¡Buenas noches, Chile!

Hace 25 años, en marzo de 1989, Rod Stewart fue el primer gran artista en traer su show a Chile. De ahí en adelante vinieron muchos más, la industria aprendió equivocándose, el país se convirtió en parada habitual de las grandes giras mundiales y hoy se inaugura la cuarta versión del Festival Lollapalooza. Pura evolución.




"CUANDO Rod Stewart cantó Forever Young el pasado 7 de marzo frente a un Estadio Nacional repleto, bellísimo, lleno de antorchas y efectos de iluminación, esos mismos 70 mil jóvenes despidieron, de alguna manera, una etapa", escribió en abril de 1989 Alberto Fuguet en la desaparecida revista Mundo Diners Club, sobre el histórico concierto del músico británico en Chile.

En la columna, el periodista y escritor vaticinaba que tras la visita del inglés, los grandes recitales con artistas de primer nivel se harían cada vez más habituales en Chile. Durante décadas el país había quedado fuera de la ruta mundial de los conciertos como consecuencia de la dictadura y "los referentes más cercanos que había eran los de Paul Anka en 1960", dice Marcelo Contreras, periodista y crítico musical. La llegada de Rod Stewart, pocos meses después de realizado el plebiscito, pero con el país aún bajo el mando de Pinochet, al Estadio Nacional, que había sido un centro de detención, tenía una carga simbólica y según Contreras representó "el nacimiento de una era. Había conciencia entre las personas de que estaban asistiendo a un hecho histórico".

El pionero en la industria de los megaconciertos en Chile, Ernesto Clavería, recuerda que todo empezó cuando el empresario argentino Daniel Grinbak le ofreció que su productora, Prodin, se hiciera cargo del evento. La decisión no era sencilla, había que invertir varios miles de dólares y apostar por llenar el Estadio Nacional en tiempos en los que las grandes aglomeraciones producían nerviosismo. "No tuvimos más de dos semanas para decidir si lo contratábamos. Hicimos una encuesta para saber cómo sería la reacción del público y resultó que muchos dijeron que irían y pagarían por ver un artista como él", dice Clavería.

Finalmente, Stewart llegó al aeropuerto desde Argentina el lunes 6 de marzo y acaparó toda la atención en un país desacostumbrado a la presencia de estrellas internacionales de cualquier tipo. "Recuerdo la enorme cobertura de prensa en los días previos y posteriores al concierto", dice Marisol García, periodista especializada en música. "Cada paso de Stewart en Santiago era motivo de notas de al menos media página en El Mercurio. Los editores parecían encandilados con, al fin, tener un rockero 'de verdad' entre nosotros", dice la autora del libro Canción Valiente.

En medio de ese contexto político y cultural, el cantante británico de Hot Legs llenó un estadio Nacional que tuvo uno de los públicos más dispares que se recuerde. "El concierto se convirtió en una oportunidad para ver música en un estadio, más allá de su estilo. Por eso llegaron estudiantes, ejecutivos, hippies y punks, una mezcla que Stewart jamás conseguiría hoy", explica García.

Hoy, 25 años después, la situación es radicalmente distinta: los chilenos, particularmente los que viven en Santiago, tienen exceso de oferta y según cifras de 2012 del Consejo de la Cultura y las Artes, más del 96 % ha ido por lo menos una vez a un concierto.  "Actualmente la gente a la que le gusta la música se enfrenta a un dilema: tiene que elegir qué ver y qué perderse", dice Manuel Maira, periodista y conductor del programa Sesiones24 en el Canal 24 Horas. Hoy los conciertos duplican la cantidad de público que lleva el fútbol de Primera División y sólo este fin de semana en el Festival Lollapalooza tendrá más de 50 presentaciones. Para abril ya hay agendados más de 10 conciertos de artistas internacionales, de un espectro diverso de músicos que incluye a Rick Astley, Megadeth, Dyango, Placebo y Paul McCartney.

Para llegar a esta realidad, hubo camino que recorrer.

