Yo fui constituyente: vecinos de la región relatan su experiencia

Una vista de la Asamblea Constituyente de Colombia en 1991.

La exvicepresidenta de la Asamblea Constituyente de Ecuador 2008 y tres exmiembros del órgano colombiano compartieron con La Tercera sus testimonios sobre cómo fue redactar una nueva Carta Magna para sus países y las dificultades que enfrentaron en el camino.


La periodista Aminta Buenaño fue la mujer más votada del país en las elecciones para la Asamblea Constituyente de Ecuador en 2007, lo que la catapultó para ser nombrada vicepresidenta de la asamblea, que se llevó a cabo entre el 29 de noviembre de 2007 y el 25 de octubre de 2008.

“Yo venía desde la sociedad civil, desde la cátedra universitaria, el periodismo y la creación literaria, y para mí fue una experiencia única e inolvidable. Significó hacer realidad muchos de mis ideales sociales de justicia e igualdad que desde mi columna en los diarios exigía, y que compartía con una gran mayoría de fuerzas sociales. Significó el poder pelear por las causas en las que creía y contribuir a fortalecer el rol del Estado para proteger las condiciones y calidad de vida de los más pobres, potenciando el poder de los ciudadanos”, recuerda la escritora y diplomática de 62 años.

Entre todas las novedades de la Constitución ecuatoriana, hay tres logros por los cuales Buenaño se siente particularmente orgullosa. En primer lugar, la obligación de que el Estado promueva la representación paritaria de hombres y mujeres en todos los cargos públicos. En segundo lugar, el haber liderado el proyecto para que se reconozcan dentro de la Constitución, además de los derechos de los afroecuatorianos y los pueblos indígenas, los del pueblo Montuvio, perteneciente a la costa de Ecuador. Por último, Buenaño celebra que hoy miles de ecuatorianos disfruten los resultados de su propuesta sobre incorporar la licencia laboral de paternidad como un derecho en la Carta Magna.

El Presidente ecuatoriano Rafael Correa habla ante la Asamblea Nacional Constituyente durante la presentación del segundo informe anual de su gobierno en Quito. Foto: AFP

De los 130 miembros de la Asamblea Constituyente ecuatoriana que fueron elegidos democráticamente, 45 eran mujeres, lo que equivalía a un 35% del total. Buenaño recuerda que fueron ocho meses de arduo trabajo.

“Para redactar esta Constitución nos alejamos del centro del poder político, que era Quito, y construimos en el Cerro de Montecristi, en la provincia de Manabí, un enclave que se llamó Ciudad Alfaro, donde nos recluimos todos los asambleístas para los debates y discusiones, y donde recibíamos a la población que se sumaba a este proyecto con sus aportes”, comenta la escritora a La Tercera.

“El trabajo fue extenuante, 24/7. Trabajábamos todos los días, casi no dormíamos. Estábamos en el pleno, en las mesas constituyentes, en los diálogos con las decenas de organizaciones sociales que llegaban a Montecristi, en las comisiones itinerantes con las que recorríamos el país. Fue un trabajo que demandó todas nuestras facultades, pero también fue muy satisfactorio, porque nos permitió dialogar y conocer al país profundo, aquel que no se ve desde las ciudades”, recuerda la exvicepresidenta de la asamblea.

Sin embargo, los procesos no estuvieron exentos de obstáculos. “Las asambleas constituyentes siempre son una amenaza para los grupos que están acostumbrados a detentar el poder sin compartirlo con su verdadero dueño, que es el pueblo. Ciertos medios de comunicación se convirtieron en actores políticos y atacaban todo lo que se hacía y discutía en la asamblea, éramos parte de una campaña permanente de desinformación, desprestigio y calumnia”, comenta la periodista ecuatoriana.

Para elegir a los 70 miembros de la asamblea se convocó a elecciones el 9 de diciembre de 1990. En un intento por sellar el proceso de paz que el gobierno estaba llevando a cabo con distintos grupos armados, se aprobó la inclusión de cuatro constituyentes sin voto en representación suya. Así, había un miembro del Ejército Popular de Liberación (EPL), dos por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y otro por el Movimiento Armado Quintín Lame.

