¿Por qué se jodió el sistema político?

El Presidente Gabriel Boric escogió el encuentro Enade 2024 para comprometerse a legislar, durante su gobierno, una reforma al régimen político. Los parlamentarios están dialogando para fraguar un acuerdo que combata la fragmentación, el discolaje y la crisis de los partidos. Mientras buscan las herramientas adecuadas para arreglar estos problemas, intentan identificar las causas de la crisis para que, esta vez, el remedio sirva para curar la enfermedad.


El Presidente Gabriel Boric estaba sentado en la testera del encuentro empresarial Enade 2024 con un evidente semblante de molestia mientras el presidente de la CPC, Ricardo Mewes, dirigía su palabra ante un salón repleto de empresarios y dirigentes políticos. En el evento reinaba la tensión. El propio Mandatario así lo confesó cuando, usando una metáfora futbolística, dijo que la actividad partía con “una previa caliente”.

Al inicio de su alocución el líder gremial enumeró los hitos que, a su juicio, han dificultado la carrera para que Chile alcance el desarrollo. Luego de nombrar la reforma tributaria de la expresidenta Michelle Bachelet en 2014, apuntó sus dardos a la emblemática reforma que ese mismo gobierno impulsó para terminar con el sistema binominal. “Al año siguiente se cambió el sistema electoral, produciendo una fragmentación que impide grandes acuerdos sociales pro inversión y crecimiento”, comentó Mewes.

Con esa frase, la principal voz de los empresarios puso en el centro del debate uno de los temas que, esa misma semana, marcó la discusión política.

Dos días antes, Boric reveló la opinión del Ejecutivo sobre una eventual reforma al sistema político. El Mandatario mostró sus cartas, pero lo hizo con un paso en falso: condicionándola a “sacar adelante la reforma de pensiones y el pacto fiscal”.

Condicionar la reforma política al éxito de la previsional -que está cuesta arriba en el Senado- generó una ola de críticas. La derecha acusó un “chantaje inaceptable”. Por parte del oficialismo, una de las aliadas de La Moneda también tomó distancia. “Se puede caminar y mascar chicle”, afirmó la presidenta de la Cámara, la diputada Karol Cariola (PC).

Las palabras de Mewes fueron estratégicas. El líder de la CPC sabe que los empresarios comparten la misma preocupación y eso fue lo que lo llevó a dar su mensaje ahí mismo, cara a cara con el Presidente.

Durante su turno, Boric recogió el guante y sorprendió al dar un giro a lo que él mismo había marcado 48 horas antes: “Quiero aprovechar esta ocasión para señalar de manera explícita, y para evitar cualquier tipo de especulación o lugar equívoco, que como Presidente de la República estoy a favor de una reforma a nuestro sistema político”.

El Jefe de Estado fue más allá y dijo que esa reforma debe legislarse durante “este periodo de gobierno”. Dicho eso, volvió a recalcar que sus palabras originales apuntaban a dejar en claro que le parecería “insultante” para la ciudadanía que los políticos se pusieran de acuerdo en mejorar sus propias reglas, pero no fueran capaces de hacer lo mismo con las pensiones.

Culpable o no

Lo que hizo Mewes fue explicitar un análisis que está extendido en la derecha: que la reforma electoral de 2015 fue la que originó la hiperfragmentación que aqueja al Congreso.

El cientista político de Libertad y Desarrollo Jorge Ramírez también se inclina por esa mirada. Ramírez, de hecho, cita la siguiente parte del mensaje presidencial de esa reforma para evaluar los resultados: “Seguirán existiendo incentivos para que los partidos políticos se agrupen en grandes conglomerados y no se producirá una fragmentación excesiva en la representación política”. Por eso, el investigador responde: “Claramente, la reforma no cumplió este propósito. Los datos están a la vista”.

Según Ramírez, “antes de la reforma de Bachelet había en promedio siete partidos en la Cámara”, pero ahora “hay más de 20 y ninguna democracia presidencialista en el mundo, que sea sólida, puede operar con más de 20 partidos con representación parlamentaria”.

Por eso, a su juicio, la ley que terminó con el binominal y dejó un sistema proporcional, con una Cámara de 155 escaños, debe disminuir su magnitud: “Esto es simple matemática, mientras mayor es el número de escaños a repartir por distritos, menor es el porcentaje que requiere un partido para acceder a un escaño y, por ende, mayor será el número de partidos en el Congreso”.

