Columna de Rodrigo Guendelman: El amor de la ciudad

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Por Rodrigo Guendelman, conductor de Santiago Adicto de Radio Duna.

“Acontece que los deberes complejos de la época nos van haciendo olvidar los simples hasta el punto de que se deben formar instituciones para recordarlos y mantenerlos…

Debiera haber en los libros de lectura de nuestros niños un trozo que ampliara el mandamiento de “honrar padre y madre”, formando en ellos el amor y la honra de la “ciudad materna”.

Ama a tu ciudad. Ella es sólo la prolongación de tu hogar, y su belleza te embellece y su fealdad te avergüenza. Procura que todas sus avenidas, y ojalá todas sus calles, tengan la gracia del árbol, tras cuyas copas el cielo es más profundo. Procura que haya en esas calles uno que tú hayas plantado, y por el que veles. Una ciudad sin árboles es una masa opaca y brutal de edificios, que endurece el corazón de sus hombres.

Haz que tu ciudad sea hermosa, además de rica y de justa. El pueblo de Atenas no se conformó con embellecer sus museos y no creyó que lo bello sólo fuera cosa de poemas: menos egoístas que nosotros, descuidó el hogar, que es de unos pocos, para hacer hermosa la ciudad, que es de todos.

Defiende tus monumentos y tus paseos: al robarte un panorama, roban una alegría de tus ojos, despojan tu alma. Pero cuando esos monumentos son primitivos y feos, clava en ellos el ridículo y atácalos, porque hacen daño social, lo mismo que una ley mala. Ódiales lo grotesco y no descanses hasta que los veas reemplazados por un mármol gracioso y profundo.

El que ha hecho grotescamente a tus héroes, los ha ultrajado y los sigue ultrajando cada día en el monumento deforme.

Lleva a tu patriotismo, como a todo, un sentido de belleza, y no toleres ni el canto patriótico necio ni el discurso insípido ni el bronce heroico antiestético…

Ayuda a los que embellecen tu ciudad, y ámalos…

No te limites a pedir que tu ciudad tenga higiene y luz, pide que se le ennoblezca…

Ama, pues, las calles, que en ningún día dejas de cruzar, y que ellas, por hermosas, te ayudan a sentir la vida y amarla, como tu maestro quiere que la sientas: alta y espiritual”.

Gabriela Mistral, Revista Mireya, Punta Arenas, 1919.

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