Bernardo Oyarzún: "Chile está lleno de estatuas de héroes falsos"

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El representante oficial en la próxima Bienal de Venecia abre hoy su muestra Funa. Su instalación en el Museo de la Memoria cuestiona la versión oficial de la historia.




Fue en 1999, cuando comenzaron a identificarlo como un artista de origen mapuche, y su obra, a inscribirla como una reivindicación de ese pueblo. Bernardo Oyarzún Ruiz (1963) dice que a estas alturas lo ve como un error técnico y que lo mapuche es uno más dentro de otros temas que le interesan. "Pasó luego de mi exposición Foto álbum, en galería Gabriela Mistral, donde trabajé con la historia de mi familia, la migración del Sur a Santiago y mi árbol genealógico. Ahí conté que mi abuela era mitad mapuche y de inmediato me tildaron como mapuche. Mi condición es como la mayoría de los chilenos, que si escarban en su historia van a encontrar algún ancestro mapuche. El tema no me molesta, de hecho me gustaría apropiarme del mundo mapuche, pero hay cierto grado de timidez. Siento una conexión, estudio y participo de rituales, pero no quiero ser pretencioso, no soy un representante oficial de lo mapuche", dice el artista que sí será el enviado nacional del pabellón que coordina el Consejo de la Cultura en la Bienal de Venecia, que se inaugura el 13 de mayo.

Allí, Oyarzún, junto al curador paraguayo Ticio Escobar, presentarán justamente Werkén, una instalación que pretende visibilizar el tema mapuche: a través de 1.500 máscaras talladas por artesanos y por el propio artista y 6.906 apellidos mapuches originales, que pasarán continuamente en un línea de letreros LED. "Me interesa reivindicar el linaje mapuche que se ha ido perdiendo", dice Oyarzún, quien también trabaja con temas como la identidad y la discriminación. Además, una escultura suya en forma de tótem participará en la Bienal Révélations en

París, entre el 3 y 8 de mayo, junto a la obras de otros artistas y artesanos.

Hoy inaugura Funa en el Museo de la Memoria, una muestra que pone en relieve una serie de hechos violentos que han marcado la historia de Chile, a través de siete frisos donde se plasman escenas como el exterminio de los selknam en Tierra del Fuego, entre 1880 y 1910; la matanza del Seguro Obrero en 1938, o la de la población José María Caro en 1962. En otra sala, una réplica de la estatua de Manuel Baquedano descabezada, se rodea de otros bustos de héroes patrios.

¿Cómo se conectan estas escenas trágicas con el tema del heroísmo?

Son dos fenómenos que ocurren en paralelo. En 2007 hice un trabajo a partir de los 100 años de la Matanza en Santa María de Iquique y me di cuenta que es un hecho todavía abierto, no se sabe cuántos murieron y ese año abrieron una fosa común, que no pudo ser identificada porque "accidentalmente" se quemó un container lleno de cuerpos. La historia de Chile está llena de matanzas y por cada una se levanta un memorial, vivimos en la cultura del memorial, que es como una especie de expiación de culpas, pero para saber la verdad o para hacer justicia se hace muy poco. Con Funa desenmascaro ese tema que va acompañado con el hecho de que para ocultar la tragedia se levanta otra historia, la de los héroes, y vivimos levantando estatuas de personajes de dudosa ejemplaridad. Si tu analizas el perímetro del Palacio La Moneda verás que la mayoría de los monumentos están dedicados a presidentes que tuvieron matanzas bajo sus mandatos. Chile está lleno de estatuas de héroes falsos, y de los verdaderos, los obreros, los revolucionarios no hay nada.

¿Cómo explica el símbolo de los frisos y la sala llena de éstos héroes?

Los frisos son una ironía, yo replico el ejercicio de griegos, quienes hacían especies de retablos de mármol con escenas heroicas y yo las cambio por lo que a mí me parece un vergüenza. La otra sala es una utopía, es lo que primero debiese suceder después de una revolución: botar todas las esculturas.

¿Cree que el arte puede generar un cambio político o social?

No creo que el arte tenga una misión específica, pero sí creo que el arte abre espacios desconocidos, posibilidades de reflexión, es como una pequeña ventana a la conciencia. No tengo como objetivo cambiar algo, pero sé que algo pasa cuando la gente arma su propio relato luego de ver la obra, y eso es impredecible. El arte es un catalizador para que algo ocurra, quizás el inicio de un cambio.

En mayo va a la Bienal de Venecia, una de las vitrinas más grandes del arte contemporáneo. ¿Cómo se siente?

No siento que haya logrado una meta, siento que es el paso lógico para una trayectoria larga. He ido a otras 15 bienales y he tenido muchas exposiciones dentro y fuera de Chile, al igual que los otros artistas finalistas; estaba Claudio Correa, Arturo Duclos y Alicia Villarreal, o sea, imagínate, todos tenemos un cuerpo de obra importante. Creo que es un gran desafío y estoy emocionado de todo lo que podré aprender, pero no me siento como un atleta que acaba de ganar una medalla de oro, este es un peldaño más.

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