El punto que aborda Ramírez se vincula con la hiperfragmentación que tiene el Congreso. Si en los 90 solo había siete partidos en la Cámara, actualmente la cifra se elevó a 21. Sin embargo, quienes estuvieron detrás de la reforma electoral de Bachelet descartan que esa ley haya causado el problema. “El proceso de fragmentación venía en curso. De hecho, el binominal ya no era binominal, porque había sido horadado por diputados independientes que hacían el balance y extorsionaban al gobierno de turno”, comenta el exdiputado Pepe Auth, quien fue uno de los padres de dicha reforma.

Otro de sus creadores, el abogado Patricio Zapata, destaca los logros obtenidos al haber enterrado el binominal: un Congreso más joven, con más mujeres, que permitiera la entrada de grupos históricamente subrepresentados y el fin de lo que él llama “las incumbencias vitalicias”.

Durante su segundo mandato, la expresidente terminó con el sistema binominal.

Sin embargo, repara en un efecto no deseado de la reforma. “Uno de los efectos negativos es la aparición de estos diputados del 1% o 2%. No son tantos, pero existen. Eso se debe, básicamente, a la existencia de la segunda cifra repartidora. O sea, como hay pactos, los candidatos más votados obviamente arrastran a sus compañeros de lista”, explica Zapata, quien es partidario de eliminar los pactos para que los partidos compitan por sí solos y dejen de subsidiar a los más pequeños.

Otros de los que estuvieron involucrados en ese proyecto de ley comentan que la tradición chilena muestra que el país siempre ha tendido al multipartidismo y a la fragmentación. Como dato exhiben que antes de la dictadura, en el periodo entre 1925 y 1973, en total hubo 56 partidos que consiguieron representación parlamentaria.

En esa misma línea, agregan que ahora el problema de la hiperfragmentación no se produce en su totalidad como consecuencia de la aplicación de las reglas electorales para distribuir los escaños, sino que el fenómeno explota después, cuando la legislatura ya está instalada. Tanto así que los nuevos partidos se forman desde adentro del Congreso. Si en el periodo 1990-1994 solo hubo dos renuncias parlamentarias en la Cámara, en la actual legislatura ya van 21 renuncias o expulsiones. Todo un récord desde el retorno a la democracia.

Así se ha llegado al absurdo de colectividades nuevas, como el Partido de la Gente, que entró con seis diputados y ahora solo le queda uno. O el caso de Demócratas, partido que no existía en la última elección parlamentaria, pero ahora tiene seis diputados y dos senadores.

Parlamentarios rebeldes e indisciplinados

Otra de las causas del problema del sistema político es el discolaje, la falta de disciplina en los partidos y el transfuguismo. Para reforzar la disciplina, el mensaje de la reforma de Bachelet incluía las órdenes de partido, pero fueron rechazadas. También, durante su tramitación en la Cámara, incluyó una indicación para que los partidos se pudieran federar, pero también se rechazó.

Sobre el discolaje, el problema explotó varios años antes de la reforma de Bachelet. Ya en 2009 existía un grupo de parlamentarios denominado “los diputados díscolos”. El emblema era Marco Enríquez Ominami, quien fue electo diputado en 2005 como militante PS. Luego, en 2009, renunció al PS, compitió por fuera en la presidencial como independiente y además formó su propia colectividad, el PRO.

Algo similar pasó con otro de los díscolos emblemáticos. El exsenador Alejandro Navarro, electo por el PS, luego renunció y también formó su propio partido: el MAS. Presidió dicha colectividad, hasta que volvió a renunciar y en 2016 fundó el partido PAIS. Otro caso es el de la actual senadora Alejandra Sepúlveda. En los 90, cuando era diputada, militó en la DC. Renunció en 2008 para sumarse al PRI. Luego abandonó esa colectividad y fundó otro partido llamado MIRAS. Posterior a eso, fundó su actual colectividad: Regionalistas Verdes.

Ante el problema del discolaje, en 2011 la clase política aprobó una solución: una ley antidíscolos. Pero, tal como ha sido la tónica en todo este debate, el remedio no curó la enfermedad. Los díscolos, en vez de disminuir, solo aumentaron. La diferencia es que ahora tienen un calendario establecido para saber cuándo renunciar.

Lo complejo es que el sistema no tiene incentivos para fomentar la disciplina, menos aún la colaboración entre el poder Ejecutivo y el Legislativo. Si el parlamentario renuncia al partido por el cual compitió, no tiene sanción. Tampoco existe una legislación eficiente que regule las bancadas. Estos espacios solo se han transformado en un lugar para obtener mayores recursos de las asignaciones parlamentarias, pero no en verdaderas instancias de coordinación política.

