¿Dónde vivir? El incierto futuro después del socavón en Concón

Residentes de los edificios afectados por el socavón en las dunas retiran sus pertenencias. Foto: Dedvi Missene

Dos propietarios y un exarrendador de los edificios afectados por los deslizamientos de tierra ocurridos en las dunas de Viña del Mar cuentan cómo han vivido una emergencia que no esperaron experimentar jamás. Mientras, retiran los últimos enseres que quedan en sus antiguos hogares, sin tener la certeza de cuándo (o si es que) podrán regresar.


Cuatro hombres descansan apoyados en la parte trasera de un camión. Sudan. La puerta está abierta. Dentro hay cajas, sillas y los cojines de un sillón. El grupo está bajando, a pulso, los muebles de un departamento del piso 26 de la torre A del edificio Miramar Reñaca, que, junto a la torre B, el Kandinsky y Santorini Norte, fueron evacuados por su proximidad a los dos socavones registrados en las dunas de Viña del Mar en las últimas semanas.

En el intertanto se acerca una mujer a pedirles un martillo. Parece afligida. “Con todo el trajín perdí las llaves de un cajón y ahora no tengo cómo abrirlo”. Se llama Trinidad Carreño y tiene 70 años y hasta la madrugada del lunes había vivido sus últimos 13, desde 2010, en la torre B del mismo edificio.

“Esto ha sido para mí como un bombazo. Me tiraron una bomba y desapareció lo que con mucho esfuerzo había conseguido”, cuenta apenada a La Tercera.

La noche del accidente, dice la propietaria, lo primero que sintió fue mucho ruido. “Me asomé al balcón y vi un río de agua que salía, un río gigante. En la calle estaba carabineros y trabajadores con mamelucos naranjos. De pronto se corrieron hacia el sur de la calle, que estaba cortada. Y bueno, ahí empezó el socavón. Vi que se empezó a hundir un poste de luz y en cosa de segundos se cayó todo. Entonces empezamos a bajar yo y mi nieta, y mi hija y mi nieto, que vivían en otro departamento del edificio. Hubo una fuga de gas y el aire estaba irrespirable. Abajo, carabineros ya había ordenado la evacuación. Eran la una de la mañana. Salimos con pijama, una chaqueta y arrancamos. Desde la bomba de bencina llamaba a una hija que vive en Olmué, a otro hijo que vive en Viña. Pero por la hora ninguno contestaba. Hasta que mi hija devolvió el llamado a eso de las 04:00, y me dice que me vaya inmediatamente a su casa”, se extiende.

Desde entonces, Trinidad, su hija y sus dos nietos están viviendo de allegados en Olmué. El hecho de andar “molestando a mi edad”, dice, “ha sido terrible”. Lo peor, agrega, es que percibe que el Ministerio de Obras Públicas (MOP), con los trabajos de mitigación que está haciendo, “se están riendo de las personas. Yo lo siento así porque es que hubieras visto el trabajo, tiraron unos nylons hacia la duna y le hicieron una baranda de madera. Por lógica eso no iba a resistir”.

Entonces escuché una declaración de la ministra de Obras Públicas (Jessica López) que, de verdad, si hubiera estado ahí presente le habría dicho si a ella le gustaría que le hubiera pasado esto. A esta edad que tengo quedarse sin casa y reírse de la gente, y decir que el trabajo se hizo bien... es una burla. Y más encima dice que fue en tiempo récord. Yo entiendo la cosa al revés. En tiempo récord dejamos la escoba”.

En la calle próxima a los socavones (Costa Montemar) se ve que hay hombres trabajando. Construyen mamparas con madera alrededor de una cámara de agua. Trinidad asegura que están tirando, con una bomba, las aguas que dirigía el colector colapsado -que provocó el primer deslizamiento- hacia otras cámaras. Y que además “están tirando escombros de relleno en el socavón, que en realidad no sé qué función va a prestar eso. No sé si eso será lo que realmente se debe hacer, porque el trabajo que hicieron antes fue de cabro chico, una cosa irrisoria que sin ser yo experta te das cuenta que eso iba a colapsar e irse todo al vacío”.

