Columna de Rafael Bielsa: Las generalidades de Pablo Ortúzar

Una portada de Clarín se ve entre otros diarios en un kiosco en Buenos Aires, el 9 de octubre de 2014. Foto: AFP

Por Rafael Bielsa, embajador de Argentina en Chile

El señor Ortúzar polemiza con la señora Faride Zerán y con el señor Daniel Matamala en la edición del 26 de julio. Por lo que nos informa, los dos últimos han sido premiados. Tanta corona triunfal me aleja -como gato del agua- de pretender intervenir en la muy atractiva cuestión de fondo: (“… el ataque a la prensa y a los periodistas por parte de la izquierda”).

Dicho lo que antecede (que raya mi cancha), sostiene Ortúzar que “… Zerán promovió a un candidato que pertenece a un partido que defiende abiertamente regímenes donde la libertad de prensa no existe o es perseguida a diario: la Venezuela de Chávez-Maduro, el (superado) Ecuador de Correa, la Argentina kirchnerista, la Cuba castrista y la Nicaragua de Ortega”.

A poco de comenzar su diatriba, el polemista abre la compuerta para que caiga un hervidero de palabras venerables: “Convención Constitucional”, “libertad de prensa”, “igualdad formal y real”, entre otras.

Mezclada en ese consomé intimidante, sobrenada la afirmación de que en la Argentina kirchnerista, la prensa es perseguida a diario, por decir lo menos. A continuación, se listan los países de la región que abarrotan las pesadillas liberal-conservadoras: Venezuela, el Ecuador pretérito, Cuba y Nicaragua. Machihembrar lo diferente, es uno de los riesgos de los ejercicios de escritura automática de clichés.

Rafael Bielsa, embajador de Argentina en Chile.

Es mi obligación, cada vez que se ofende públicamente a mi gobierno y a mi país, tratar cuanto menos de que se conozca la verdad. En Argentina, donde no faltaron las barahúndas entre la prensa tradicional y los sectores políticos, no hubo ni hay persecución a la libertad de prensa.

El sonsonete de algunas entidades intermedias, controladas por el mundo mediático empresarial con intereses económicos diversificados, pivotea sobre este concepto: se coarta la profesión de periodista, cuando –legítimamente para mi gusto- un funcionario o funcionaria responde de manera enfática a algunas de las demasías que se dicen sobre él o ella y sobre sus trabajos. Una cosa es comprender la lógica de la redacción de un medio, y otra justificar un pelotón de fusilamiento.

Me ha tocado tener que enmendar falacias, y siempre ruego que sea la última vez. Pero son plegarias que Dios no atiende. En particular, el pensamiento liberal-conservador es ponzoñoso con el peronismo, fenómeno que desdeña más, cuanto menos lo entiende. Ortúzar pide, con su estilo churrigueresco, “la máxima seriedad en estas materias”. Coincido: no estoy planteando el interés general sobre lo nacional y popular en mi país, cosa escasamente atractiva para quien no sea argentino (o paleontólogo), pero entiendo como parte de mis funciones pedir un poco de recato.

En Argentina, el Congreso Nacional sancionó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual 26.522 en el año 2009. Venía a reemplazar una normativa de base que se remontaba al último gobierno de facto. Representó, en el espacio comunicacional de Argentina y de América Latina, una puesta en discusión de aspectos medulares sobre las matrices regulatorias estatales de los servicios audiovisuales y su acceso en un contexto de diversidad.

La controversia que la precedió se remontaba a muchos años antes. En 2004, la “Coalición por una Radiodifusión Democrática” (sindicatos de prensa, universidades, radios comunitarias, y organismos de derechos humanos, con perdón por la expresión), propició el debate, que fue plural. El gobierno liberal–conservador argentino que precedió al actual, derogó la “ley infame” con un decreto que no fue materia de discusión de ideas, como no sea con los propietarios de los medios de comunicación. Ortúzar es de los que opinan que “… me parece que todo privilegio legal debe ser ampliamente discutido y justificado”. En Argentina no se estila censurar ni al “pinochetismo” ni al “concertacionismo” chilenos; tampoco se consigue fácil la ponderación en las asignaciones, como está a la vista.

Así como la lógica de la política liberal había sido: “te doy la conexión del cable, a cambio de buenas noticias”, con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual vigente, la misma lógica se invirtió, transformándose en “te voy a dar malas noticias”, sin por ello devolver la conexión del cable. Es difícil no ver las dificultades que ese nudo borromeo trae a la cuestión. Los anillos entrelazados son: a) igualdad ciudadana ante la ley como fuente de Justicia; b) extensión e intención del Estado de Derecho; y c) los fundamentos de la cooperación social bajo instituciones republicanas. Una cosa es enlazarlos armónicamente en un contexto de Estado subsidiario, y otra en uno con el Estado presente.

Los periodistas están regimentados por las líneas editoriales de sus medios, las que están condicionadas por sus clientes, quienes integran una determinada ideología de clase. Sostener la lógica comercial de un mercado altamente concentrado que ambiciona solapar los sectores de la radiodifusión con los de las telecomunicaciones, trae esos tropiezos. En una película (Motherless Brooklyn) escuché esta frase: “Ah, es excelente tener la fuerza de un gigante. Pero usarla como un gigante, es de tiranos”. Graciana Peñafort lo ha expuesto con mejor conocimiento.

En cuanto a trabajo, el texto de Ortúzar tiene mucho. Hay horas acumuladas, está cuidado y en algunos temas, aprieta los argumentos a despecho del peligro de ahorcarlos. Abunda en citas de autoridad (Kymlicka, Jacob Levy, Chandran Kukathas). Bueno, motores de búsqueda mediante, todos podemos tener a algún canadiense, rumano, o malayo-australiano inteligentes, que hagan la doxología de nuestro credo. Algunos, incluso, necesitan meterse debajo de sus sotanas.

En la órbita carnívora de Ortúzar, entran muchos pedacitos de órganos de las mismas palabras venerables que él evoca e invoca, pero no convoca. Libertad, igualdad, Estado de derecho. Es que el pensamiento liberal–conservador se remonta a Gran Bretaña en el siglo XVII, donde surgió a partir de la filosofía empirista y la utilitarista, que a su vez influyeron en el nacimiento del mercantilismo.

Termino diciendo que preferiría que Ortúzar tuviese caridad y reverencia por cuestiones que para una parte de mi país son merecedoras de tal cosa, sin distorsionarlas, lo que me ahorraría tener que invertir tiempo en responder.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.