Ernesto Ottone: “Es injusto culpar a Boric de esta crisis, pero él no logra explicar para dónde va”

Foto: Juan Farías / La Tercera

Quien fuera el jefe del Segundo Piso de Lagos sostiene que ese gobierno también vio frustrado su diseño original, pero fue más resuelto que el actual para hacer la pérdida. Acaba de lanzar Crónica de una odisea, compilación de sus columnas publicadas en La Tercera entre el estallido de 2019 y el plebiscito de 2022, y de las cuales el “Acuerdo por Chile” firmado esta semana (“que no deja a nadie muy contento, pero a casi todos adentro”) podría ser un epílogo a la medida. Por ahora.


Prudencia, realismo, gradualidad: palabras que la Concertación arrastró en su agonía, pero que Ernesto Ottone, concertacionista incurable, pronuncia con el entusiasmo intacto, como si repitiera la fórmula de una pócima tonificante. Como buen moderado, se nutre de su radicalidad: la aversión que siente por profetas y fanáticos, sólo comparable con el horror que le provocan los mangos. “No puedo comer un mango, ojalá ni siquiera verlo”.

La explicación de esta última fobia se remonta a 1973, fecha en que Ottone, con 24 años, figura en la selva de Guinea-Bissau ayudando a la guerrilla que combate al imperialismo (portugués, en este caso). Por entonces el sociólogo militaba en el PC y ejercía un cargo ostentoso: era vicepresidente de la Federación Mundial de la Juventud Democrática, donde se agrupaban las juventudes comunistas –y de otras izquierdas afines− de todo el planeta. A partir de 1977 presidió por cuatro años esa organización. Pero antes, los mangos:

“Pasó que en Guinea-Bissau nos bombardeó la aviación portuguesa. No es agradable que te bombardeen, te voy a decir… Yo pensaba ‘se van a cagar de la risa en Chile’, porque morir a manos del imperialismo portugués en el siglo XX era ridículo, no heroico. Entonces los guerrilleros me dejaron en un lugar de la selva, donde se suponía que me iban a recoger los de Guinea-Conakry. Obviamente, nunca llegaron. Mi acompañante, un muchacho guineano, me decía todas las mañanas: ‘No te preocupes, Antonio –así me llamaba yo−, voy ir a cazar un mono para que comamos carne’. Pero nunca pilló al mono. Y lo único que encontramos para comer fueron mangos. Fueron quince días perdidos en la selva comiendo mango y nada más que mango. Al final atinamos a salvarnos por nuestra cuenta y seguimos el curso de un río hasta que llegamos a un villorrio. Al muchacho que me acompañaba me lo encontré después en París, como embajador de la Unesco.”

¿Usted luchaba allá con arma en la mano?

No, no era nuestro papel. Naturalmente andábamos armados y sabíamos disparar, pero no era que me gustara estar ahí. Y si bien la vía armada podía parecerme necesaria en los casos de descolonización, lo que a mí más me interesaba era mostrar que los comunistas chilenos habíamos elegido avanzar a través de la política y no de la violencia. Sentía una responsabilidad de encarnar esa cultura, que en el viejo Partido Comunista de Chile era muy fuerte. Venía desde Recabarren, de las mutuales obreras, porque el PC chileno es de los pocos latinoamericanos que no era hijo de la Internacional, sino anterior a ella. Por eso tenía ese carácter al que yo con cariño le llamo esquizofrénico: una doctrina revolucionaria y una práctica reformista.

¿Cuándo dejó de ser comunista?

Más o menos el año 82, pero fue un proceso. Por los cargos que tuve en esta Federación, recorrí todo el mundo, entonces vi muchas cosas. Por ejemplo, fui a Camboya cuando acababa de entrar el ejército vietnamita, así que vi todo lo que había hecho Pol Pot. Ahí estaba esa montaña de huesos que después dio la vuelta al mundo en una foto. Y detrás de los huesos, un cartel que decía: “El enemigo está en todas partes”. Fue muy impresionante. Recuerdo que le dije a un soviético: “¿Te das cuenta de las cosas que se han hecho en nombre del comunismo?”. “No”, me dijo, “Pol Pot era fascista”. Fue imposible luchar contra eso.

