Boric, para los 40 años del Golpe: “Se pretende reconciliar sólo abordando los excesos y crímenes del poder, pero dejando intacta su esencia”

El Presidente Gabriel Boric

Una crítica mirada respecto de la reconciliación en la transición democrática chilena es la que el entonces presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) detalló en una publicación que en 2013 realizó el IES.


Fue en 2013, a propósito del libro Las voces de la reconciliación, editado por el Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), que un joven Gabriel Boric escribió en cinco páginas su reflexión sobre los 40 años del Golpe de Estado de 1973 que se cumplían ese año.

“La reconciliación como legitimación del nuevo orden” se llamó el artículo en que el entonces presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile revisó con una mirada crítica la transición democrática chilena. Su tesis: que la reconciliación debía ir más allá de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, y revisar las causas que llevaron al Golpe de Estado. Para ello se explaya citando el libro Las suaves cenizas del olvido, de Brian Loveman y Elizabeth Lira, y también a quienes eran referentes suyos en esa época, como el sociólogo Carlos Ruiz Encina -ahora defenestrado por el Frente Amplio tras ser detenido por violencia intrafamiliar- y el abogado y exconvencional Fernando Atria.

El libro -que editaron los entonces senadores Hernán Larraín (UDI) y Ricardo Núñez (PS)- contó también con las reflexiones de los expresidentes Patricio Aylwin, Sebastián Piñera y Eduardo Frei. Salvo Michelle Bachelet, todos ellos escribieron ensayos en distintos temas: violencia, derechos humanos, justicia, perdón, confianza cívica y el rol de las instituciones. De hecho, Aylwin incluso asistió al lanzamiento que se realizó en el ex Congreso, donde Sergio Micco (exdirector del INDH y hoy presidente de Amarillos) fue uno de los presentadores del libro.

Ya el primer párrafo del ensayo escrito por Boric -que entonces tenía 27 años- esboza su mirada crítica ante el concepto de reconciliación, la que -a su parecer- sólo se había limitado a las violaciones a los derechos humanos. “Se ha olvidado así, como señalan Loveman y Lira, que “los mayores obstáculos a la reconciliación política derivan de la persistencia de los problemas que originaron el conflicto”. Bien cabe preguntarse, entonces, a la hora de reflexionar sobre si Chile es o no un país reconciliado, sobre esos problemas originarios que, al no ser resueltos, terminaron en el terror”, dice.

Boric asevera que “mi impresión es que, en las reflexiones que los actores de aquella época han hecho del período, se evita ligar las causas que llevaron al golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 con lo que vino después. Es decir, unas serían las causas de la derrota del proyecto popular encabezado por Salvador Allende, y otras serían las causas de la violencia de Estado desatada en Chile a partir de su caída”. Cuestión que el entonces dirigente estudiantil refuta.

“La tesis que quiero defender en este artículo es que no hay reconciliación posible si es que no se abordan las causas que explican la asunción y caída del gobierno de la Unidad Popular y, por lo tanto, un proceso de reconciliación debe ser más abarcador que limitarse estrictamente a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado chileno entre 1973 y 1990″.

Boric ahonda en el punto aseverando que durante la transición “se ha hablado mucho de reconciliación. Y muchas veces se ha hecho de manera impetuosa, como si ésta fuera una suerte de deber moral al que hay que llegar, sin importar mucho los costos ni reflexionar mucho el por qué”.

Detrás de ese “imperativo”, enfatiza, se esconde “una necesidad de las elites de legitimar el nuevo orden construido después de 17 años de dictadura, en donde son los vencedores quienes imponen los términos de la nueva ‘pax’ (...) La enorme tarea de la reconciliación traía intrínsecamente consigo la necesidad de aceptar el nuevo Chile que emergía desde las fauces de la dictadura”, dice para luego citar al exministro Edgardo Boeninger.