Nicolás Marchant, hijo de Alfredo Marchant (72), dueño de uno de los departamentos del edificio Santorini Norte, también piensa que el segundo socavón ocurrió debido a las “malas gestiones”, según describe, que ha hecho el MOP con los trabajos de mitigación. Finalmente, añade, “resultó peor aún y se vio más gente afectada. Todos le echan la culpa a las inmobiliarias y que no se puede construir en dunas, pero Viña está construido sobre dunas. Tuvimos reuniones con los ingenieros y garantizaron la seguridad del edificio, sobre todo el Santorini que está escalonado. Todos se tratan de lavar las manos”.

Marchant hijo conversa con este medio mientras guarda la mercadería de su padre en el maletero del auto, que estacionó en la calle Reñaca Norte. Alfredo, dice, no puede acompañarlo a retirar los enseres, pues sufrió un accidente hace pocas semanas: se quebró la cadera y se dislocó el hombro, a lo que se suma el tema del socavón. “Fue un balde de agua fría para él, porque estaba haciendo el reposo en su departamento”, detalla.

Al momento de la emergencia, su padre se encontraba solo en su domicilio, así que lo tuvo que ir a buscar, conseguirle un departamento y cambiarle las cosas. “Ha sido un desastre para todos. Eso lo tiene emocionalmente bastante mal, está deprimido, aparte en una condición de discapacidad, porque no puede caminar todavía”, revela.

Uno de los socavones en las dunas de Viña del Mar. Foto: Dedvi Missene

Al igual que Trinidad, Alfredo ya había terminado de pagar el inmueble donde vivía. Pero ahora, con todo lo que ha pasado, tendrán que costear un arriendo. “Estamos viendo con el seguro si tiene alguna cobertura, por todos los gastos adicionales en que él incurrió para poder trasladarse y tener un departamento donde vivir estos meses. Recién estamos averiguando”, explica Pablo Marchant.

Según les han comunicado las autoridades hasta ahora, los trabajos podrían durar entre seis y ocho meses. Marchant comenta que, de certificarse de nuevo la seguridad del edificio, su padre volvería a vivir ahí. “Sin duda, es lo que él quiere. Este es su proyecto de vida final y quiere terminarlo acá, no en otro lado”.

Trinidad tampoco ha revisado los detalles del seguro individual que adquirió al momento de comprar el departamento. “No he visto nada de eso, no he tenido cabeza para nada. Una quiere estar tranquila, porque es un tema traumático. Te quedas con ese ruido metido en tu cabeza. Ahora estaba allá en el departamento y pasó alguien con un carro por la calle, sentí el mismo ruido y me dio una cosa terrible. Entonces, todavía estoy con esa angustia. Lo que pasa es que el ruido fue horrible”, recuerda.

En la misma torre donde vivía Trinidad, ayer por la mañana el médico Fernando Soto (41) terminaba de limpiar el departamento que arrendó por dos años y medio con su pareja e hijo, de 9 meses. Después del accidente conversó con la propietaria y no tuvo problema en poner término anticipado al contrato. Todos los muebles los sacó también a pulso, con su suegro, cuñado y un par de amigos. Sin embargo, se le ve tranquilo. A diferencia de quienes son dueños de los otros departamentos, y gracias a que tiene un buen pasar, él puede cambiarse de casa y arrendar un nuevo lugar, junto con hacerse cargo de todos los costos que ello implica.

Afortunadamente ya encontré arriendo en Viña del Mar. Eso significa volver a hacer un contrato de arriendo, pagar la garantía, el mes de adelanto”, lo que asume con su dinero. “Afortunadamente uno tiene la situación económica para poder solventarse frente a esta emergencia. Ahora, tampoco soy millonario como para dejar todos los muebles acá y armar una casa desde cero. Por eso mi inquietud de sacar todo lo antes posible”, asegura.

Lo que le tocó vivir era impensado, reflexiona. “Hace décadas se construye en las dunas de Viña del Mar y Concón, y hasta ahora en sus alrededores nunca había pasado algo semejante. Entonces, cómo me iba a imaginar yo el riesgo de que en las dunas se generaría un socavón que afectara la seguridad del edificio. Jamás”, asegura Soto, al mismo tiempo que acompañado de su pareja abandonan el lugar. Juntos tendrán que armar, de nuevo, un departamento. Esta vez, esperan, sin contratiempos.

Foto: Dedvi Missene

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