LOS LOCOS NOVENTA

El recital de marzo de Stewart el 89 abrió el mercado, pero rápidamente quedó claro que el presupuesto y entusiasmo no daban para tanto. En el año 90 se anunciaron con 10 días de diferencia dos grandes festivales: el ambicioso Rock in Chile, con Eric Clapton, Bryan Adams, David Bowie y Technotronic, para el 27, 28 y 29 de septiembre; y el concierto de Amnistía Internacional (ver recuadro) para el 12 y 13 de octubre, con Sinéad O'Connor, Sting, Peter Gabriel y New Kids on the Block. En Rock in Chile la cancha costaba cinco mil pesos y la galería cuatro mil. En el de Amnistía las mismas ubicaciones eran mil pesos más baratas. "No había mercado para dos conciertos tan grandes, la gente no sabía, no adquiría confianza, podía pagar uno, pero no dos", recuerda Clavería, productor de Rock in Chile,  quien entrega los números de su primer gran desastre comercial: "Un mes antes ya sabíamos que íbamos a perder 500 mil dólares".

El siguiente hito fue la visita de los Rolling Stones en el verano del 95. Traían el tour Voodoo Lounge, con la muy moderna, para la época, pantalla Jumbotron y una espectacular cobra que lanzaba fuego. Fue la primera gran gira mundial que pasó por el país y su despliegue fue una rareza para la época. "En los primeros años los artistas adaptaban el show para Chile porque obviamente las condiciones económicas no eran las mismas. Cuando vino Kiss, el 94, por ejemplo, no trajo toda la parafernalia y los fondos eran unos cartones más feos", explica Contreras.

Salvo por excepciones como esa, los noventas estuvieron marcados por problemas de producción, una mirada algo pueblerina y una industria que tuvo que aprender a golpes a subir sus estándares. Un ejemplo catastrófico fue la presentación de Guns and Roses, en diciembre del 92, cuando una asistente murió aplastada por la multitud. Ese mismo año también se produjo la fallida visita de Iron Maiden, grupo al que las iglesias Católica y Evangélica tildaron de "satánico". La acusación causó tanto miedo que la productora encargada de traerlos no pudo encontrar un recinto para que se presentaran y tuvo que bajar la presentación. Esta semana el vocalista del grupo, Bruce Dickinson, estuvo  exponiendo en la Fidae sobre creatividad comercial, emprendimiento, liderazgo y seguridad.

Otro fiasco fue la suspensión de uno de los dos shows que Michael Jackson tenía agendados en Santiago producto de "problemas musculares". La presentación de Deep Purple en 1997, en cambio, sí se realizó, pero dejó a 44 personas heridas tras la caída de una torre de sonido. Este tipo de situaciones no se terminaron con la llegada del siglo XXI: en 2001, Iron Maiden tuvo su revancha y logró finalmente presentarse en Santiago con Dickinson a la cabeza, pero el concierto se interrumpió porque el diablo metió la cola, y se cayó el cableado que iba desde el escenario hasta la mesa de sonido y pasaba entre medio de las piernas del público.

Pero no todos los problemas corrían por cuenta de las productoras: el público también ponía de su parte. Marisol García recuerda cuando en 1996 el festival Crazy Rock reunió al grupo de hip hop Cypress Hill con Nick Cave en el Teatro Caupolicán. ¿El resultado? El músico australiano abandonando el escenario a las tres canciones después de que los impacientes fanáticos de Cypress Hill lo taparan a escupos. "Esas cosas ya no pasan, la gente hoy tiene más familiaridad y conoce a los grupos en vivo", dice la periodista.

Ernesto Clavería recuerda que en los 90 la mayor cantidad de los problemas con el público se producía afuera de los estadios. "Cuando ya se habían vendido todos los tickets la gente quería entrar a toda costa", dice. Un símbolo de esto fue el concierto de Carlos Santana en el antes llamado Parque Intercomunal de La Reina, cuando 100 mil personas pagaron su entrada y a otras 100 mil las dejaron entrar luego de sobrepasar las medias de seguridad.