Los miembros de la Asamblea celebran una nueva Constitución durante la última reunión de la Asamblea Nacional Constituyente en Montecristi, Ecuador. Foto: AFP

“Como miembro de una organización insurgente que firma la paz con el gobierno, sentíamos que dábamos un salto muy firme en la construcción de un mundo mejor para todo nuestro pueblo”, señala a La Tercera Rosemberg Pabón, exguerrillero colombiano del Movimiento 19 de Abril (M-19) que formó parte de la asamblea. “Después de 20 años en la insurgencia, participar en un proceso asambleísta y constituyente era sentir que nuestros sueños empezaban a convertirse en realidad”.

Fabio Villa Rodríguez, exdirigente nacional de la Juventud Revolucionaria de Colombia, asegura que es el mejor cargo que ha ejercido. “Haber podido contribuir de manera significativa a hacer una nueva Constitución deja una impronta en el alma, en la vida y en la trayectoria personal y política de una persona, que no es comparable con ninguna otra cosa que uno puede hacer en la vida pública. Yo era muy joven en ese tiempo, tenía apenas 26 años. Hoy, a mis 55 años, lo recuerdo como la mejor experiencia de toda mi vida”, dice el sociólogo colombiano.

“Por primera vez en nuestro país, durante cinco meses, nos encontramos 74 personas con posiciones ideológicas, económicas, culturales y políticas muy diferentes. Unos representando al statu quo y otros representando los deseos de cambio de la mayoría de los colombianos. Aprendimos todos la convivencia pacífica. No fue necesario tener la mitad más uno para imponer una idea. Durante los cinco meses intensos de trabajo sin pausa, el acuerdo fue la nota prevalente”, recuerda Pabón, que hoy tiene 74 años.

Para Germán Toro, expresidente de la Federación Colombiana de Educadores (Fecode), la participación en la asamblea fue un gran aprendizaje, que significó “la posibilidad de ver que las cosas en la vida social y política no son en blanco o negro, que hay una riqueza de matices. Confirmar que la diversidad ideológica, política, étnica, social y regional no son obstáculos insalvables para consensos básicos hacia una sociedad democrática y un Estado social de derecho”.

Asambleístas votan en el Congreso de Ecuador durante las primeras reuniones de la Asamblea Constituyente, el 29 de noviembre de 2007, en la localidad costera de Montecristi. Foto: AFP

Sin embargo, los procesos no estuvieron exentos de obstáculos. “Las asambleas constituyentes siempre son una amenaza para los grupos que están acostumbrados a detentar el poder sin compartirlo con su verdadero dueño, que es el pueblo. Ciertos medios de comunicación se convirtieron en actores políticos y atacaban todo lo que se hacía y discutía en la asamblea, éramos parte de una campaña permanente de desinformación, desprestigio y calumnia”, comenta la periodista ecuatoriana.

En Colombia, Villa explica que “lo más duro fue la oposición de un sector de la clase política que estaba en el Congreso, y también los sectores económicos que se oponían a cualquier cambio que afectara sus intereses. Tampoco pudimos hacer la constituyente en un ambiente de paz. Cuatro grupos armados se desmovilizaron antes o durante la constituyente, pero dos organizaciones se mantuvieron en la guerra: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Además, el narcotráfico mantuvo su actitud de guerra mientras duró la asamblea. Este ambiente hostil hizo difícil poder llevar a buen término el proceso constituyente. Sin embargo, lo hicimos en cinco meses y lo hicimos bien. Tenemos una Constitución política democrática de avanzada que sigue estando vigente para la realidad política de Colombia en la actualidad”.

“Para facilitar el funcionamiento y el contenido del texto constitucional se presionó la inhabilidad de los constituyentes para ser candidatos en las siguientes elecciones de Congreso, lo que llevó a que el proceso de reglamentación de la Carta quedara en manos de la vieja clase política y se limitara su implementación”, complementa Toro.

Sin embargo, todos concuerdan en que el proceso valió la pena. “Fue una experiencia histórica, porque participaron, por primera vez, todas las organizaciones y grupos sociales que antes habían sido marginados y excluidos del poder. Fue la realización de un sueño colectivo, largamente anhelado y exigido por el pueblo”, asegura Buenaño.

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