No son 30 años

En el libro Crónica de una odisea. Del estallido social al estallido de las urnas (Catalonia), Ottone confirma, quizás a su pesar, que las relaciones afectivas con ese pasado siguen sacando chispas en su generación. A propósito de la violencia que siguió al 18 de octubre, escribe: “Los nostálgicos de su juventud revolucionaria miraban con lágrimas tiernas la pantalla del televisor […]. Un golpe de vitalidad recorría sus viejos huesos”.

“Ah, pero eso es comprensible”, matiza ahora el juicio, aunque no el sarcasmo. “Porque dime: qué más revitalizador que volver a los 17 después de vivir un siglo. El problema es que tú no puedes volver a los 17, tienes que llevar ese siglo contigo. Y en mi caso, he visto y he estado ligado a tantas revueltas que en ningún momento pensé que esto nos iba a resolver las frustraciones acumuladas. Ahora se ve más claro, pero en esos meses, muchas de las cosas que yo planteaba se consideraban complacientes con los 30 años de democracia”.

Que para usted no son 30, sino 20 y 10.

Así es. Porque en los primeros 20 años el ritmo de avance fue muy fuerte, con cifras bastante excepcionales incluso a nivel mundial. Pero en los siguientes 10 años, muchas esperanzas comienzan a estancarse, a mal delinearse, y no hay nada más grave que un clima social de esperanzas frustradas. Y al mismo tiempo, desde la crisis de 2008 nos cambia la situación mundial: el capitalismo desregulado deja de parecer un camino de prosperidad sin fin, el sistema democrático entra en graves problemas y empieza lo que se ha llamado el período triste de la globalización, que es donde estamos ahora.

Visto así, ¿nos estancamos porque a partir de 2010 se gobernó con menor lucidez, o fueron simplemente las fuerzas de la historia?

Creo que antes hubo una mejor dirección política, pero las fuerzas de la historia fueron decisivas. Y no sólo porque el clima internacional era mejor antes. También pasaba que en Chile aún se valoraba mucho haber salido de la dictadura y estar construyendo una democracia. Eso producía una cierta disciplina del cuadro político que después se fue perdiendo. Hasta el gobierno de Lagos, por ejemplo, todavía se negociaba con las Fuerzas Armadas. Pero una vez que Lagos deja resuelto ese problema y se someten del todo al poder civil −conozco en detalle el trabajo que se hizo ahí, porque me tocó participar−, se produjo un cierto respiro: ya, este miedo por fin desaparece. La clase política se siente más suelta. Y la derecha también comprende que ya no puede vivir del apoyo de los empresarios y los poderes fácticos, que tiene que valerse por sí misma en la política. Entonces empieza una suerte de autonomía de la política, pero que no se canaliza a través de proyectos colectivos, sino de ambiciones muy particulares y muchas veces mezquinas.

¿Y eso por qué?

Porque al mismo tiempo que hay menos miedo, hay más intereses de partes. Surgieron muchos proyectos individuales, o partisanos, de sectores, que veían esto desde otro lado: “Ya, las cosas van bien o mal, pero ya están firmes, por lo tanto veamos cómo vamos nosotros en esta. Y ya podemos discutir entre varios, no hay que elegir a uno que nos represente como grupo. Empecemos a competir, a ver quién se lleva el botín”. Tanto en la derecha como en la centroizquierda pasó eso. En el fondo, había llegado el momento de salir al recreo. Ya no se siente que este país tiene algo así como la obligación de salir adelante, de ser el primero del curso, de producir cambios para mantener el ritmo de avance. También aparecen temas nuevos que son más sectoriales, de grupos. Entonces, como que se perdió esta idea de un país que avanza colectivamente. Ya no había la necesidad vital, de alguna manera. Esto ya se notó bastante en el primer gobierno de Piñera, que aprovechó un poco el vuelo pero no tuvo grandes proyectos para crear desarrollo.

