Florencia Torche: “El nivel de desigualdad en Chile es muchísimo mayor del que podría serle beneficioso”

Foto: Juan Farias

Profesora en Stanford, la socióloga chilena radicada en California presentó en Santiago los hallazgos de una investigación sobre movilidad intergeneracional en Chile, siempre en conexión con la desigualdad. No cualquier nivel de desigualdad es negativo, plantea, pero sí el que se observa en el país.


Puede ser en una oficina de la Escuela de Gobierno de la UC, como el espacio donde recibió a La Tercera, o bien en una metódica exposición a punta de láminas como la que ofreció en el último día de noviembre en el seminario “Estrategias globales para impulsar la movilidad social en Chile”: según parece y cualquiera sea la situación, Florencia Torche transmitirá seguridad en lo que plantea y una cierta templanza a la hora de plantearlo.

Investigadora senior del Núcleo Milenio MOVI, la socióloga está radicada en California, y en 2016 comenzó a enseñar de forma permanente en la Escuela de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Stanford, donde ha dictado cursos como Determinantes Sociales de la Salud y Estratificación Social.

Torche sabe que toca cuestiones consuetudinariamente espinosas. Es lo que hace y es de lo que habla en la presente entrevista.

En el eje izquierda-derecha, los primeros promueven la igualdad y los segundos, la movilidad. ¿Hay ese tipo de oposición en los términos cuando usted investiga?

Es verdad que el énfasis en sectores más de izquierda estaría en reducir la desigualdad y el de sectores más de derecha sería promover la movilidad, que correctamente se entiende como igualdad de oportunidades. Sin embargo, estos fenómenos están altamente correlacionados: ocurre que sociedades más igualitarias tienen una movilidad mucho más alta y sociedades que son más desiguales tienen una movilidad mucho más baja.

Si comparas los países de los cuales hay datos -en muchos no hay, lamentablemente-, en las sociedades de alta desigualdad y baja movilidad están países latinoamericanos como Chile, Brasil, Perú, entre otros. En el otro extremo están los que son mucho más igualitarios y tienen alta movilidad, que son los países escandinavos: Dinamarca, Suecia, Noruega.

Aunque conceptualmente la igualdad y la movilidad (o igualdad de oportunidades) son distintos -una se da en un momento del tiempo, la otra conecta padres e hijos, o sea, la persistencia intergeneracional de la desigualdad-, lo que se observa es que están muy correlacionados.

¿Y se pueden combatir con las mismas herramientas?

Sí, en gran medida. Si, como muchos investigadores han sugerido, la desigualdad en la generación de los padres afecta la movilidad en la generación de los hijos, entonces una estrategia relevante para promover la movilidad es reducir la desigualdad. Al reducir la desigualdad en la generación de los padres, los niños de familias pobres y ricas tendrán oportunidades más igualitarias para desarrollar su capital humano en términos de su salud, educación, etc.

Eso puede contribuir a que, ya adultos, esos niños estén menos determinados por sus “accidentes de la cuna”. El impacto de una distribución mas igualitaria no será inmediato, porque requiere que esos niños y jóvenes que crecen en un contexto mas igualitario sean adultos y reciban los retornos económicos a las inversiones en capital humano de las que se beneficiaron cuando niños. Además, hay una batería de políticas que pueden considerarse para promover la movilidad y que incluyen, por ejemplo, invertir más en la salud, educación, y bienestar de familias más pobres.

Esto no quiere decir que cualquier nivel de desigualdad es negativo. Como describió el economista Alan Krueger, la desigualdad en Chile puede considerarse “un exceso de algo bueno” [too much of a good thing]: un nivel bajo de desigualdad puede ser positivo, porque incentiva a las personas a invertir y esforzarse para lograr mayor bienestar económico. Pero el nivel de desigualdad de Chile es muchísimo [marca la palabra] más elevado que lo que podría ser beneficioso para el país. Por lo tanto, me parece que hay mucho espacio para reducir la desigualdad sin amenazar los incentivos para el esfuerzo y crecimiento que proveen niveles moderados de desigualdad.

Foto: Juan Farias

En el seminario planteó que la persistencia de la riqueza es mucho mayor que la persistencia de la pobreza. ¿Esa es una afirmación respecto del caso chileno?

