaba cortar  uno de esos días, tal como le había confesado a una de sus hermanas", escribe Roberto Bolaño en 2666, obra también póstuma. En ella relata los femicidios en Ciudad Juárez y, con una frialdad  kafkiana, recrea los informes forenses que le facilitó el periodista Sergio González Rodríguez.

Cronista e investigador, González (1950) hizo una escalofriante investigación del caso en Huesos en el desierto. Luego abordó las decapitaciones a manos de la mafia, siempre desde la no ficción, en El hombre sin cabeza.

Una mirada desde dentro es la que intenta Yuri Herrera (1970)  en su aplaudida novela Trabajos del reino. El libro relata la historia de El Lobo, un chico sin educación ni recursos, sin futuro, pero con el talento de componer corridos. El Lobo conoce al Rey, un capo magnético y brutal, quien lo recluta en su mundo y lo convierte en El Artista. El músico es el nuevo favorito del Rey y relata la vida al interior del cartel con admiración. Hasta que se asoma al verdadero rostro del capo y comprende que para aquél su vida, como la de muchos, vale poco: "Tú eres un soplido, una puta caja de música, una cosa que se rompe y ya, pendejo".

Similar punto de vista desarrolla Luis Felipe Lomelí (1975) en su novela Indio borrado. Es la historia de El Güero, un adolescente de un barrio marginal de Monterrey, que crece junto a su pandilla, entre la pobreza, los narcos, los  jefes explotadores y un padre abusador. Llegará el momento en que El Güero y su pandilla, Los Rats, decidirán tomarse su territorio, se enfrentarán con otras bandas y el protagonista buscará una venganza personal. "Monterrey en ese sentido es muy parecida a Medellín, donde empezó el sicariato -dice el escritor-. Un chavito regiomontano puede empezar trabajando para un patrón, pero a la larga querrá independizarse".

El matrimonio ilegal de drogas y poder político es lo que retrata a su vez el periodista Jorge Zepeda Patterson (1953) en Los corruptores, "una especie de fresco sobre cómo opera la clase política", donde desfilan ministros, narcotraficantes, policías corruptos, mercenarios y hackers.

En la forma de novela negra, dos libros son clásicos del tema: Balas de plata, de Elmer Mendoza, y El poder del perro, enorme retrato de la corrupción, la impunidad y el crimen de los carteles, del norteamericano Don Winslow.

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