Del libro se desprende que usted, entre el estallido y el plebiscito de salida, pasó más rabias con la izquierda que con la derecha.

Sí, porque la derecha de estos años era mucho más débil. Es una derecha que queda estupefacta, fuera de tiesto, obligada a repensarse. Y creo que se está repensando en dos direcciones: una populista, de derecha autoritaria, que quiere rescatar el poder perdido, y otra que dice “no, tengo que vivir con una actitud diferente y no aceptar ningún valor de la dictadura”. Pero me preocupa más la izquierda porque el estallido le dio la hegemonía a una izquierda radical cuyo pensamiento no es muy claro. Es una izquierda en parte: en parte populista, en parte posmoderna, en parte nostálgica de la Unidad Popular, en parte fragmentada entre ecología, feminismo y otros temas. Y esa izquierda radical detesta este tránsito gradual. Lo que para nosotros era prudencia, para ellos es falta de coraje. Y la centroizquierda, como estaba en plena degradación, en vez de medirse con esta nueva fuerza, se entrega completamente a ella.

“Una centroizquierda achunchada que hizo uso entusiasta del cilicio”, en sus palabras.

Así es, completamente achuchada, pidiendo perdón, sin ponderar nada de lo que realizó en este país. Por lo tanto, se entrega. Y pide por favor que la admitan. “Los podemos admitir, pero en segunda clase.” “Bueno ya, en segunda.” “No, mira, en segunda es mucho: en tercera.” “Vamos nomás con la tercera.”

Todo esto se remonta al año 2011, cuando una parte de la centroizquierda se sumó a la crítica de la transición y la otra se replegó. ¿Por qué les costó tanto avanzar en ese debate?

Yo diría que en los partidos hubo una gran mayoría con ganas de aceptar esa crítica, pero no de abrir un debate real. Y hay que decirlo: la izquierda radical tampoco tenía ganas de hacer un debate. Ellos tenían posiciones categóricas, una opinión política y moral definitiva. Todo esto que estamos viendo ahora, con un Boric que encuentra magnífico a Aylwin, que mira a Lagos con ojos tiernos, no puede mostrar un proceso intelectual que lo explique. Ha sido empujado por el sentido de realidad, solamente.

Pero consignemos que el sector más orgulloso de lo obrado, donde usted se ubica, quedó picado desde el 2011 y eso también influyó.

¿Picado? Bueno, sí, sería una palabra coloquial justa. Pero yo quedé sobre todo con una gran desazón, porque hubo emociones por un lado y por el otro, pero no se produjo un discernimiento para hacer ese debate con una base histórica. “No, es que salieron de la dictadura a través de una negociación.” ¡Por supuesto, si no se salió a través un combate armado! Y por algo esa opción fue derrotada. Hay que ver los errores de la Concertación a partir de lo que se propuso.

También pasa que ustedes enumeran las virtudes del período y luego agregan: “Pudo haber errores, sin duda”. Pero no le dan mucho contenido a esa frase.

Yo lo he dicho más de una vez: a lo mejor en muchas cosas hubo exceso de prudencia. Sin duda en muchas otras no se pudo avanzar más porque la correlación de fuerzas lo impidió, pero también hubo una parte de errores.

¿Algún ejemplo relevante?

