Ramón Griffero: "El modo de producción del Teatro Nacional quedó obsoleto y es tiempo de reestructurarlo"

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El director teatral Ramón Griffero, retratado días atrás en Santiago. Foto: Richard Ulloa.

Con casi tres años en el cargo, el director y Premio Nacional dejará la conducción del espacio que administra la U. de Chile el 31 de diciembre. Aquí detalla sus razones, analiza su gestión y mira hacia el futuro.


La decisión estaba tomada desde el día uno: no permanecería en el cargo por más de tres años. Pero cuando asumió la dirección artística del Teatro Nacional Chileno en abril de 2017, Ramón Griffero (1952) no imaginó que en septiembre recién pasado recibiría el Premio Nacional de Artes de la Representación. Mucho menos que un mes más tarde, el 18 de octubre, estallaría el movimiento social que hasta hoy tiene a la sala Antonio Varas y a varias otras de la capital con funciones a eso de las 4 y media de la tarde, entre manifestaciones, bombas lacrimógenas y la vigilante presencia de Carabineros.

Todo eso, dice, además de no haber escrito ni una sola obra en estos tres años, precipitó su salida del espacio que depende de la Facultad de Artes de la U. de Chile, a dos años y nueve meses de su arribo. Tras presentar su renuncia al decanato semanas atrás, el viernes pasado hizo público el anuncio en redes sociales. Y ahora, sentado en un café en pleno barrio Bellas Artes, el autor de obras como 99 La Morgue y Río abajo confirma que su salida se oficializará el próximo martes 31 de diciembre.

"Fueron varias las señales de que terminaba un ciclo para mí. Nunca pensé en quedarme tres años en el teatro, siempre supe que no iba a ser más que eso. De hecho, me sorprende que me digan que estuve poco y no que no me aperné", apunta. "Mi última obra además, La iguana de Alessandra (2018), la escribí antes de llegar al teatro, entonces me dio la sensación de que el cargo era incompatible con la creación. Yo sabía que iba a ser un trabajo de gestión, que también me gusta mucho, pero no pensé que iba a ser tan árido e intenso".

¿Cuánto influyó en su decisión el haber ganado el Premio Nacional?

El premio me dijo, bueno, parece que aquí se cierra algo y se asoma otra cosa. Pero también coincide con el estallido. Muchos están repensando sus labores, sobre todo en el área pedagógica, y es también mi caso. Todo lo que ha pasado desde el 18 de octubre no se puede obviar. No estamos en un recreo. En las últimas semanas hemos visto que el Teatro Nacional y otros se han abierto a un teatro de emergencia que les ha devuelto a las salas su estatus de plaza pública. Los jóvenes confían en que allí pueden manifestar libremente sus demandas, y eso es muy positivo y apunta al motor de un arte ya no ligado a la ideología, sino a la acción.

Un nuevo Teatro Nacional

La llegada de Griffero a la ex sede del Teatro Experimental la gatilló una crisis: en enero de 2016, su predecesor, el director Raúl Osorio, puso fin a 15 años de gestión en medio de críticas de sus pares. A los reclamos en su contra, que apuntaban a un "distanciamiento del Teatro Nacional de la escena local", se sumaban las bajas cifras de público -19.800 espectadores en 2015- y a la escasa visibilidad tras sus años dorados en los 90 y primeros 2000. La salida de Osorio develó además una profunda crisis presupuestaria al interior de la casa de estudios, que Griffero, por cierto, también tuvo que afrontar.

"Mi gestión estuvo marcada por sacar a ese teatro del enclaustramiento", señala hoy el director. Según registros del propio espacio, 43 compañías locales pisaron ese escenario en los últimos tres años, entre ellas La Pieza Oscura (Liceo de Niñas), Teatro La María (El Hotel) y hasta grupos más jóvenes y de probado éxito como La Laura Palmer (Animales invisibles) y La Niña Horrible (La trágica agonía de un pájaro azul). Otra de las iniciativas de su gestión, además de seminarios y festivales, fue el programa Un teatro para todas y todos, que permitió el acceso gratuito a más de 30 mil personas de comunas de la Región Metropolitana.

