Dr. Sergio Morales, jefe de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador: “Esto ha tenido proporciones que no tienen parangón en la literatura médica universal”

Según el INDH, hay 405 personas que sufrieron lesiones oculares durante el estallido social por impacto de proyectiles. La gran mayoría de esos pacientes terminaron atendiéndose en la UTO. El oftalmólogo que encabeza este equipo reflexiona sobre este inédito fenómeno clínico y sus consecuencias.


El doctor Sergio Morales (74) recuerda a la niña. Entre los cientos de casos que su equipo atendió durante esos primeros días del estallido social, el jefe de la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador guarda la imagen de una menor de unos 14 o 15 años que había sido golpeada en la cara con un bastón. Los exámenes indicaban que, estructuralmente, sus ojos estaban en buenas condiciones, pero ella juraba que ya no podía ver nada.

“Era un pajarito chico con una ceguera de tipo psicológica. Costó mucho sacarla de eso, porque estaba convencida de que había quedado ciega. Mucha gente joven, especialmente las mujeres, tienen un trauma importante frente a una agresión que sienten como vital”, dice el especialista.

Morales estaba saliendo de un congreso de oftalmología la tarde del 18 de octubre del año pasado cuando percibió que la violencia en la calle comenzó a escalar. A la mañana siguiente, la UTO ya tenía una enorme demanda de atención. Se trataba principalmente de hombres jóvenes, entre los 20 y 30 años. El peak se registró entre el 20 y 21 de octubre: si normalmente examinaban cinco o seis pacientes en todo el día, entonces recibieron 25; si lo habitual era contar con dos o tres oftalmólogos por turno, necesitaron siete u ocho. El servicio mantuvo ese ritmo hasta fines de noviembre, con el apoyo de médicos de clínicas privadas, residentes y becarios.

La adolescente que el Dr. Morales aún recuerda fue clasificada dentro de los 18 casos relacionados a trauma con objeto contundente. Sin embargo, la inmensa mayoría de las víctimas llegó con heridas muy distintas: 182 casos eran producto de proyectiles de impacto cinético (70,5%) disparados por las armas antidisturbios utilizadas por Carabineros en las protestas.

“Algunos pacientes incluso llegaron con compromiso neurológico, porque estos perdigones atravesaron el ojo, la órbita y se alojaron en la base del cerebro. Entonces tenía un paciente con riesgo vital. Otros pacientes requerían asistencia de otras especialidades para poderlos atender. La verdad es que era tan masivo el asunto que yo no te podría hablar con muchos detalles”, comenta Morales, un experto en retina que lleva cerca de 25 años en el Salvador y que formó a buena parte de su equipo desde la U. de Chile.

En sus 42 años como oftalmólogo, ¿en algún minuto había visto un fenómeno como éste, con tanto trauma ocular por impacto de proyectiles?

No, esto es una experiencia que no ha tenido nadie, ni aquí en el país, ni fuera del país. Esto ha sido algo masivo, de proporciones que no tienen ningún parangón en el resto de la literatura médica universal. No hay ningún país que haya sufrido lesiones oculares de esta magnitud en tan poco tiempo. Una experiencia un poco horrorosa. Se ha comparado con el conflicto de Hong Kong, con las primeras intifadas… Ninguno tiene las características de la masividad de lesiones oculares que ocurrieron en Chile en ese momento.

La revisión de estas características hizo que tanto personas de la UTO como gente del Colegio Médico y también de la Sociedad Chilena de Oftalmología le hicieran presente todo esto al ministro de Salud, que en ese tiempo era el doctor (Jaime) Mañalich. Él envió notas a Carabineros para que se revisaran los protocolos.

Nota de La Tercera, miércoles 13 de noviembre de 2019. Fuente: Archivo Histórico / CEDOC Copesa

¿Qué tan comunes eran las lesiones oculares por proyectiles antes del 18 de octubre?

Lo que nosotros solíamos ver eran cuestiones relacionadas con drogas o que se producían en áreas de conflicto, como la Araucanía, por los perdigones de escopeta. Son lesiones de proyectiles pequeños de dos milímetros de diámetro. Pero lo de ahora fue algo absolutamente novedoso. Eran proyectiles de ocho milímetros de diámetro y que producían ya no perforación del ojo, sino que su estallido.

¿Tuvieron también algunos pacientes de las fuerzas del orden público?

Es que ellos tienen sus hospitales institucionales. A nosotros no nos llegaron. Si ocurrió fue muy, pero muy lamentable, pero no debió tener, por supuesto, la misma magnitud. Y si lo tuvo, sería una doble tragedia.

¿Cómo se puede calificar el daño que provocan los distintos tipos de proyectiles, como balines, perdigones o incluso bombas lacrimógenas?