Educación. El camino que nosotros seguimos, y que después se exacerbó, no estuvo bien manejado. Debimos fortalecer la educación primaria, luego la secundaria y sólo después la terciaria. Pero como la terciaria tiene más peso político –no sólo en la calle, en todos los espacios−, se hizo un esfuerzo desmesurado por hacerla crecer, de tal forma que nos quedó un sistema con una cabezota y un cuerpo muy débil. Todo lo que se ha invertido en educación escolar no fue en vano, igual salimos primeros en las listas de la región. Pero si lo hubiésemos hecho con un pensamiento ordenado, estaríamos mejor. Y como ese caso, hubo otros en que el desarrollo se pensó con demasiada atención a qué fuerzas políticas empujaban más ciertas agendas. Pero te digo, sumando los menos y los más, ha sido el mejor período de la historia de Chile y eso se puede mostrar con cifras que no inventamos nosotros.

Cuando comenta el gobierno de Boric, su crítica siempre va en esta línea: “Ojalá sus palabras sean seguidas por la acción”.

Sí. Yo creo que Boric es, sin duda, el mejor de ese grupo dirigente, que es un clan con relaciones afectivas y políticas de mucha confianza. Él tiene una formación de doctrinario, pero también mucha capacidad de releer la realidad, y un coraje para asumir posturas que le permitan producir cambios. Pero ese carácter está muy contrapesado por una suerte de compromiso cultural, o de juramento generacional, de no aparecer transando como sus mayores. Entonces, él da un paso en una dirección e inmediatamente hace un gesto hacia el otro lado, para mantener a todos contentos. Pero si eres presidente, jamás vas a mantener convencidos a todos los que estuvieron contigo hace cinco o 10 años, porque las evoluciones son distintas. Si miras a Sharp, a muchos de los convencionales, a los Primera Línea, a los viejos marxistas que les entró demasiada vitamina con este renacer, todos ellos ya se ponen a la izquierda de su gobierno.

Por lo mismo, ¿no cree que Boric ya hizo las concesiones que le cabía hacer en respuesta al triunfo del Rechazo?

Creo que ha hecho una gestualidad y un simbolismo muy impresionantes, y también tomó medidas importantes en su gabinete. Pero el tema es cuál es el camino hacia adelante. Porque Chile está en un proceso de decadencia. Hay decadencia económica, de indicadores sociales, de convivencia, de seguridad… Parte de eso viene de afuera, hay que decirlo. Tú no puedes tener un país globalizado y pretender que tu criminalidad sean puros cogoteros, sería absurdo. Entonces, es injusto culpar a Boric de toda esta crisis. Pero él tampoco logra mostrar para dónde va, y ahí veo el problema.

El rol que jugó Boric en el acuerdo constitucional, avalando un órgano con expertos a riesgo de enojar a su tribu, ¿no empieza a contestar su inquietud?

Sin duda. Sería muy mezquino no reconocer el papel extraordinario que jugó en esta vuelta. Lo que espero es que asuma ese papel enteramente, porque si quiere definir prioridades va a tener que dejar cosas de lado. Y eso no lo puedes disimular, tienes que enfrentarlo: mostrar cuál es tu orientación y tomar las decisiones que tengas que tomar. Si se arriesga a ser visto como un presidente que hace pura representación, los va a enojar a todos.

Alguien decía que si un gobierno no puede escribir su estrategia en una servilleta, es porque no la tiene. ¿Por ahí va su crítica?

Totalmente. Si tú me dices: el gobierno en que tú participaste, ¿de qué se trataba? Las grandes líneas eran tres. Uno, completar los indicadores fundamentales de una democracia –sacar de la Constitución los enclaves de Pinochet− y ampliar las libertades culturales. Dos, disminuir la pobreza y la desigualdad. Tres, aguantar el chaparrón económico hasta 2003 y luego producir un crecimiento fuerte que tuviera efectos sociales. Eso decía la servilleta. ¿Y el horizonte común de esos tres objetivos? Dejar al país más cerca del umbral del desarrollo. Punto, ahí te describí el gobierno de Lagos. Ahora te digo: descríbeme el gobierno de Boric. Yo no te lo puedo describir, porque dispara hacia muchas partes.

“Existen políticos que dudan, como el presidente Ricardo Lagos”, afirma en el libro. Suena curioso porque es una cualidad más asociada a Boric, casi en contraste con el estilo Lagos.

