David Gallagher: “La centro-derecha y la centro-izquierda tienen que empezar a golpear más la mesa”

Las “soluciones simplistas” no sirven para dar respuestas a la complejidad del momento. De ahí que este destacado intelectual llame urgente a la moderación política. Y afirma que “los republicanos no han estado a la altura” en el proceso constitucional.


David Gallagher es un observador agudo de la realidad política. Se declara un liberal y le preocupa la ausencia de un centro que permita equilibrar las fuertes pasiones que generan los extremos.

En el gobierno de Sebastián Piñera, fue embajador de Chile en Gran Bretaña, donde ha hecho buena parte de su vida. Hasta los 30 años, fue académico en la Universidad de Oxford y un experto en Literatura Latinoamericana. De ahí su vínculo con el mundo intelectual y con escritores de la talla de Mario Vargas Llosa.

Con los años cambiaría las aulas universitarias por el mundo de los negocios. De hecho, es un destacado asesor financiero internacional. Siempre atento a los procesos políticos, sociales y culturales, Gallagher se declara preocupado por el momento chileno.

¿Existe hoy la derecha liberal? ¿O es la derecha más dura la que lleva la voz cantante?

Eso está pasando en todo el mundo. Hay una especie de abdicación del centro político. Los partidos tradicionales del centro han ido desapareciendo. Ha pasado en Francia, donde el Partido Socialista tradicional prácticamente no existe y donde la centro-derecha tradicional apenas sobrevive…

Hasta hace unos años, la centro-izquierda y la centro-derecha eran las fuerzas políticas más gravitantes en Chile. ¿Qué pasó?

Imagino que fue el estallido lo que extremó las posiciones. Luego, tuvimos una segunda vuelta presidencial muy singular entre Gabriel Boric y José Antonio Kast. Eso fue bastante anormal. Nunca había pasado una cosa así.

¿En qué sentido?

En que los candidatos más de centro fallaron. Eso decantó en un proceso en que -aparentemente- los partidos de centro-derecha y centro-izquierda se han sentido intimidados por los extremos. Han querido hacer una especie de Me Too y se han volcado hacia los polos.

¿Y eso qué escenarios puede abrir?

Pienso que si siguen así, se arriesgan a desaparecer. Podríamos quedarnos con dos polos: uno republicano, y el otro, con el que representa Apruebo Dignidad. El problema que yo veo en esos extremos, y pasa lo mismo en todas partes, es que la extrema derecha y la extrema izquierda creen que el mundo es muy fácil de arreglar, que los problemas son muy simples…

¿Y las fuerzas del centro no?

No. El mérito de las fuerzas del centro, sea derecha o izquierda, es que entienden la complejidad. Saben que en el mundo de hoy no existen soluciones fáciles. Por eso no se van a los extremos. Entonces, yo veo a un José Antonio Kast -y para qué hablar de Javier Milei en Argentina-, que creen que todo es muy fácil de resolver. En el fondo, piensan que la gente es tonta; que no se les ha ocurrido hacer dos o tres cosas para arreglarlo todo. Es exactamente lo mismo que pasó con el Frente Amplio.

¿Creer que todo es un asunto de voluntad?

Claro. El Frente Amplio que nació en la calle, en las protestas, creía que toda la generación anterior era una generación de imbéciles que no entendían lo fácil que era cambiar las cosas para que todo el mundo estuviera contento. Evidentemente, no era así.

En ese sentido, ¿hay como un reflejo, un espejo entre republicanos y frenteamplistas?

Sí. Pienso que de verdad uno es el reflejo del otro.

Viraje a la moderación

¿Qué explica el avance de republicanos? Se dice que José Antonio Kast actúa con los criterios de la UDI popular, muy conectado con las bases. ¿Habrá algo de eso?

He oído que el Partido Republicano ha hecho un trabajo territorial impresionante, que realmente conoce el país y que están en todas partes. El problema es que los instintos del pueblo, y sé que voy a decir algo que va a sonar elitista, pero los sentimientos del pueblo no son necesariamente los que van a arreglar los problemas que esos mismos sentimientos reflejan. Se podría decir lo mismo de Donald Trump. No hay duda que él tiene una conexión con mucha gente que antes era de clase obrera, gente desplazada por tecnología, por globalización, en fin. Sabe conectar con esa gente.

Los sectores de izquierda ven peligro en esta derecha republicana. ¿Lo ve usted?

