La erupción del 2008 del volcán Chaitén es impresionantemente particular en la historia de Chile, no sólo científicamente, sino que también desde una mirada social. Nunca antes en nuestro país se había evacuado a una cantidad de personas tan grande debido a una erupción volcánica, donde muchos de ellos jamás regresaron al pueblo donde desarrollaron una parte importante de sus vidas, dejándolos de cierta forma como exiliados de su tierra. Desde la mirada de la ciencia pura, en el mundo no se había registrado una erupción de este tipo desde hacía casi 100 años, por lo que hasta el día de hoy este evento sigue dando mucho para estudiar y aprender. No sólo esta violentísima erupción fue inesperada, sino que también se desarrolló de tal forma que más de una idea de las existentes acerca de cómo se generan las erupciones volcánicas se vio bajo prueba, o derechamente contradecida. Por eso es importante hablar, a través de la experiencia del Chaitén, sobre la conexión entre dos mundos que en nuestros días parecen tan desconectados, pero que deberían nunca estarlo: la ciencia y la sociedad.

Chaitén está ubicado en una de las zonas más delgadas de la corteza en nuestro país. Cerca del pueblo se encuentra el imponente volcán Michinmahuida, que ha registrado erupciones en tiempos históricos, por lo que los residentes de la zona lo reconocían como un volcán que potencialmente podía producir algún daño. El "cerro" Chaitén, por otro lado, por muchos ni siquiera era considerado como un volcán. Incluso dentro de la comunidad geológica, se consideraba que la última erupción del Chaitén había sido muy violenta, pero que había ocurrido hace alrededor de 3.000 años, convirtiendo al volcán como uno geológicamente activo, pero "durmiente". En la noche del 30 de Abril del 2008, los habitantes de Chaitén comenzaron a sentir sismos muy fuertes, que botaron objetos desde las repisas donde estaban. Esto es algo típico previo a una erupción, y requiere una explicación breve: una erupción volcánica se produce cuando el magma que está almacenado en la corteza terrestre asciende hasta la superficie. El magma, para explicarlo de la manera más simple, es roca fundida (aunque también contiene una fase sólida en forma de cristales, más una gaseosa, lo que lo hace más complejo). Roca fundida. No hay forma que eso se mueva rápido, ¿no? La viscosidad del magma es en efecto alta, por lo que este no fluye como el agua, sino que más bien como uno esperaría en sustancias como la miel. Hay distintos tipos de magmas, y la viscosidad es muy importante: magmas menos viscosos fluyen más rápido, no acumulan tanto gas dentro de ellos, y generan erupciones suaves, con ríos de lava generalmente (ejemplo, los volcanes de Hawaii). Por otra parte, los magmas más viscosos fluyen lentamente, permiten que las burbujas de gas se almacenen por más tiempo y que ganen mayor presión interna, y generan erupciones más explosivas. Cada vez que un magma busca ascender debe romper la roca que está por encima de él, por lo que genera sismos. En general se tiende a pensar que magmas más viscosos, al moverse más lento, generan enjambres de sismos que duran días, semanas (e incluso meses en los casos más extremos), antes de hacer erupción. Esta es la forma -muy considerada- que tienen los volcanes de "avisar" que van a hacer erupción. Otro detalle es que erupciones más explosivas suelen estar precedidas de sismos más importantes, de magnitudes entre 4 y 5, que son fácilmente detectables tanto por las personas como por los instrumentos ubicados cerca de un volcán.