"En total, son más de 80 mil los que han asistido en este periodo, e intentamos que el teatro siempre estuviera abierto con algo. Incluso después de mi salida quedará en cartelera la obra Adiós señor Presidente, en enero habrá montajes de Santiago a Mil y en marzo se repone Un tranvía llamado deseo de Alfredo Castro, por los 10 años del GAM. Como ves, no dejo el teatro vacío como lo recibí yo", ironiza.

¿Cómo ve hoy el rol de la Facultad de Artes de la U. de Chile y su gestión del teatro?

Es un reflejo de cómo se trata al arte en el país, y de la importancia que le da el Estado a la cultura. La actual crisis volvió a traslucir lo precario de lo público y de la misma U. de Chile ante la privatización de la cultura y el enfoque de mercado y subsidiario que impulsa el Estado. Esto obviamente tuvo efectos en el Teatro Nacional, que se fue quedando aislado dentro de la U. de Chile. No entender la cultura como defensa de la soberanía o la formación del espíritu de un país provoca que instituciones como éstas reflejen esa mirada.

Uno de los aciertos de esta temporada fue el montaje Animales invisibles, de la compañía La Laura Palmer, recientemente galardonado con el premio del Círculo de Críticos de Chile a la mejor obra del año. Estrenada en agosto pasado en la sala Antonio Varas, la performance documental dirigida por Pilar Ronderos e Ítalo Gallardo estaba protagonizada por los técnicos, tramoyas y utileros históricos del mismo teatro, quienes a través de sus testimonios y oficios evidenciaron el desencanto con la institución, el declive de la maquinaria teatral y sus propias incertidumbres ante el futuro. Al propio Griffero le llovieron dardos.

Una de las críticas que le hicieron los técnicos es no haber reimpulsado la capacidad productora del teatro ni tomar en cuenta sus trabajos. En su gestión solo hubo dos montajes (El tribunal del honor y El presidente). ¿Fue un momento complicado para usted?

No realmente. Cuando tú mueves y reestructuras es evidente que vayan a generarse contraposiciones. Los fondos -unos $ 400 millones anuales- no dan para producir, y eso fue algo que se quebró, porque ellos sintieron que uno les estaba quitando su trabajo. El teatro esperaba construir sus propias obras y producciones, pero, así como disminuyeron los fondos disminuyeron también los técnicos avocados a eso. Entonces, el teatro tenía que funcionar más como un centro de extensión, como el GAM o Matucana 100, y abrirse a compañías y no ser un reducto enclaustrado solo para las producciones del teatro. Es un choque de modelos. Sí reconozco que quizás no tuve el tacto ni la sicología para entender que eran ellos, los técnicos, los dueños de casa. Yo era un extranjero, tanto así que ahora parto y ellos seguirán ahí.

¿Qué le faltó concretar durante estos tres años en el teatro?

Bueno, el modo de producción del Teatro Nacional quedó obsoleto y es tiempo de reestructurarlo en su totalidad y construir a partir de las sendas del futuro. Yo seré el último director de ese modelo previo y sobreviviente, pero deben llegar las nuevas generaciones, una directora mujer y también diseñadoras y otras profesionales al equipo técnico, que sigue siendo un mundo de hombres en el Nacional. Los jóvenes y las mujeres deben reestructurar ese teatro, y espero que mi salida y los nuevos tiempos traigan ese cambio que es necesario. Después del 18 de octubre todas esas posibilidades están más cerca de lo que estaban meses atrás, y probablemente la historia me hizo quedar como que hubiese sido yo quien no consiguió traer de vuelta toda esa tradición que estaba condenada a morir. Sin embargo, nunca estuvo entre los planes de la Facultad revivir al Teatro Experimental, por ejemplo. Es otro el teatro que se debe construir. Ahora todo es externo y en colaboración con las compañías. Todo este soplo nuevo tiene que bañar también a este teatro.

¿Qué hará tras su salida?

He estado registrando lo que pasa en las marchas con mi cámara. Yo partí estudiando cine y quiero recuperar ese trabajo. Estoy tomando unos cursos de edición también, y quiero ver si continúo por ahí y también por la literatura. En 1992 escribí el libro Yo soy de la Plaza Italia (Editorial Los Andes, 1993), y creo que merece un segundo volumen, que sería Yo soy de la Plaza de la Dignidad. Me interesa la creación social y, por ahora, es por ahí donde quiero caminar.

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