Joyas, rarezas e inéditos: los manuscritos de César Soto

Poeta y librero, es el mayor coleccionista de la poesía chilena: tiene originales de textos clave de Neruda, De Rokha y Parra.




Pocos días después del golpe de 1973, un ex funcionario de la embajada de Chile en Francia se contactó con César Soto, por entonces un estudiante de Filosofía con un interés especial en los libros. Quería venderle una pequeña parte de la biblioteca que había pertenecido a Pablo Neruda en su etapa de diplomático en París. Por suerte, Soto dijo sí. Entre los libros, había un documento invaluable: el telegrama con que la Academia Sueca le avisó que había ganado el Premio Nobel de Literatura, con apuntes manuscritos del mismo Neruda precisando que su nombre ya no era Neftalí Reyes como creían los suecos. Fue más que suerte. Fue el inicio de un destino.

Parte de una especie en extinción en un época digital, Soto (62 años) es un poeta que vive en una casa de San Miguel rodeado de libros viejos, algunos valiosísimos, varios impresos hace siglos. Su librería América del Sur -antes ubicada en la calle Merced, hoy sólo viva en internet- ha sido una plataforma para transar incunables y títulos raros por el mundo. Ha jugado al trueque con Umberto Eco, ha vendido manuscritos persas en Londres, ha hallado en laberínticas librerías de Italia primeras ediciones de Galileo. Ha llegado a pagar más de 250 mil dólares por un solo libro. Una forma de vida, también una obsesión: Soto es dueño de probablemente la más importante colección de manuscritos de poesía chilena. Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, de todos tiene páginas de su puño y letra. De Neruda tiene cientos.

A principios de año la Fundación Pablo Neruda publicó una edición facsimilar de los mecanografiados originales de Canto general, reproduciendo precisamente papeles del archivo de Soto. Es posible que la asociación se repita: en las últimas semanas ha estado en conversaciones para publicar con la entidad una docena de cartas desconocidas del poeta dirigidas a su segunda esposa, Delia del Carril. "Es más de lo que nadie tiene. Hay dos cartas escritas en la clandestinidad, en 1949. Otras desde Capri, Hungría, Checoslovaquia, París, en algunas está ya con la Matilde (Urrutia). También tengo la última, cuando se despide de Delia", cuenta Soto.

LIBRERO RETRAIDO
Todo se inició con el telegrama del Nobel. "Esa podría ser la primera pieza en mi historia como coleccionista. En ese momento yo tenía 22 años y no tenía idea qué iba a hacer con mi vida", cuenta Soto. Aunque algo intuía. Tras el golpe, empezó a visitar remates de antigüedades, especialmente aquellos que anunciaban bibliotecas. No era raro que encontrara algún atlas del naturalista Claudio Gay, por ejemplo. Una vez compró una Antología de De Rokha con su firma, que aún guarda. Luego cruzó a Argentina, después fue a Europa y empezó frecuentar las ligas internacionales del negocio de los libros antiguos.

Con el cambio del dólar a su favor, Soto compró -y luego vendió- en Europa libros imposibles. Por ejemplo, Siderius Nuncius, de Galileo, el primer tratado de astronomía moderna, impreso en 1610. También un ejemplar intacto de la Historica Relación del Reino de Chile, de Alonso Ovalle, de 1646. Y una copia de La Argentina, de Barco Centenera, de 1602. Esta última tuvo un efecto inesperado: terminó cambiándosela al bibliófilo argentino Ludwig Lehmann por los manuscritos originales de Que despierte el leñador, de Canto general. Solo entonces, Soto se decidió a rastrear las huellas del libro que Neruda escribió en la clandestinidad a fines de los años 40.

Paralelamente, empezó a dar forma a su colección de manuscritos locales. En una amplia biblioteca construida en el patio de su casa es posible encontrar, por ejemplo, un cuaderno temprano de Gabriela Mistral, quien aún firmaba con su nombre real, Lucila Godoy. Ahí se puede leer de su puño y letra una transcripción del poema Tarde en el hospital, de Pezoa Véliz. Soto también tiene China Roja, un libro inédito de Pablo de Rokha escrito durante su viaje a China en 1964. De Huidobro guarda mecanografiados corregidos de Altazor y otros poemas. Además, tiene una listado de manuscritos de Enrique Lihn, de los poetas del grupo surrealista La Mandrágora y de Jorge Teillier, entre otros.

Hace algunos años, hasta la casa de Soto llegó Nicanor Parra. Compartían un café cuando el librero sacó una carpeta y le pidió al antipoeta que se los autentificara: eran sus poemas. Parra no quiso firmarlos, pero los reconoció. Uno de ellos es Simbad el marino, poemario jamás publicado fechado en 1939, dos años después de su primer libro, Cancionero sin nombre. También Soto es dueño de un cuaderno universitario de Mecánica Racional, aparentemente de los años 40, que empieza con fórmulas matemáticas para seguir con un centenar de poemas, casi todos inéditos. Se pueden ver chispazos de lo que vendrá: "Poemas objetivos" se lee en una esquina, mientras que El guardián de cisnes es una evidente alegoría del fin de la lírica tradicional. Hay más: mecanografiados de una versión con correcciones de Poemas y Antipoemas. Habría sido un pololo de Violeta Parra quien se quedó con los papeles y los echó a correr; luego llegaron a Soto.

Cerrada la librería América del Sur, Soto transa uno que otro libro vía internet. Ahí tiene a la venta muchísimo menos que los 20 mil que alguna vez tuvo. El más caro de los que hoy ofrece es Norte de la navegación, una guía marítima publicada en 1692, de Antonio de la Gaztaneta Yturribalzaga, que vale 77 mil dólares, un poco más de 42 millones de pesos. El está buscando un par de libros, pero uno especialmente: una primera edición de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud. Cree que puede pagar menos de los 50 mil euros por los que, a veces, se vende. Su colección de manuscritos oficialmente no está a la venta. Mucho menos los de Canto general. "El librero ya dejó de existir", dice. "Es el poeta César Soto Gómez quien tiene que defender el valor de esta obra en la historia de Chile", añade.

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