¿Qué tipo de magma eruptó el Chaitén en Mayo del 2008? Riolítico, de los más viscosos que hay. ¿Cuánto tiempo de "aviso" dio el volcán? Menos de 6 horas. Para peor, ¿cuantas estaciones sismológicas había en la zona al momento del comienzo de la crisis? cero. Por lo mismo, todo lo que siguió fue confusión. Ya que los sismos fueron grandes en un contexto volcánico, estos fueron capturados por otras estaciones, que los localizaban cerca de la zona del Michinmahuida. Por lo mismo, las primeras informaciones hablaban de una erupción de dicho volcán, que no suelen ser muy explosivas. Sin embargo, un análisis más acabado de los sismos en realidad los localizaban debajo del volcán Chaitén, lo que cambiaba todo el escenario: se pasaba de un volcán con erupciones no muy explosivas a uno cuya última erupción estudiada fue tan grande como la que sepultó a Pompeya. Si es que hubiese habido tiempo, seguramente se podría haber comprendido mejor el escenario y las decisiones podrían haber sido tomadas mejor y con más calma. Pero el volcán dio apenas unas pocas horas de aviso. Análisis posteriores mostraron que el magma hiper-viscoso eruptado por el Chaitén ascendió desde su reservorio ubicado a unos 5 kilómetros de profundidad hasta la superficie en menos de 5 horas. Esto fue una gran sorpresa, y cambió el paradigma en cuanto a cómo nos podemos anticipar a las erupciones volcánicas. Ahora nuestro trabajo es más difícil y más desafiante. Gracias, Chaitén.

Apenas llegaron las primeras imágenes de la erupción el 2 de Mayo del 2008, los científicos unánimemente vieron el mismo escenario: una erupción tan grande que tenía el potencial de sepultar al pueblo de Chaitén, y de tener un impacto global. Había que evacuar a las personas de inmediato. El gobierno de la época escuchó el consejo científico (aunque en realidad en ese momento era sentido común) y Chaitén quedó vacío en menos de dos días. El peor escenario que se manejaba era que la gran erupción terminaría de súbito, lo que produciría el colapso de la columna de tefra de 30 kilómetros de altura, sepultando todo en un radio de unos 15-20 kilómetros a la redonda. Y aunque hubo flujos piroclásticos importantes, ese escenario no se dio. Lo que si pasó fue que el río Blanco se desbordó debido a la erupción, lo que destruyó una gran parte del pueblo, y la erupción continuó siendo muy fuerte por varios meses, para decaer en fuerza con el tiempo y finalmente terminar en Mayo del 2011, tres años después de haberse iniciado. También se descubrió evidencia de que la última gran erupción del volcán no había ocurrido 3.000 años atrás, sino que sólo alrededor de 300 años. En vista de ese escenario, la recomendación científica fue clara: nadie puede volver a vivir en Chaitén. Hacerlo equivale poner su vida en riesgo. Esto porque el volcán demostró que puede hacer una fuerte erupción con poco aviso, y que está ciertamente activo. Eso es una mala mezcla para las personas que viven cerca de un volcán como éste, sobre todo en el punto exacto donde está ubicado Chaitén. El gobierno de turno escuchó a los científicos, y tras la evacuación compró rápidamente los terrenos de la mayoría de los propietarios a precio de mercado, para así asegurarse de que nadie vuelva jamás a dicha zona. Pero eso detonó otro problema, no menos importante: ¿qué pasa con las personas que vivían allí? ¿qué ocurre con su identidad, que está ligada al desarrollo de una vida pausada, en su pueblo? ¿qué pasa con su duelo? y más importante, ¿donde van a vivir? ¿cuán grande será el cambio de vida? y ¿qué puede hacer el estado para asegurar el bienestar de aquellos compatriotas que sufrieron con la mayor erupción chilena desde 1932?

