Cocinería pichiruche

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El éxito del PC, hoy fuerte, influyente y hasta decisivo, refleja muy bien el profundo problema político que aqueja a la nación en estos días.




La semana pasada el Partido Comunista celebró en el Teatro Caupolicán -recinto donde tradicionalmente se presentaba el circo "Las Aguilas Humanas"- un gran logro: haber registrado en sus filas a alrededor de 67 mil ciudadanos. Con eso les dio instructivas lecciones a todos los demás partidos de la NM acerca de qué construye y constituye el auténtico peso político. Esas lecciones también las ha estado dando, con el alto auspicio presidencial, desde la mismísima Moneda, pero el alumnado es deficitario y no las escucha ni las entiende. Por si no bastara el esfuerzo pedagógico del PC, la lección la ha dado todo movimiento exitoso que jamás haya existido. Y es esta: la gravitación a mediano y largo plazo de una colectividad política no se funda en el número de votos, como tampoco, por lo mismo, en estarle mirando los ojos a doña Juanita, sino en disponer de principios claros sostenidos vigorosamente contra viento y marea, apoyados sin vacilaciones cualquiera sea el rating del momento y predicados aun en el desierto. Que la doctrina sea obsoleta, probadamente errónea y quizás hasta tóxica importa poco. TODA doctrina, aun la más delirante, encuentra tarde o temprano, si se la proclama por tiempo suficiente y sin vacilar -"sin vacilar marchad, soldados de Jesús"- su clientela de adherentes. Para eso basta, amén de la persistencia, que ofrezca la mercancía de siempre, a saber, la Vida Eterna, el Castigo de los Pecadores o fascistas, la vuelta de la tortilla, los ricos que no entrarán al Paraíso y la revancha universal; dicho devocionario infaliblemente convertirá a sus seguidores del primer momento en feligreses a tiempo completo, siempre laboriosos y casi siempre algo estrechos de entendederas, pero por lo mismo muchísimo más eficientes en las luchas por el poder que los vacilantes, los tibios, los moderados, los razonadores y los populistas más atentos a la reacción hacia sus palabras que al contenido de sus palabras.

La decé

La decé, de moda en estos días por estar poniendo en escena "la madre de todas las pataletas", ha sido uno de esos malos estudiantes. No está claro si alguna vez tuvo auténtica doctrina más allá de las expectoraciones propaladas en los años 30, 40, 50 y 60 a base de filosofemas de Jacques Maritain y las encíclicas sociales de la Iglesia publicadas con medio siglo de atraso, pero aunque ese material "fundacional" fue menos una estructura lógica que una mescolanza con tufo a capilla, aun así era algo, siquiera una postura, la pose desafiante de quien se desgaja de una tradición y requiere con urgencia una identidad propia, tal como le sucedió al cristianismo frente al judaísmo durante el camerino San Pablo.

Tal vez porque dicho devocionario era muy débil es que hace mucho se evaporó, o tal vez la carcoma la trajo el ejercicio del poder y el disfrute del privilegio. La semana pasada un colega afirmó que entender a la decé a base de los muchos intereses terrenales de tantos democristianos era "un poco mezquino". Habrían, dijo, otras razones, ideales, visiones, etc., para evaluar la agonía de esa colectividad. Nada más cierto SI hubieran tales visiones. Si existieran podríamos asignarles un respetable papel, pero las decisiones de los políticos de ese sector -y de otros, como ya veremos– no pasan ni siquiera de costado por el suave y transitorio vía crucis consistente en cuadrar el círculo entre el interés y la doctrina si acaso esta existe. Prefieren, estos días, recurrir a la retórica cantinflesca. ¿No son acaso, los de hoy, tiempos en que tantos venerables patricios enredados en sucios asuntos de dinero simultáneamente hablan de probidad, de transparencia, de justicia?

…Y los demás..

