Investigador italiano y experto en temas migratorios: "Lo que vemos en las costas italianas es la punta del iceberg"

Di Nicola, autor de uno de los libros más completos sobre tráfico de personas de Africa a Europa, dice que "a más controles fronterizos, existe más explotación".




Andrea di Nicola es profesor de Criminología en la Universidad de Trento (norte de Italia) y lleva años concentrando su trabajo de investigación en el ámbito de la inmigración. Con el periodista y fotorreportero Giampaolo Musumeci acaba de publicar Confessioni di un trafficante di uomini (Confesiones de un traficante de hombres), un espeluznante viaje en la red criminal que organiza, gestiona y rentabiliza a los inmigrantes ilegales que llegan a Italia.

En su libro, quizás por primera vez con tanto detalle y testimonios de traficantes, migrantes, policías y magistrados, reconstruye lo que nunca se ve de la inmigración.

Lo que vemos en las costas italianas es la punta del iceberg. Porque los migrantes llegan también por tierra: aferrados abajo de los camiones que transportan mercancías o escondidos en sillones de autos. O se disfrazan de turistas y toman un avión. Detrás de aquellos rostros asustados y cuerpos temblorosos existe siempre un sistema criminal, una organización enorme y muy detallada. Una red fluida y flexible, porque no se basa en jerarquías como las mafias, sino en la palabra dada, en la confianza personal entre cientos de personas. Cada una controla su trocito de trayecto hacia Europa. Están los que conducen las barcazas, los que corrompen a los funcionarios de los puertos de salida, los que alistan a criminales, los cajeros que guardan el dinero, los que consiguen documentos falsos, los jefes que son verdaderos empresarios.

Ustedes han encontrado a una decena de ellos. Algunos se hallan en la cárcel, en Italia o en su país, y otros libres. ¿Qué impresión le provocaron?

Cada uno tiene su historia y, por lo general, están muy alejados de la idea que podemos tener de un criminal. Son hombres preparados, estudiados, atentos a lo que pasa en el mundo, inteligentes y listos en estudiar las debilidades del enemigo. El que más nos llamó la atención lo encontramos en El Cairo, libre. Se llama El Douly y gestiona como un faraón el tráfico de hombres desde las costas de Africa. Habla fluidamente inglés, tenía tres celulares y un manojo de periódicos de varias naciones encima de la mesa, nos miraba derecho a los ojos y comentaba que él ayuda a realizar los sueños de la gente que imagina un futuro mejor. Y que su única preocupación es que todo se haga en seguridad y sin estorbos y termine saliendo bien, que los inmigrantes lleguen vivos y salvos a su destino: su negocio se beneficia de los éxitos. En un sistema de boca en boca, es indispensable tener fama de que uno consigue lo que promete. Si los "clientes" mueren en el camino o son arrestados y repatriados es una derrota para su negocio, porque se esparce la voz que no es de confiar. Pero él es uno de los mejores. Todo el día y toda la noche piensa en cómo esquivar controles, qué rutas batir, de qué leyes aprovecharse. Cuando nos levantamos para irnos, le sonó un celular y él contestó diciendo que claro que podía seguir en pie el plan. Preguntó a su interlocutor: "¿Cuántos son? Van a España? Vale, vale".

Ustedes insisten en llamar a todo este sistema como "negocio". ¿Hay cifras sobre su volumen económico?

Naciones Unidas , en un reciente estudio, evaluó que la ganancia anual de los traficantes que traen inmigrantes desde Africa a Europa es de US$ 150 millones. Estados Unidos y Europa son los dos mercados más rentables. La Organización Internacional para las Migraciones, en 2011, calculó una ganancia mundial de más de US$ 3.000 millones al año. De todos modos, aunque las cifras varíen, estamos hablando de una montaña de dinero. Ese río de dinero está detrás de cada barco que llega a Lampedusa (isla del sur de Italia) desde el norte de Africa, detrás de cada camión que llega a Bari (sudeste de Italia) desde Grecia y detrás de cada grupo de falsos turistas que aterriza en Malpensa (el aeropuerto de Milán). Es el segundo "negocio" más rentable después del narcotráfico.

Pero en lugar de drogas manejan la de seres humanos...

Si una patera con 40 migrantes que ya pagaron su pasaje vuelca en el mar, ¿qué les importa? Si un afgano es pillado por la policía tras colarse en un camión griego rumbo a Italia, ¿qué les importa? Pero si pierden una carga de cocaína entre Guinea Bissau y Senegal, sí les importa y es un problema serio. Las personas que quieren intentar llegar a Europa, los "clientes" -como los llaman-, valen menos que el polvo blanco: de migrantes está lleno el mundo, la oferta de esta "mercancía" es inextinguible.

¿Qué tarifas tiene la que ustedes definen como "la más grande agencia de viajes del mundo"?

Las personas que quieren intentar el viaje reúnen el dinero de toda una vida. A menudo, los ahorros de varias familias. Por ejemplo, reconstruimos que un hombre que sale de Africa subsahariana paga US$ 2.500 para llegar al norte de su continente y otros US$ 1.500-US$ 3.000 para meterse en un barco rumbo al sur de Italia. Un mexicano que quiere cruzar a EE.UU. paga entre US$ 1.000 y US$ 4.000. De Asia a Europa el "boleto" oscila entre US$ 3.000 y US$ 10.000.

Estas oscilaciones, ¿de qué dependen?

Dependen, sobre todo, de la ruta: cuanto más complicada y torcida, cuanto más dividida es en varios segmentos, es más dinero. Si la ruta hacia el sur de Italia ahora está muy controlada, los traficantes lo saben y desplazan las rutas sobre otras regiones. O por tierra, a través de Turquía y Grecia. La más cara. Esta es la paradoja que está debajo de los planes de combate a la inmigración clandestina que orquestan y venden con bombos y platillos Bruselas o los gobiernos: cuanto más fortalecen los controles y estrechan una vía, los traficantes siempre encontrarán una ruta alternativa, más larga y más cara. Así que a más controles, existe más explotación.

¿Qué soluciones quedan entonces?

Lo que nos cuenta la crónica diaria es que llega una barcaza y se arresta al tipo que tenía el timón, el que conducía la embarcación. Pero aquella persona es el último eslabón de una cadena enorme de manos de obra y mentes criminales que es difícil capturar. Es como arrestar al hombre que vende cocaína en la esquina y pensar que se ha afectado al narcotráfico. Para incidir en el sistema es necesaria la colaboración judicial y de investigaciones entre los estados.

Es necesario que la Unión Europea tenga una política clara y unitaria y que juntos se negocie y se investigue con los países de los que salen los migrantes. Y luego hay que pensar en flujos humanitarios que ayuden a las personas a escapar de países en guerra y con genocidios. Sabemos qué países son: Afganistán, Irak, algunos estados de Africa profunda. El sistema está profundamente equivocado si incluso los que tienen derecho -por las convenciones internacionales- a huir, a ser acogidos y protegidos están obligados a venderlo todo y entregar su vida a criminales sin escrúpulos.

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