Comentario de ópera: Fausto condenado

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La obra del compositor francés Hector Berlioz, se está montando con dirección musical de Máx Valdés en el Teatro Municipal de Santiago. La condenación de Fausto se estará presentando hasta el 12 de noviembre.




La Condenación de Fausto no es una obra popular. Pero una vez que se le encara atrae por su compleja belleza y su entramada narrativa. Sin embargo, para ser completamente llevadera ha de contar con todos sus elementos en un buen nivel. En ese sentido, la obra de Berlioz, que volvió al escenario del Municipal de Santiago después de 98 años, tuvo resultados disímiles.

Calificada por el propio compositor como una leyenda dramática –y no como ópera-, ésta puede o no contar acción teatral, porque ante todo es una pieza para orquesta, voces y coro. Pero, una vez puesta en escena, permite ahondar en las profundidades de la historia, porque el texto de Goethe, en el que Berlioz se basó, está ahí, con una mirada oscura y, a diferencia del original, con Fausto condenado.

Compuesta de una seguidilla de cuadros, la propuesta de Ramón López, con un escenario minimalista, tuvo como eje un telón-espejo de fondo en el que proyecciones sumieron al espectador en las distintas atmósferas que se van sucediendo, y en la que hubo momentos de gran belleza (como el de Margarita esperando a Fausto mientras la nieve cae), apoyado por una efectiva iluminación que enfatizó los cambios dramáticos. La regie fue donde López cojeó, pues siendo una obra de constante movimiento necesita también una dirección escénica ágil; sin embargo, ésta se resolvió con un exceso de estatismo. El vestuario de Loreto Monsalve se mantuvo dentro de lo tradicional, mientras la coreografía de José Vidal dejó mucho qué desear, con un diseño demasiado ingenuo que llegó a un grotesco infantilismo en el minué de los fuegos fatuos donde los duendes bailan en torno a Margarita.

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La condenación de Fausto en el Teatro Municipal. Fotografías de Patricio Melo.[/caption]

Vocalmente el elenco fue desigual. Fausto es un rol difícil, lleno de frases extensas y arriesgados agudos. El tenor Luca Lombardo escénicamente fue un correcto protagonista, pero de voz desgastada, muy fluctuante, sin mayores matices y poco a poco se le fue haciendo más forzada la labor de llegar al final. El bajo-barítono Alfred Walker, de imponente figura pero invariable como Mefistófeles,  cantó con holgura y con ricas gamas en el registro medio. Ewelina Rakoca-Larcher (Margarita) convenció tanto por físico como por su juvenil y expresivo timbre de mezzo. Sergio Gallardo mostró de nuevo su calidad vocal como un convincente y divertido Brander. El Coro estuvo esta vez más alicaído, aunque con momentos de notable lirismo, pero en la escena final hubo un traspié con el grupo de los niños en el que se cruzaron entre ellos y con la orquesta.

En La Condenación de Fausto, la instrumentación es brillante; variada, con profundas diferencias entre sus partes, y de ritmos regulares e irregulares. Todo ello conforma una partitura compleja, en la que confluyen ligereza, melancolía, fantasía, teatralidad y macabra solemnidad. El director Maximiliano Valdés se ciñó a lo estrictamente escrito y llevó con diligencia a la Orquesta Filarmónica por las páginas musicales.

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