La verdad es que una bomba lacrimógena en la cara -como le ocurrió a Fabiola Campillai- es un hecho muy inusual. En cambio, los balines fueron mucho más frecuentes. Tuvimos reacciones inflamatorias ante estos perdigones, los tejidos eran muy reactivos al material. Eso era novedoso para nosotros. Y de pronto tuvimos que intentar averiguar de qué estaban constituidos, porque había que tomar la decisión de meternos a sacar algo que estaba detrás del ojo -y que podía comprometer el cerebro- o dejar proyectiles y sus restos si los materiales no eran tan reactivos. Por esa razón se hizo un estudio respecto a la composición de estos perdigones. Del estudio surgió, por alguna afortunada consecuencia, la suspensión del uso de estas armas.

¿Qué tipo de munición causó más daño?

Yo creo que el daño estaba causado más que nada por la distancia a la que recibían el impacto los pacientes.

A la luz de toda la información analizada, ¿cuál es su evaluación del trabajo de las fuerzas del orden público?

La acción de la fuerza pública aquí ha estado absolutamente fuera de los límites que se han dado en cualquier otra parte del mundo (…) No es una impresión mía, es lo que dicen las cifras de número de disparos, número de municiones y número de bombas lacrimógenas. De todo eso hay estadísticas.

Atenuar el dolor

El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha contabilizado 405 víctimas de daño ocular del 18 de octubre hasta la fecha. Siendo el centro de referencia, la UTO ha atendido a la gran mayoría de los lesionados. El Dr. Morales cuenta que se requiere de un enfoque multidisciplinario, pues las heridas tienen muchas capas.

En términos de las consecuencias fisiológicas, estéticas y psicológicas, ¿cómo se puede caracterizar lo que significa para una persona perder la visión?

Es algo extraordinariamente complejo. Es un drama que excede al gobierno y que compromete al país. Estas personas, estamos hablando de 250 o más, no quedaron mutiladas ni discapacitadas por un tiempo, lo quedaron para toda su vida. Ahora las repercusiones de esa realidad son tremendas, porque gran parte de este movimiento lo que buscaba -no sé si equivocada o razonablemente- era recuperar una cierta dignidad. Era lo que gritaban. Entonces si una persona sale a la calle a buscar dignidad y se vuelve a la casa con un ojo menos, es una cuestión no dimensionable.

En la parte física se pueden reparar heridas, conservar algo de visión; también hay una parte más larga que es la reparación estética, conseguir que la apariencia física de la persona quede más o menos normal con una prótesis ocular. Por otro lado, están la reparación espiritual, cuyos resultados son aún más lentos y poco medibles. Yo creo que es más una atenuación del daño, no es proporcional.

Imagino que los efectos psicológicos pueden ser mucho más duros que los de una persona que pierde la visión de forma paulatina.

La adaptación, por supuesto, es más difícil. Hay gente, y eso nos tocó mucho verlo, que trabajaba conduciendo y conseguir un nuevo trabajo con un ojo menos es una cuestión dramática. Gente que trabajaba de electricista o en maniobras, que requieren la visión de ambos ojos y cierta fineza en los movimientos. Por eso te digo que la reparación es parcial, lenta y muy sufrida.

¿Ustedes cuentan con todos los recursos necesarios para atender bien a estos pacientes?

Mira, yo creo que “todos los recursos” abarcaría una cuestión mucho más amplia que la que disponemos. De hecho, muchos pacientes no quieren ni ir al hospital, porque ven al hospital como parte del Estado que los agredió. Es natural y ni siquiera es criticable. Nosotros entendemos esto y sabemos que podemos reparar hasta un punto nomás. La satisfacción es algo que debe nacer del paciente.

¿Cómo ha operado la UTO en este período de pandemia?

Yo no estoy yendo, pero le he pedido a los colegas que he formado yo que me sustituyan. Creo que la UTO ha sido uno de los pocos servicios que ha seguido funcionando más o menos normalmente. Lo que sí, los pacientes que viven en provincia han tenido mayores dificultades de traslado. Porque lo que la pandemia ha limitado mucho es el traslado. Si tú estás viviendo en Temuco, no es fácil venir a un control a Santiago.

¿Qué lecciones le dejó todo este proceso a la UTO y a la oftalmología de Chile?

Yo no quiero pensar que esto sea un fenómeno que se vaya a repetir como para que tengamos que sacar de esta experiencia una mejor forma de atención. Yo preferiría que no se repitiera. Esa es la mejor conclusión. Le rogaría a Dios que no se repita una tontería de estas. Digo tontería porque es desproporcionado esto. Espero que quienes dirigen las manifestaciones y quienes dirigen al gobierno, tengan la altura suficiente como para buscar una salida distinta.

Pero las lesiones oculares se transformaron en un símbolo. ¿Cree que esta crisis ha marcado al país en un aspecto cultural más profundo?

No lo sé. No podría responderte eso. A nosotros como profesionales nos ha marcado mucho, pero uno como médico siempre sabe que el sufrimiento del paciente es muy superior al de uno. Así que este pequeño quejido es para ignorarlo absolutamente, es para hacerte saber nomás que la gente que trabaja en esto son seres humanos.

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