Las marcas de un sobreviviente

Héctor Herrera fue el único miembro de la Brigada Santa Julia que salvó ileso de la tragedia de Carahue. A un mes exacto del incendio que le quitó la vida a siete compañeros y dejó a otros dos heridos de gravedad, Herrera repasa por primera vez, en detalle, el día fatal de la tragedia. Y cuenta lo que ha estado haciendo para poder dejarla atrás.




"Rodrigo, ayúdame", le dijo Héctor Herrera a Rodrigo Cifuentes, su amigo muerto en el incendio de Carahue, mientras nadaba en medio del mar, frente a Talcahuano. Fue el domingo pasado. A pesar de que no era un novato en triatlón, por cada brazada que daba, Herrera tragaba un poco de agua y comenzaba a desesperarse. A pesar de que había dedicado 16 de sus 28 años a estas competencias, era la primera vez que le tocaba nadar en mar abierto. Y la experiencia lo estaba matando.

Tenía miedo y estuvo a punto de salirse del agua. De abortar. Le pidió a un rescatista sacarlo de allí si lo veía perder el ritmo.

En ese momento preciso fue cuando recordó la tragedia.

Siete de sus compañeros de la Brigada Santa Julia habían fallecido en un incendio forestal en Carahue. Otros dos habían quedado con quemaduras graves; mientras él, Héctor Herrera, fue el único que pudo salvarse de las llamas, ileso, sin marcas en su cuerpo. Herrera era el brigadista número 10.

Justo ahí, en el mar, con su estómago lleno de agua salada, decidió invocar a sus compañeros. "Rodrigo, ayúdame", repitió como un mantra mientras braceaba y empezaba a agarrar ritmo.

Héctor Herrera no necesitó que el rescatista del bote lo ayudara. Y aunque no llegó entre los puestos de avanzada, pudo terminar los 1.2 kilómetros de la etapa de nado. En el trote y la bicicleta, su fuerte, recuperó posiciones, con los apellidos de sus compañeros fallecidos en su camiseta. Terminó la triatlón en el sexto lugar.

"Quería llegar al podio por ellos, pero el mar me lo impidió", dice.

Necesitaba hacer algo más por sus compañeros muertos.

INFIERNO EN CARAHUE

Herrera repetía el nombre de Rodrigo Cifuentes en Talcahuano por una simple razón: era su compañero de trote en su brigada.

"Apenas escuchaba que abría mi puerta, a las seis y media de la mañana, salía detrás mío. Era un gran corredor. Por eso, cuando dijeron que había un desaparecido y que era Cifuentes, yo estaba seguro de que había sobrevivido. De alguna forma, fue el que más cerca estuvo de quedar con vida. Lo encontraron a unos 350 metros de donde estaba el resto, a unos cinco metros de un arroyo. Posiblemente, nunca vio el agua a raíz del humo", explica.

Herrera habla con su uniforme de brigadista puesto, mientras el viento pasa entre un pequeño bosque de eucaliptus quemado en las afueras de Angol, ciudad donde vive con su madre y cuatro hermanas. A diferencia de sus compañeros de brigada, que usaban chaquetas naranja, Herrera lleva puesta una amarilla, que lo identificaba como jefe de cuadrilla. Una de las labores principales de su puesto era la seguridad de su grupo. Esto significaba que, en un incendio complicado, debía asegurarse de que todos abandonaran el lugar antes que él. El color de su chaqueta bien pudo salvarle la vida.

Herrera explica por qué: "El incendio en Carahue parecía controlado cuando llegamos en helicóptero, a las 8.45 de la mañana, desde Santa Julia. No había viento y veíamos sólo humo: parecía un incendio común y corriente. Pero alrededor del mediodía, el viento empezó a aumentar a unos 25 ó 30 kilómetros por hora. En muy poco tiempo las llamas nos encerraron. La idea era salir por el cortafuego en el que estábamos trabajando".

Todos pasaron con relativo éxito, pero Herrera vio cómo Gonzalo Contreras, el último brigadista en pasar, se quemó al saltar. El le gritaba que lo intentara, pero ya era tarde. Con su cantimplora mojó su mascarilla y saltó hacia el lado opuesto, por un lugar en que las llamas no eran tan altas. "En todo momento pensaba que mis compañeros estaban a salvo y que el complicado era yo. Al otro lado me encontré con una brigada de Temuco que venía corriendo. Tres de ellos rondaban los 60 años y se veían muy cansados. Las llamas nos encerraban y yo los tenía que apurar. Nuestra única opción para salvarnos fue subir por una quebrada. De quedarnos abajo, moríamos calcinados".