“En este contexto, la reconciliación fue utilizada como una suerte de moneda de cambio. Para reconciliarse hacía falta estar de acuerdo también con el modelo político, económico y social heredado de la dictadura y que hoy administraba la Concertación”, esto es, “la creación de un Estado subsidiario, que solo podía ser el guardián del libre juego de los agentes en el mercado”. “Los tiempos exigían, desde la óptica de quienes habitaban la Moneda, una unidad compacta que asegurara a toda costa la gobernabilidad. Es así como en este proceso, quienes no aceptaran el paquete completo, quedaban relegados a la más absoluta marginalidad política. Este fue el caso de todos los sectores de izquierda que decidieron no formar parte de este nuevo pacto”, agrega, conceptualizándolo como un “consenso excluyente”.

Boric continúa con su análisis explicando que “paralelo al proceso de desarticulación social se va instalando en Chile la idea de que para reconciliarnos como país, bastaba con reconocer primero y eventualmente castigar después, los excesos en los que había caído la dictadura en materia de derechos humanos. Así, la dictadura había sido “mala” porque había torturado, desaparecido, exiliado y exonerado a miles de compatriotas, pero no porque haya llevado adelante un profundo proceso de expropiación de derechos sociales”.

“Violar los derechos humanos fue una política de Estado (categóricamente inaceptable) que se utilizó en un proceso de transformación más profundo, que consistió en excluir de la participación de la riqueza a las grandes mayorías de nuestro país. Así, se pretende reconciliar sólo abordando los excesos y crímenes del poder, pero dejando intacta su esencia”.

“Por cierto -se explaya Boric- todo lo anterior vino aparejado de una democratización formal de la vida en sociedad. Se fueron recuperando poco a poco los derechos políticos que habían sido negados durante 17 años”. Estos “fueron por una parte conquistas reales de derechos largamente reprimidos, y por otra, maquillaje para encubrir la esencia de una democracia protegida y antipopular que desconfiaba de sus mismos ciudadanos. Así, fuimos construyendo sin darnos cuentas un Chile disociado. Un país que crece pero que cada día está más dividido, un país en donde disminuye la pobreza pero aumenta la desigualdad”.

“Con lo anterior no pretendo en absoluto negar ni desmerecer los esfuerzos que se han hecho en materia de derechos humanos, los que si bien han sido insuficientes a la hora de identificar responsables y aliviar el dolor de los afectados, han generado un consenso transversal en que las atrocidades vividas en Chile durante los 17 años de dictadura en esta materia no pueden volver a repetirse (el “nunca más”). Lo que sostengo es que, para que sea posible una reconciliación sustantiva del pueblo chileno, se requiere mucho más (...) Para que exista una reconciliación integral (o conciliación, si se estima que ésta nunca ha existido realmente), es necesario que todos nos comprendamos como iguales (...) Y hoy, seguimos muy lejos de ese ideal.”

En su última parte, el presidente de la FECh plantea que el panorama no es tan sombrío”, pues está emergiendo “una nueva generación libre de las amarras de la transición, que es capaz de revelarse sin culpa frente a lo que se presenta como el único orden posible”.

“Nuevos temas han aparecido en la palestra, y la política vuelve a entenderse como un espacio de disputa de poder en función de un proyecto que persiga el bien común, donde lo que se discuten son ideas y visiones de mundo diversas, y no solo capacidades gerenciales para solucionar “los verdaderos problemas de la gente”. En definitiva, después de mucho tiempo, se han vuelto a poner en debate no solo los excesos del modelo, sino también su esencia”.

“Para que esto sea posible han debido pasar muchas cosas. En primer lugar, quienes nos sentimos de izquierda hemos enfrentado el difícil proceso de despercudirnos de la carga de derrota con que la izquierda tradicional, quizás inconscientemente, empapó su actuar durante las dos décadas pasadas. Pero para que lo anterior se consolide y no se desvanezca en el aire, todavía falta mucho camino por recorrer”.

“Afortunadamente, esta nueva generación pareciera no tener los miedos del pasado, lo que no implica que no tenga memoria. Arrojo y memoria, una potente combinación para apostar por una verdadera reconciliación”.

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