Este patrón caracteriza a Chile y probablemente a otras sociedades latinoamericanas y es más pronunciado que en otros países del mundo. Probablemente, Chile no es el único, pero en el contexto chileno tenemos una forma de inmovilidad en que la persistencia de la riqueza es mucho más fuerte que la persistencia de la pobreza, y eso difiere de lo que encontramos en otros contextos.

Si tú vienes de una familia de altos recursos, en el quintil o en el decil superior de ingresos en Chile, tus chances de pertenecer a ese mismo grupo de ingresos altos cuando seas adulto son extremadamente altas. Si naces en un hogar pobre, tus chances de seguir siendo pobre cuando adulto son elevadas, pero no tan elevadas como las chances de alguien que viene de un sector de altos recursos de seguir teniendo altos ingresos. Hay un patrón asimétrico: en Chile, la persistencia de la riqueza es más fuerte que la persistencia de la pobreza.

¿Qué provoca esa mayor persistencia?

La persistencia intergeneracional de la riqueza se asocia a una alta concentración de ingresos en el grupo de ingresos más altos en Chile. En todos los países, la desigualdad se relaciona con concentración de ingresos, pero en Chile este patrón es muy pronunciado, con una alta proporción de los ingresos totales del país yendo a los hogares más ricos. No es sorprendente, entonces, que las familias más ricas traspasen su ventaja económica a sus hijos.

Algo que usted también tiene presente en el caso chileno es la “promesa de la movilidad”, y cuando se pregunta si es posible lograr una alta movilidad intergeneracional con altos niveles de desigualdad, la respuesta parece ser que no.

Lo que sugiero es que es muy difícil y no hay evidencia en el mundo que sugiera que puedes acceder a altos niveles de movilidad si tienes altos niveles de desigualdad. Empíricamente no lo observamos: no hay países que tengan alta desigualdad y al mismo tiempo accedan a alta movilidad. Sin embargo, por supuesto que hay muchas estrategias políticas que pueden usarse, aun en un contexto muy desigual, y que permiten promover la movilidad. Chile está haciendo mucho de eso y yo espero que lo siga haciendo.

¿En qué políticas está pensando?

En todo el cambio en el sistema de la subvención escolar, que se ha movido a una subvención escolar diferenciada, donde los alumnos que provienen de hogares más desaventajados reciben una subvención mayor y los establecimientos que atienden una proporción alta de alumnos más desaventajados, también.

La subvención escolar preferencial es una política extremadamente importante. En Chile, toda la educación, excepto por los colegios particulares pagados, se financia a base de una subvención por alumno. Antes, esa subvención era del mismo monto, independiente de si el alumno era pobre o si tenía más recursos, lo que era problemático, porque educar alumnos con desventajas requiere más recursos. Eso ha ido cambiando por una política en que a los alumnos más pobres se les asocia un subsidio mayor, así como a las escuelas que los atienden, lo que se acerca más a compensar los fondos que requiere atender a una población más vulnerable. Esa es una excelente política de promoción de la movilidad, porque promueve oportunidades educacionales más igualitarias. Otras políticas relevantes son aquellas que promueven el desarrollo infantil, como Chile Crece Contigo.

Para impulsar la movilidad social, ¿son preferibles políticas más focalizadas?

Idealmente, el esfuerzo por impulsar la movilidad requiere una batería de políticas que incluye estrategias universales y focalizadas. La reducción de la desigualdad es una tarea compleja y de largo plazo, que incluye políticas que afectan los ingresos autónomos de los hogares -laborales, educacionales-, así como políticas redistributivas que permiten que el Estado recaude y use recursos para promover el bienestar económico de la población. Estas políticas generales deben ser complementadas con estrategias más focalizadas y específicas que atiendan las necesidades de sectores pobres, marginados o discriminados.

La educación en Chile, ¿está siendo un vehículo de mayor igualdad, o sólo reproduciendo la desigualdad de la cuna?

Chile ha experimentado un gran expansión educacional en las últimas décadas. La matrícula en educación superior ha crecido rápidamente, y hoy muchos estudiantes son los primeros en su familia en graduarse de cuarto medio y acceder a la educación superior. Este proceso es positivo, porque aumenta el capital humano necesario para el crecimiento económico y provee oportunidades que antes no existían para sectores pobres.