En un artículo muy interesante, Fernando Mandujano y sus colegas de las Universidades de Playa Ancha y Valparaíso rearmaron la cronología de los eventos sociales que acontecieron posterior a la erupción, con una mezcla de información de prensa más trabajo propio en terreno. Ellos nos cuentan cómo el gobierno dio rápidamente ayuda económica a los damnificados por la erupción, lo que propició que los habitantes de Chaitén se repartieran por muchos lados del sur de Chile. Con esto, la comunicación entre ellos se perdió, y ya muchos de este grupo nunca más volvieron tras establecerse en zonas de Chiloé o Puerto Montt, donde encontraban mayores posibilidades de desarrollo. Hubo un grupo que sí se quedó, compuesto por las personas con más recursos que tenían negocios en Chaitén, y que rápidamente comenzaron a presionar para que el pueblo se reconstruyera en la misma zona anterior, donde estaba su identidad. Por ese tiempo (2009) se hablaba de que la solución para la reconstrucción era mover el pueblo 10 kilómetros hacia el norte, a un área donde no existía evidencia de que fuese muy afectada por la erupción del volcán. Desde el mundo académico se diseñó una propuesta de reconstrucción que le brindaba una nueva identidad a Chaitén, con un estilo de vida más parecido al de Noruega, con sus fiordos. Sin embargo, ninguno de los afectados realmente creyó en ella. El argumento era simple, y demostraba la desconfianza en el Estado: "si es que nos han dejado botados por tantas décadas, ¿cómo quieren que les creamos que ahora sí van a ayudarnos y nos van a dar casas tan lindas?" Simplemente, demasiado bueno para ser cierto. Por esa misma época comenzó a meter ruido el hecho de que el gobierno había rápidamente comprado los terrenos a un precio que dejó contentos a los dueños. Esto llevó a la formación de rumores infundados, uno de ellos siendo que en la zona sur de Chaitén había una mina de oro y plata, que el gobierno quería vender a un privado sin problemas, por lo que necesitaba hacerse de los terrenos rápidamente y sin muchos atados. En ese ambiente de desconfianza, y ya llegado el año 2010, con el cambio de gobierno y el terremoto del Maule como protagonistas, el foco cambió. El proyecto de reconstrucción en otro lugar perdió impulso, y la presión política ejercida por los que tenían más llegó a las más altas cúpulas del gobierno, que más tarde cedieron y defendieron la idea de que se podía vivir en Chaitén, allí donde estaba. Muchas familias volvieron, pero sólo alcanzaron a ser menos un tercio de las que había originalmente. El resto rehizo su vida en otros lugares. Las personas que tenían recursos pudieron mantener su vida con sus negocios, y los que no tenían recursos terminaron trabajando para ellos. Pero ya la vida no es la misma. Las personas ya no están allí, y las oportunidades de desarrollo social disminuyeron.

La historia es trágica, y demuestra que los desastres nunca son naturales. Son sociales. Y ya que lo son, entonces nos debemos hacer cargo de ellos. En todo el desastre de la erupción del Chaitén queda en evidencia que la comunicación entre la academia (científicos incluidos) y la sociedad es prácticamente nula. No es difícil entender el punto de vista de una persona que sólo desea volver a vivir donde ha hecho toda su vida, y que ve al científico como aquel personaje que no sale de su burbuja y que sólo le dice "no vivas allí", sin reconocer su sufrimiento. No conoce su trabajo, y por lo tanto lo que diga no pesa mucho en su vida diaria. Tampoco se hace difícil entender que aquella misma persona no confíe en el Estado, ya que acarrea una historia importante de abandono por parte de este. Pero esto no debe ser así. El científico no es alguien que viva fuera de la sociedad: es uno más. Y cuando el mensaje es fuerte y claro, como en el caso de Chaitén, es porque existe la certeza absoluta de que el riesgo de volver a vivir donde estaba ubicado el pueblo es muy grande, y no vale la pena. Es un mensaje difícil de entregar, y por lo mismo se deben hacer más esfuerzos para socializarlo correctamente, lo que implica una gran colaboración multidisciplinaria, ya que el tema tiene muchas aristas. Mirando hacia el futuro, debemos comunicarnos mejor. No podemos poner la vida de nuestros compatriotas en riesgo. Y sobre todo, no podemos dejar que intereses económicos y políticos sean más fuertes que la vida de las personas. La sociedad la componemos todos. Aceptemos eso de una vez.

 Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.