Columna: la misión de los Edwards

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¿Por qué fueron los Edwards quienes, en distintos momentos, representaron ese espíritu de fronda? Hay que remontarse al último tercio del siglo XIX.




Agustin Edwards Eastman, al igual que la saga de sus antepasados Agustín, supo ejercer una decisiva influencia en momentos cruciales de la historia chilena.

Agustín Edwards Eastman se enfrentó directamente con el Presidente Salvador Allende a comienzos de los años 70. Su abuelo, Agustín Edwards Mac Clure, lo hizo a fines de los años 20 e inicios de los 30 con el Presidente Carlos Ibáñez del Campo. Y su bisabuelo, Agustín Edwards Ross, hizo lo propio con José Manuel Balmaceda, en el contexto de la Revolución de 1891.

Los tres mandatarios terminaron derrocados. En el caso de Ibáñez del Campo, la incidencia de Edwards Mac Clure fue menor, pero respecto de Balmaceda, y sobre todo de Allende, la influencia de los Edwards sí se hizo sentir.

Una clave para entender esta suerte de marca familiar la entrega la tesis del ensayista Alberto Edwards Vives (primo de Edwards Mac Clure) en su libro La Fronda Aristocrática en Chile (1928), donde explica la política del siglo XIX como un constante conflicto entre la aristocracia y un Estado centralizador y autoritario, capaz de amenazar los intereses de la elite. Sin embargo, en algunas ocasiones y cuando es necesario, esa aristocracia cede pragmática y temporalmente el poder a ese Estado con tal de asegurar el orden público y la estabilidad social.

¿Por qué precisamente fueron los Edwards quienes, en distintos momentos, representaron ese espíritu de fronda?

Hay que remontarse al último tercio del siglo XIX, cuando se fue consolidando un proceso de fusión matrimonial -y patrimonial- entre las familias hacendadas de raigambre colonial con aquellas "nuevas" familias recién arribadas al país que habían acumulado inmensas fortunas a través de la minería, el comercio y la banca.

Entre estas últimas familias estaba la de Agustín Edwards Ossandón, casado con Juana Ross, quien había hecho una importante fortuna financiando explotaciones mineras en el Norte Chico (Copiapó). Como muchos otros, se instalaron en Valparaíso, en ese entonces la capital económica de Chile. Ahí lograron darle mayor volumen y alcance a sus actividades económicas, y también comenzaron a forjar un creciente patrimonio social, cultural y político, que la ubicó rápidamente en la cúspide de la sociedad chilena hasta bien avanzado el siglo recién pasado. La base de los negocios de la familia se fue estructurando en torno al Banco de A. Edwards y Cía., fundado por Edwards Ossandón en 1866. Se transformó en uno de los principales bancos del país, alcanzando un alto prestigio, y la familia Edwards Ross pasó a encabezar la lista de las grandes fortunas de Chile.

Con una destacada participación política, diplomática y social, y una influencia creciente a través de la compra de El Mercurio de Valparaíso y de la fundación, más tarde, de El Mercurio de Santiago -además de otros diarios y revistas-, los Edwards se hicieron parte esencial de la elite chilena, con una clara autoconciencia del rol que debían jugar en la construcción de una república ejemplar, caracterizada por un desarrollo económico, político y social ordenado.

No obstante la elite chilena fue perdiendo este sentido de misión a inicios del siglo XX, los Edwards lo mantuvieron como un sello de familia, que debía ser traspasado de generación en generación, de un Agustín al otro. Llevar ese nombre era una responsabilidad personal y familiar, pero también conllevaba una impronta de trascendencia nacional.

Cuando Balmaceda intentó llevar su programa político adelante, que podía dañar los intereses de la elite y desde su perspectiva también los del país, Agustín Edwards Ross y su madre, Juana Ross, que incluso debió abandonar momentáneamente el país, no dudaron en apoyar al bando revolucionario con grandes sumas de dinero y toda su red de influencias para derrocar al presidente en 1891.

Más tarde, Agustín Edwards Mac Clure también debió autoexiliarse con su familia en París durante un largo período, debido a las amenazas del gobierno de Carlos Ibáñez, quien, entre otros aspectos, apuntaba a la clase alta como la culpable de los males que sufría el país en la segunda mitad de los años 20. Acusado públicamente y demandado judicialmente en reiteradas ocasiones por el gobierno, Edwards intentó no mezclarse abiertamente en los complots que los exiliados organizaban en la capital francesa. Su fundado temor era que la dictadura le confiscara El Mercurio y le dañara sus negocios. Sin embargo, cuando Ibáñez comenzó a sufrir los estragos de la crisis económica mundial y gestionaba créditos en el extranjero para intentar mantenerse en el poder, Edwards Mac Clure activó sus contactos con la banca internacional y evitó que esos préstamos llegaran a Chile, contribuyendo así a la caída de Ibáñez en 1931.

Ese mismo sentido de misión -hasta hoy cuestionado por muchos y apoyado por otros- también guió las acciones de Agustín Edwards Eastman, durante las década de 1960 y 1970, cuando todavía el banco y el grupo Edwards constituían uno de los más poderosos del país.

Agustín Edwards Eastman apoyó tempranamente la organización de un grupo de economistas favorables a la instauración de una economía de mercado en Chile y la redacción del documento conocido como El Ladrillo, base de la política económica de los Chicago Boys después del golpe de Estado.

El triunfo de la Unidad Popular el 4 de septiembre de 1970, que con su programa de estatizaciones significó una profunda amenaza para muchos sectores políticos y empresariales, también generó una preocupación geoestratégica importante en el gobierno de Richard Nixon. En ese contexto, el 14 de septiembre, Edwards Eastman, ya radicado en Estados Unidos, visitó al presidente de ese país en la Casa Blanca para darle cuenta de su preocupación por lo que se comenzaba a vivir en Chile.

Aun cuando fueron los desarrollos internos los que precipitaron el golpe de Estado, es innegable que las acciones de la CIA en Chile, especialmente el financiamiento que se le entregó a diversos medios de comunicación, entre ellos a El Mercurio y a los partidos y organizaciones de oposición, también ejercieron una decisiva influencia en el derrocamiento del Presidente Allende.

En esta ocasión, para bien o para mal, nuevamente se hizo presente el espíritu de fronda y, sobre todo, la impronta de los Agustines Edwards de hacerse cargo de una responsabilidad forjada desde fines del siglo XIX.

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