Pero la expansión educacional no es una panacea. El proceso de expansión genera tensiones a las que hay que poner mucha atención. Una tensión importante es la calidad de la educación que distintos jóvenes reciben. Si ocurre que jóvenes de familias más pobres, con poco conocimiento y experiencia en educación superior, reciben educación de peor calidad y poco apoyo en su paso por la educación superior, esto reduce sus oportunidades laborales y de movilidad. Un gran desafío para países que expanden su educación superior e invitan, por primera vez, a sectores tradicionalmente excluidos, es apoyar, con recursos económicos pero también extraeconómicos, a los jóvenes más vulnerables.

En este sentido, una política que hace la educación gratuita o más accesible económicamente para sectores de menos ingresos es beneficiosa. Pero la tarea no termina allí. También requiere políticas de información, apoyo y acompañamiento a jóvenes más vulnerables, y políticas de regulación del sistema de educación superior para asegurarse de que todas las instituciones entreguen una educación de calidad.

Foto: Juan Farias

¿Por qué tiene entrecomillado lo de la “promesa de movilidad”? ¿Podría ahondar en eso?

Porque es totalmente entre comillas y eso importa. Lo que quiere decir esa frase es que se ha propuesto por algunos investigadores que la desigualdad es menos problemática para una sociedad si hay altos niveles de movilidad. Es decir, si hubiera una sociedad desigual, pero que permite que todas las personas -los que vienen de orígenes de altos ingresos y de bajos ingresos- tengan iguales oportunidades de acceder a un bienestar económico, entonces la desigualdad no importaría tanto: no importa tanto si la sociedad es capaz de proveer oportunidades igualitarias para las personas.

Mi punto es que la “promesa de la movilidad”, esa idea de que la desigualdad no importa tanto si la sociedad provee oportunidades de movilidad, es difícil de acceder empíricamente. Es difícil concebir una sociedad que, teniendo alta desigualdad, pueda proveer oportunidades igualitarias de movilidad. Eso no existe en el mundo: no tenemos evidencia empírica de que eso se pueda lograr. Entonces, por eso las comillas. Esta promesa de que la movilidad va a hacer que la desigualdad no sea tan problemática es en realidad impracticable.

“Los beneficios de la reducción de la desigualdad se observarán décadas más tarde”, afirma usted. ¿Qué implica esto para el desarrollo de políticas públicas con gobiernos de cuatro años?

Es un enorme desafío para quienes toman decisiones en todo el mundo. Se requieren políticos extremadamente visionarios y generosos, capaces de poner el bien común de los ciudadanos por encima de las consideraciones de corto plazo. Pero no es un desafío tan grande: las políticas que reducen la desigualdad, que promueven la movilidad, tienen beneficios visibles a corto plazo. La subvención escolar preferencial tiene un efecto en la movilidad de largo plazo, pero al mismo tiempo, niños de hogares de menos recursos llevan ahora un subsidio mayor a sus escuelas. Y van a tener, probablemente, mejores logros educacionales. Y esto será visible para sus padres, sus profesores, los que toman decisiones.

Ahora, una pregunta relevante es cómo se financian todos esos programas. En Chile, los ingresos públicos y el gasto público son relativamente reducidos si se les compara con países de la OCDE. Los fondos del Estado para financiar estas políticas son limitados, y si queremos expandirlas, probablemente tendremos que depender de un gasto público que sea no sólo más eficiente, sino que mayor. Y eso requiere, probablemente, que el Estado reciba más fondos de los sectores de mayores ingresos.

¿Cómo dialoga esto con la concentración económica?

No he estudiado directamente ese fenómeno, pero dada la concentración en la parte superior -por ejemplo, el decil superior de ingresos-, lo que se ha hecho en otras experiencias es recaudar más impuestos de este sector de ingresos más altos para financiar programas de apoyo a familias más vulnerables. Y no sólo apoyo económico, sino también de salud, de educación, de apoyo a la primera infancia, que sean aún más robustos. Chile tiene una infraestructura de programas muy avanzada y muy admirable a nivel latinoamericano, pero si queremos hacerla más robusta, una estrategia que han usado otros países, además de optimizar el uso de recursos, es recibir más fondos de los sectores de ingresos más altos. Eso, por supuesto, es...

¿Sensible?

Puede ser sensible, particularmente para quienes no son las grandes fortunas, sino los sectores profesionales de altos ingresos. Ahora, los países que han logrado niveles muy bajos de desigualdad y más altos de movilidad tienen sistemas tributarios que recaudan más, especialmente en sectores de más altos ingresos, y tienen niveles de gasto social público más elevados.

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