¡No, Lagos dudaba mucho! En la semana pasábamos horas y horas discutiendo los temas, volviendo a la historia, a las correlaciones de fuerza, viendo lo que pasaba en los otros países, conversando con el mundo intelectual reformista en el resto del mundo, con los que habían tenido experiencias anteriores, etc. Todo eso lo hacíamos mucho, pero mucho. Lagos era ping, pong, ping, pong, “¿no crees que es mejor por este otro lado?”. Hasta que el hombre tenía todo un acervo de cosas y tomaba una decisión. Era un decisionista, pero con una duda anterior enorme. Y también tuvo que hacer un esfuerzo muy grande de realismo. Eso se recuerda poco, pero fue duro para él.

¿Cuál fue ese esfuerzo?

Cuando nosotros partimos, pensábamos que la crisis asiática, rusa y turca −porque se juntaron las tres− ya se terminaba. Y que entonces teníamos mucho espacio para reformas económicas y sociales. Pero esta crisis se nos alargó. En el 2000 hubo un veranito de San Juan, pero 2001 y 2002 fueron años muy duros. Se cae Argentina. Uruguay, con bases muy sanas, también comienza a caerse. Y yo tenía que viajar permanentemente a Brasil, porque teníamos mucho miedo de que Brasil se cayera. Eso nos cortaba el flujo de inversión a la región como un todo. ¡Y teníamos el cobre a 60 centavos la libra! Por lo tanto, tuvimos que cambiar el diseño completo, lo que le fue muy difícil a Lagos, porque él venía a otra cosa. Y en lo social, tuvimos que elegir dos prioridades: protección directa para los más pobres −eso fue Chile Solidario− y salud, que era impostergable. Pero eso significó que en educación podíamos avanzar poquito.

¿Cree que Lagos podría haber hecho el gobierno que hizo con los partidos y el Congreso de ahora?

No, no creo. Porque esta degradación que se ha producido, con políticos que saben que lo que están haciendo le hace daño al país, pero les lleva votos, es algo que yo no vi cuando participé. Y los problemas del país también son otros. Ahora tenemos un país mucho más rico, pero que viene de más a menos.

Y la sensación que deja su libro es que vislumbra un deterioro peor. Un ciclo de mediocridad extendido, por lo menos.

Creo que ese peligro existe, porque existe en el mundo. Estamos pasando por una fase dura de la historia, con muchos peligros para el sistema democrático. Las esperanzas sobre la apertura de China se han ido cerrando. En India tenemos un populista a la cabeza. Rusia está en un juego terriblemente peligroso, porque juega a recuperarse como potencia mundial sin tener la fuerza ni las espaldas para hacerlo. América Latina, que se había acercado un poco al desarrollo, se está alejando. En ese contexto, ¿cómo quieres que no me preocupe ver a Chile retrocediendo? Pero no creo que esto sea inevitable, que la mediocridad sea nuestro destino.

¿Entonces qué cree?

Que este país va a tener que hacer un esfuerzo tremendo. Vamos a necesitar a todo el mundo político y no político que esté por la democracia. En ese sentido, quizás este acuerdo constituyente, que no deja a nadie muy contento, pero a casi todos adentro, puede ser un punto de giro. Porque lo primero es que todos aprendamos a ser más modestos, a aceptar que aquí no ha nacido nadie con una estrella en la frente. Creo que eso está pasando en sectores de la derecha, por más que se hagan cachirulos con el triunfo del Rechazo. Claramente está pasando en Boric y en la gente que más lo sigue. Y también en un mundo de centroizquierda que estaba ausente y que hoy puede recuperarse con características nuevas. Por eso no soy pesimista.

Si bien la negociación llegó a puerto, tampoco da para decir que en el proceso vimos más grandeza que cálculo.

