Columna de Samy Benmayor: Las Faraonas, el dolor del desamor

Iglesia de San Francisco


Por Samy Benmayor, pintor

Amor es lo que siempre he sentido por Santiago. Nací en el siglo pasado en pleno centro de la ciudad, entre un circo y un mercado rodeado de edificios, a dos cuadras del Palacio de La Moneda, frente a una Alameda que era ancha y llena de árboles, fuentes de aguas y monumentos; entre ellos uno que para mí era especialmente atractivo: dos faraonas egipcias. Todas esas estatuas, edificios y personas conformaron para mí un universo poético, misterioso, bello y vital, que con certeza definieron mi pasión por el arte.

El centro mismo lo conocí profundamente y por lo tanto aprendí desde pequeño a amar mi ciudad intensamente. Tanto así que cuando gané un proyecto de arte para la estación Baquedano del Metro, no dudé un minuto en hacer un trabajo que tuviera que ver con ese sentimiento. Lo hice como un homenaje a la ciudad y lo llamé Declaración de Amor. Lo diseñé para que fuera una imagen que los niños, que son los que miran, recordaran y reconocieran como parte de su ciudad y de su infancia.

Desde que comenzó la destrucción de edificios y monumentos en Santiago, para mi fue un dolor enorme, pero no solo por la destrucción misma, sino por la indiferencia absoluta de sus habitantes. Registré todo esto fotográficamente en un intento desesperado e infructuoso de conmover a una ciudadanía arrebatada por las circunstancias.

Un segundo elemento definitorio de mi formación fue la educación pública y mis grandes profesores del Liceo Manuel de Salas, que con entusiasmo y vocación genuina nos enseñaron a comprender el mundo, la humanidad y la belleza. Fueron verdaderos ejemplos de vocación e integridad.

Es por eso que me parece especialmente triste que sea un profesor quien insista en vandalizar un edificio histórico que es patrimonio de todos y que en estos precisos momentos se está tratando de recuperar de sus reiterados agravios .

Me resulta paradojal el haberme enterado con el paso de los años que aquellas faraonas de mi niñez -que aún están en la Alameda- no eran tales, sino que dos grandes educadoras realizadas por el destacado escultor Samuel Román. Eran tiempos en que los profesores merecían monumentos, como el que estaba frente a mi casa.

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