LA IMPORTANCIA DEL MP3

En el último tiempo, Maira ha estado trabajando en un libro sobre el efecto que ha tenido internet en la música. Para él, esto es clave para entender la importancia que han adquirido las presentaciones en vivo, sobre todo después del nacimiento de Napster en 1999 y la masificación del MP3. "La aparición del formato provocó un acceso más fácil a la música y ayudó a que la gente consuma más música y a que su gusto se vaya desarrollando", dice. Así, las bandas que ante la caída de venta de discos empezaron a salir más de gira se empezaron a encontrar con públicos más "educados" y dispuestos  a pagar por escuchar a sus grupos en vivo.

La mayor oferta de conciertos llevó a una mayor profesionalización de la industria, lo que se hizo patente en los shows de U2 en 2006 y Roger Waters en 2007. La llegada del festival Lollapalooza en 2011 fue la consolidación del fenómeno. "(El festival) es súper importante porque establece un estándar técnico de trabajo con gente calificada que es revolucionario para el mercado en Chile", dice Marisol García.

La edición del festival que comienza hoy involucra 12 horas de música al día, 76 organizaciones y ONG invitadas a exponer, tres mil trabajadores, 66 bandas, 166 mil asistentes (el año pasado siete mil de ellos fueron niños) y más de 170 mil litros de agua potable. El Parque O'Higgins empezó a prepararse hace 18 días para el evento y se cree que dejarlo como estaba previamente tomará una semana. "Todos los años lo hemos ido agrandando o mejorando la producción, este año llegamos a un nivel estructural óptimo y lo proyectamos para mucho tiempo más", explica Max del Río, uno de los tres ex compañeros de curso que están detrás de la llegada de la franquicia a Chile.

NO ES GRATIS

Detrás de los buenos números también hay críticas. Según un estudio del Consejo de la Cultura y las Artes, 55% de los chilenos que va a conciertos de artistas internacionales dice que las entradas son "muy caras". Un 30% sólo las considera "caras". Es una queja que se viene arrastrando desde la primera visita de Madonna en 2008 cuando los tickets preferenciales costaban 237 mil pesos. El último ejemplo es el de los conciertos que dará Paul McCartney en abril, en el que la entrada VIP cuesta medio millón de pesos. Según Marisol García, esto produce algo llamativo: la gente se endeuda para pagar las entradas, lo que permite sustentar esos precios y ubicaciones como la "cancha vip" que delimita y cierra el espacio más cercano al escenario, espacio que tradicionalmente ha sido el ocupado por los seguidores más fieles de la banda, esos que están dispuestos a pasarse la noche anterior al concierto haciendo fila para poder mirar directamente a los ojos a su cantante favorito. "Afuera no existe algo como la cancha vip, hay asientos más caros, pero la cancha sigue estando para los fanáticos. Se han establecido como normales abusos que no lo son, pero que la gente acepta y se perpetuán", reclama la periodista especializada.

La industria se defiende explicando que traer artistas a Chile es más caro porque estamos lejos y cuesta más convencerlos y encarece los traslados de equipos. Según Jorge Ramírez, gerente de la Asociación gremial de empresas productoras de entretenimiento y cultura (Agepec), este escenario se agrava debido a que hoy en el mercado la oferta supera por mucho a la demanda. "Varios de los eventos que se ven en cartelera están debajo del público esperado y significan reveses financieros", dice el productor. Y todo esto tiene un último e impensado componente: a estas alturas la mayoría de los grandes músicos ya se han presentado en Chile. "Si la gente ya vio a un artista le cuesta más comprar una entrada cara. Por eso el desafío es hacer conciertos más especiales o conceptuales", dice Maira. Ejemplos en esta línea son el próximo show de Paul McCartney, en un escenario "más íntimo" como el Movistar Arena, o lo hecho por Electrodomésticos, en julio pasado, que presentó su nuevo disco en el Teatro Municipal.

Un escenario nuevo y que nadie se tomó muy en serio cuando hace 25 años Rod Stewart dijo al bajarse de su avión en el Aeropuerto de Santiago: "Después de mí, muchos artistas más vendrán".

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