Pero también pudieron haber muerto arriba: fue clave que uno de los brigadistas no soltara su motosierra. Así pudo talar árboles para que se posara un helicóptero. "En tierra, tarde o temprano, el fuego nos habría alcanzado". 

Herrera no tenía en sus cálculos lo que vendría después. Contreras, el último de los compañeros que había visto en Carahue, llegaba a la explanada con heridas graves. Su piel, dice, parecía una figura de cera que se había derretido.

"Fue impactante verlo así, pero fue más impactante lo que me dijo: que esperándome a mí, el fuego había alcanzado al grupo, que probablemente muchos habían fallecido. Volamos juntos al hospital de Temuco y al llegar se confirmó por radio el nombre del primer compañero muerto: Marcelo de la Vega. Lo habían reconocido por su chaqueta roja de jefe de brigada".

EL MAESTRO DE LA VEGA

Héctor Herrera admiraba a Marcelo de la Vega. Ambos lideraban la Brigada Santa Julia. De la Vega era su mentor. "Para el Año Nuevo, sin motivo alguno, le mandé un mensaje de texto diciéndole lo importante que era para mí. Con los brigadistas éramos como una familia".

Este año tenía planes de irse con De la Vega a trabajar durante la temporada de verano en Portugal. Su jefe llevaba años combatiendo incendios forestales fuera de Chile. El viaje era el sueño de Herrera y sería su primera vez en Europa. Además, la oferta era tentadora: trabajar por cuatro meses, ganando $ 900 mil mensuales, con los gastos pagados y un día libre cada seis. "Los sueldos te los dan hasta el final, entonces te devuelves con 3 millones y medio a Chile".

Herrera explica que el contrato era demasiado atractivo para un brigadista chileno, que acá gana tres veces menos que en Europa, trabajando 12 días seguidos por cada tres días libres. 

Pero a pesar de los sueldos más bajos, la Brigada Santa Julia era especial. Por ser jefe de cuadrilla, Herrera podía acceder a una habitación para él solo en la base. Y sus días transcurrían con los trotes matinales con Cifuentes, tallando helicópteros de madera después de almuerzo y jugando a la pelota a los 8 de la tarde, tras la cena. Cuando tenían que salir a combatir algún incendio, también lo disfrutaban. "Este oficio es raro. Los primerizos siempre dicen que es debut y despedida en las brigadas. Pero vuelven al año siguiente".

VENCER EL MIEDO

Herrera no tiene sueños ni pesadillas con sus compañeros fallecidos en Carahue. Tampoco ha desarrollado lazos con sus familiares, aunque sí estuvo en todos los velorios que pudo.

"Aunque sentí culpa al principio, mis colegas me han hecho entender que no es mi responsabilidad que mis compañeros me esperaran", dice. Para sobrellevar el shock, le dieron licencia hasta el 14 de febrero. Ese día lo verá una sicóloga y le dirá si está en condiciones de volver a la Brigada Santa Julia. Y él está dispuesto, aunque confiesa miedo: "Pero puedo vencerlo saliendo de a poco a los incendios".

Lo más complicado fueron las primeras dos semanas después de la tragedia. Herrera estuvo días completos respondiendo preguntas a la PDI, a la Asociación Chilena de Seguridad y a la empresa subcontratista de su empleador, Gerardo Cerda, que provee de servicios a la Forestal Mininco, dueña del bosque incendiado. "En la empresa me apoyaron, pero también me llegaron comentarios de gente que me conoce poco, que cree que yo dejé botados a mis compañeros. Eso dolió".

Su catarsis llegó con el deporte.

Todas las mañanas se levanta a las cinco y media, para correr por los caminos rurales de Angol. Entrena hasta el mediodía. Luego almuerza, descansa y a las 19 va a un gimnasio, a hacer pesas y seguir corriendo. Termina a las 21.30.

Cerca de su casa hay una pista de aterrizaje. Desde ahí salen aviones y helicópteros a diferentes incendios en la zona. Herrera odia ese sonido, porque lo lleva de vuelta a Carahue. Y por ahora, quiere estar lo más lejos posible de cosas que le recuerden la tragedia. Pero hay una excepción: aún conserva la mascarilla que le salvó la vida ese día. "Es lo único que no voy a devolver a la empresa cuando me vaya", dice Herrera, con el bosque de eucaliptus calcinado a sus espaldas. "No la voy a devolver. Aunque lo descuenten de mi sueldo".

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.