Puede que haya mucho cálculo, pero dejémosle un pequeño espacio a una grandecita, no a una gran grandeza. Confiemos en que algunos reciban en pequeñas dosis la gracia del Espíritu Santo, o sea, la gracia de un país que está necesitado de una cierta grandeza y que por lo tanto los ilumina.

¿Le gustó el contenido del acuerdo, más allá del consenso como tal?

Sí. Es verdad que parece un poquito barroco, por la cantidad de elementos y contrapesos que tiene. Pero necesariamente iba a ser así, porque había que generar un ambiente donde cada lado se sintiera seguro. Además, las democracias son complejas o no son, la simpleza es un privilegio de los regímenes autoritarios. Lo importante es que este acuerdo hace muy posible construir una Constitución moderna, democrática y también social. Además, me gusta el significado político que esto tiene: la ambición refundacional, partisana, ya no entra por este camino; pero Republicanos, que se opone a cualquier cambio, que encuentra malo hacer estas cosas, también se queda afuera. Interesante.

Que el PC, en cambio, se haya allanado a firmar, ¿obliga a revisar la idea de que esos dos partidos son extremos simétricos?

Lo que pasa es que el PC tiene los nervios más sólidos. Por lo mismo, a diferencia de otras fuerzas de izquierda, asumen las derrotas con un pensamiento político, no dando vuelta la mesa y perdiéndolo todo. Tienen buenos nervios los comunistas.

¿No le hace ruido, pensando en cuidar la lógica democrática, la idea de que el representante elegido en las urnas debe estar contrapesado por el saber ilustrado, y en caso de disenso negociar a la par?

No creo, porque siempre se habló de una Constitución que pase por el cedazo de la voluntad popular, que es lo central. Ahora, concuerdo en que las elecciones democráticas no son un concurso de talentos. Pueden elegir gente muy buena y gente muy mediocre. Pero aquí los expertos no surgen de un concurso, los elige un Congreso elegido por la gente. Y no creo que esto genere un precedente, porque se entiende que es un caso excepcional. Pero lo esencial es mirarlo en perspectiva: este es el camino que encontramos en un país que está enfrentado a una situación muy dura, que sólo va a aguantar un cierto nivel de conflicto. O logramos canalizar el conflicto con política, o nos va a ir francamente mal. Y la única manera de lograrlo es que la política vuelva a funcionar en torno a un proyecto colectivo de país.

En ese sentido, ¿hay sectores de centroizquierda que deberían superar la tentación de cobrarle a la generación de Boric los desaires pasados? A veces no es claro si prefieren que les vaya bien o que paguen por sus pecados.

Nooo, no sé si hay alguien que piense así. Puede ser…

Reconozcamos que existe la humana debilidad de contemplar cómo se traga sus palabras quien lo despreciaba a uno.

Sí, existe esa debilidad humana, pero creo que ha habido varios ejemplos de buena onda. Eso de sacar lo que dijo un muchacho el año tanto, son escaramuzas que le hacen mal a la política. Porque tú puedes empezar a sacar otras cosas. Claro, antes no había Twitter y muchas palabrotas quedaron en el silencio. Pero dedicarse a pasar cuentas es un tipo de guerrilla política a la que nunca he estado vinculado en mi vida. En eso soy muy institucional: no nos podemos alegrar de que las instituciones no funcionen, de que la presidencia tenga traspiés. Me parece una actitud mezquina, pero además muy imprudente.

Pareciera que el valor de la prudencia, en su caso, es fuente de elevación metafísica.

Bueno, sí, creo en eso. Lévy-Strauss decía: “Con el tiempo dejé de aspirar a un humanismo exacerbado y aspiré a un humanismo modesto”. A mí me pasa algo parecido respecto de los avances políticos. Y también me gusta mucho esto que dice Bobbio en sus Confesiones de senectud, para nada seniles: “Aprender a escuchar antes de discutir, a discutir antes de condenar, a detenerse ante el secreto de cada conciencia”. Por ahí va mi apego a la prudencia.

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