Los profesionales de la NM, incluyendo a los del PS, del PPD y también a las vírgenes políticas recién inauguradas no pueden o no quieren darse el lujo de actuar "en conciencia", como supone nuestro colega que siquiera parcialmente hacen, porque hace mucho dejaron de tenerla. Haberse sacado ese molesto peso de encima es lo que les facilita privilegiar la búsqueda del poder desnudo, los apoyos, las alianzas y los votos. Y si acaso vislumbran alguna radiante idea deben cuidarse de no propalarla, no sea disguste a sus socios. Hoy día es de rigor decir "hay que" tener agenda y/o programa, pero cuidando de no tenerla. Relativas excepciones son los ocupantes de cargos inamovibles o con largo trecho por recorrer, a salvo de listas y ya con sus petacas bien forradas para el día del retiro tras largos años de fructífero lobby, de negocios y de amiguismo. También es posible la pureza si, como ocurre con ilustres militantes fuera de combate, no están en ningún cargo que valga la pena y no tienen nada que perder. Y aun en este último caso dicho elevado sentimiento es dudoso en su sustancia. Perdónese a los escépticos que tienden a sospechar de quienes hacen alardes de idealismo y justicia aquí en la Tierra como en el Cielo por el simple hecho de que no han sido convocados; es gente que por lo general sólo ha trasmutado su feo resentimiento en bella honestidad.

El ejemplo más luctuoso del predominio del cálculo electoral por sobre TODA consideración de coherencia ideológica y decencia ética lo dio el PS con el asesinato de Ricardo Lagos. Para agregar bajeza al insulto se hizo a escondidas, con voto secreto. Todo eso, hoy, dos semanas después, podría parecer historia antigua, pero vale la pena no olvidarlo porque les mostró el camino a los incumbentes de la decé, la cual tarde o temprano deberá -o querrá- ajusticiar a Carolina Goic. Ya verán modo, tal como el PS, de torcerle la nariz al "pueblo" democristiano. Al menos tratarán de hacerlo. Fuera de eso dicho crimen ilustra cómo los intereses personales, de familia, de clan, de patota y de clase superan siempre en peso a los "ideales" cuyo referente es la sociedad en su conjunto; cuando temas de elevada sustancia ética o filosófica parecen dotados de eficacia política es porque casualmente coinciden con dichos intereses de bolsillo y de faltriquera. ¿Quién no gusta envolver una miserable conveniencia personal con el lenguaje de la prédica? Y esto sucede aun en tiempos de crisis. Es instructivo remontarse al pasado y constatar cómo, en esta materia, los políticos han sido siempre iguales. Léase a Plutarco y Tucídides.

Representación

Por eso el éxito del PC, hoy fuerte, influyente y hasta decisivo mientras en cambio los desnudos de todo salvo del cálculo electoral se debaten en la irrelevancia y el descrédito, refleja muy bien el profundo problema político que aqueja a la nación en estos días, a saber, la ausencia de quienes sean capaces de representar los auténticos intereses del pueblo por un lado y la presencia de quienes se arrogan la representación de intereses imaginarios por el otro. Este último es el caso del PC, el cual aun adhiere con fervor al socialismo. Es una Fe muy estropeada, pero al menos se sabe quiénes creen en ella. ¿Pero los demás? ¿De quién o qué son expresión? ¿Cuál es su papel en relación a las necesidades de la sociedad? ¿De qué sirven?

Al menos en el papel un político es quien representa intereses sociales masivos con el propósito de negociarlos con otros distintos y hasta opuestos en un escenario donde imperen reglas civilizadas; es un chef a cargo de hacer de 10 ingredientes un consomé digerible por siquiera la mayoría. Importa eso, no cómo se preparó y dónde. Los yanquis tienen un dicho: "No entres a la cocina si no aguantas el calor". Tienen razón. El proceso siempre es desagradable porque además de calor hay cáscaras, restos, pinches estornudando encima del condumio y manos sucias por todas partes, pero así es como se prepara el consomé y así también se cocinan los arreglos políticos. Es antiestético, pero mejor que la guerra de todos contra todos. En los dos casos, sin embargo, el del consomé y la política, es esencial conocer la receta, el qué y el cómo. En nuestra cocina o más bien cocinería pichiruche los cocineros no saben cómo cocinar nada y mientras vagan a la espera de los brotes verdes una multitud de pinches rascas roban y esconden su botín bajo el delantal.

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