Columna de Andrés Gómez: La soledad y los demonios



Por Andrés Gómez Bravo, subeditor de La Tercera Domingo

Obsesivo, contradictorio, asediado por las dudas y los celos. Diarios centrales, la segunda entrega de los cuadernos inéditos de José Donoso permiten un acercamiento privilegiado a su mundo íntimo. Literariamente, son un documento excepcional que nos introduce en su laboratorio creativo, en el modo en que trabajó y padeció la escritura de El obsceno pájaro de la noche y Casa de campo. También son una puerta a sus emociones y demonios. Cecilia García-Huidobro, quien tuvo a cargo la edición de los diarios, escogió un subtítulo bello y preciso: A season in Hell.

La cita hace referencia a un proyecto en torno a la vida de Arthur Rimbaud, pero también al infierno personal que vivió.

Autor de una obra habitada por monstruos y seres esperpénticos, Donoso utilizó los diarios para encauzar sus angustias. Así como esperaba que se le midiera en tanto autor por la dimensión de sus obras, buscaba que estas páginas se leyeran como “un documento por el cual se juzgará a José Donoso hombre”.

Miembro del boom latinoamericano, Donoso escribió en medio de una generación que revolucionó la narrativa del continente. En el curso de una década, aparecieron La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Rayuela de Julio Cortázar y Cien años de soledad de García Márquez, mientras Donoso luchaba por salir del infierno en que se había transformado la escritura de El pájaro. De algún modo, la ansiedad y los celos que sentía fueron un estímulo para sacar adelante esas obras descomunales.

Ciertamente, Donoso tenía una personalidad compleja; había en él una profunda inseguridad, que tenía que ver en parte con su historia familiar, con la “soledad total de ser un paria” y la necesidad de ser socialmente aceptado. Esa inseguridad atravesaba su trabajo literario y sus relaciones afectivas, incluso con su hija Pilar: “Mi inseguridad frente a ella, mi deseo de ser amado y amarla”, anota. Esa sensación de soledad, de no formar parte, lo acompañó largamente y lo hizo escribir en 1974: “A la hora de la verdad, no me quieren ni los unos ni los otros, no pertenezco ni a familia ni a clase social, ni a país ni a partido político alguno y existo como en un gran vacío. ¿Qué hacer? Este año cumplo ya 50 años. ¿Importa ya? Supongo que no. Estoy donde estoy, y eso basta”.

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