Son tantos los parlamentarios independientes, que ya tienen un nombre: los diputados “no alineados”. Un poderoso club que los partidos grandes acusan de chantajear el sistema pidiendo suculentas regalías. Así quedó al descubierto en la última votación de la mesa que preside la Cámara.

La proliferación de los partidos -lo que el excomisionado Teodoro Ribera llamó “partidos callampa”- es otro problema que acarrea un hito clave. Cuando el exministro del Interior Rodrigo Peñailillo negociaba los votos para aprobar el fin del binominal tuvo que hacer concesiones. Necesitaba reunir 3/5 de ambas cámaras. Una meta ambiciosa con una derecha que solo daba portazos y se aferraba al binominal. Por eso tuvo que recurrir a los partidos chicos.

Aquí entraron personajes clave: por Amplitud, la exsenadora Lily Pérez y el exdiputado Pedro Browne; el exdiputado Giorgio Jackson, del incipiente movimiento RD; el diputado independiente Vlado Mirosevic; la exdiputada independiente Alejandra Sepúlveda y el exsenador independiente Carlos Bianchi.

La moneda de cambio fue reducir la cantidad de firmas para constituir un partido político, bajar los requisitos para que pudieran constituirse a nivel nacional y también para la inscripción de candidaturas independientes. “Se disminuyeron las barreras de entrada de nuevos partidos al sistema electoral y, además, presionaron mucho para recibir financiamiento de una manera lo más equitativa posible respecto de los partidos más tradicionales que tenían mayor representación. De los 25 partidos que existen hoy día en Chile, la mayoría de ellos se crean después del 2016″, afirma la cientista política Pamela Figueroa.

El gobierno de Bachelet promovió varias reformas políticas. Después del fin al binominal explotaron los casos de financiamiento irregular a la política y se instaló la Comisión Engel. Así fue como se fortaleció el Servel y los partidos, se incluyó la paridad de entrada de 40% en las listas electorales, introdujo el financiamiento público a las campañas, prohibió el financiamiento de empresas privadas, instaló el refichaje y también el financiamiento público a los partidos.

Causas estructurales

Para la politóloga Julieta Suárez Cao, la crisis institucional que atraviesan los partidos es la gran causa del problema. “Los problemas que vemos hoy son producto de un largo proceso de divorcio de la clase política con la sociedad. Dentro de estas causas variadas, hay algunas institucionales, como el binominal que encorsetó la representación, impidiendo expresión de fuerzas nuevas; la lista abierta que incentiva el personalismo y la competencia interna por sobre la disciplina y coherencia partidaria; la postulación en pactos que promueven la creación de micropartidos personalistas o el personalismo que premia el transfuguismo una vez en el Congreso”, explica la académica de Ciencia Política UC.

Algo similar cree el cientista político Christopher Martínez. “Hay un debilitamiento de los partidos tradicionales como organizaciones, que se vincula con la desconexión que tienen con la sociedad. La desconexión no solo es con el electorado, sino que también por una menor vinculación con sindicatos, federaciones estudiantiles u organizaciones de la sociedad civil. Lo tercero es la reducción de las visiones de largo plazo. Estamos viendo mucha inmediatez acompañada de una falta de propósito ideológico-político en los partidos”, plantea el académico de la Universidad de Concepción.

Auth también apunta su análisis a un debilitamiento estructural. “Más que la fragmentación política, las causas tienen que ver con el proceso de individualismo que se ha desarrollado en el Congreso, donde cada uno juega para su santo. Al final, los gobiernos están teniendo que parlamentar o negociar con cada uno de los parlamentarios, porque el espíritu colectivo se ha reducido mucho. Es decir, se han debilitado las estructuras partidarias a un límite de no retorno”.

En la misma línea, Zapata concluye que detrás de todo esto subyace un “cambio en la estructura de las sociedades” a nivel mundial. El constitucionalista cree que cada vez es más “difícil que un paquete de ideas logre concitar el apoyo de más de un 20% o 25% de los ciudadanos, porque se han disgregado las preferencias”. Así lo resume: “Han desaparecido las narrativas políticas. También han desaparecido los grupos sociales que estaban detrás de un modo de comportarse electoralmente. Entonces es un cambio sociológico y político mucho más profundo, más que solamente una cosa de regla electoral”.

Pese a la complejidad del tema, Zapata cree que aún es posible tramitar, bajo un gran acuerdo, algunas microrreformas que permitan abrir “un proceso de transición para salvar la democracia”. El Presidente ya se subió al barco. Ahora la pelota la tienen los partidos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.