No, no veo ese peligro. Esto es parte del juego democrático. Lo que pasa es que hay un sentimiento en la izquierda chilena que cree que los republicanos son fachos, nazis, autoritarios y antidemocráticos. No lo comparto para nada. Tal como su nombre lo indica, son republicanos. Y son democráticos. El único partido de cuyas credenciales democráticas yo sospecho es el Partido Comunista en este país, esa es la verdad.

Hace unos meses, el sociólogo Manuel Antonio Garretón decía que Chile estaba entrando en una regresión conservadora…

Me parece que en los países siempre ha habido una ola conservadora o una ola progresista. De eso se trata la democracia. Tienes alternancia entre olas más conservadoras y olas más reformadoras. Hay otra palabra de moda con la cual tampoco concuerdo: el retroceso civilizatorio.

Sí, se está usando mucho.

Pero son frases. Y déjame decirte que si vamos hacia una ola más conservadora, no le encuentro nada malo. A lo mejor lo que necesitamos es un viraje hacia la moderación. Y la moderación tiene algo de conservadora, ¿no?

Entonces, ¿no cree que José Antonio Kast instale una regresión?

O sea, no hay duda de que representan una ola más conservadora, pero lo que cuestiono es que sea regresión.

¿Y si aparece una alternativa más a la izquierda?

Imagínate una elección entre Kast y Jadue. Sería bien complejo. Yo prefiero el Socialismo Democrático, Chile Vamos, qué quieres que te diga… Yo reivindico tanto a la centro-derecha y a la centro-izquierda. También a la política de los consensos que tuvimos en Chile durante décadas. Eran acuerdos que se hacían cargo de la complejidad del mundo. Lo que vemos ahora es que la ideologización simplista no da la solución.

“Gustitos muy banales”

Por estos días hay conversaciones para lograr un acuerdo transversal en torno al texto constitucional. Se dice que los republicanos quieren hacer valer su mayoría, pero tienen que ceder. ¿Cómo se sale de ese nudo?

Claro, ellos sienten que como tuvieron una votación tan gigantesca el 7 de mayo, tienen el derecho de imponer sus preferencias en la Constitución. Es un grave error. La Lista del Pueblo también tuvo una votación contundente, y fue tremendamente efímera. Si hay algo que hemos aprendido del votante chileno es que es extremadamente volátil e impredecible. No sabemos qué camino va a tomar ese votante más adelante.

¿No cree que los republicanos tengan asegurada una mayoría política-social?

Nada se los asegura. Puede que en las próximas elecciones municipales les vaya bastante bien, pero ahora les dieron la mayoría para escribir una Constitución para todos los chilenos. Y ahí, salvo algunas señales un poco más alentadoras, los republicanos no han estado a la altura.

¿A la altura de qué?

A la altura de la responsabilidad que se les dio de escribir una Constitución para todos. Como se ha repetido, una Constitución no es un programa de gobierno. Pero ellos no lo han entendido. Se los ve tratando de darse unos gustitos muy banales, como de niños chicos.

¿La centro-derecha se ha sometido a las fuerzas republicanas?

Me parece que sí…

¿Le preocupa?

Muchísimo. Tal como también me preocupa la ausencia de la centro-izquierda en el debate. Mira, yo estaba en Londres para el Chile Day. Era bien impresionante la unidad de posiciones, de criterios de los asistentes chilenos. Todos trataron de mostrar lo mejor del país ante los inversionistas internacionales. Hubo un interesante debate entre los senadores Paulina Vodanovic (PS) y Rodrigo Galilea (RN). Al escucharlos, era difícil saber cuál era socialista y cuál era el de derecha, porque estaban de acuerdo en todo. Bueno, ése es el Chile que a mí me gusta. Pero parece que es más fácil desplegar esa mirada en el exterior que en territorio nacional.

¿Por qué, diría usted?

Porque aquí la gente tiene que hablarle a su propia galería. En ese sentido, creo que la centro-derecha y la centro-izquierda tienen que empezar a golpear más la mesa.

¿Cómo?

Mostrando el poder que tienen. Es bastante claro que los republicanos no van a poder gobernar sin la centro-derecha. Y ya hemos visto que el Frente Amplio o Apruebo Dignidad no puede gobernar sin el Socialismo Democrático. De hecho, los mejores ministros del gobierno son del PS o del PPD, como la ministra del Interior y el ministro de Hacienda.

¿Y qué significaría golpear la mesa? ¿Sacudirse de sus complejos?

Exactamente: deben sacudirse de sus complejos.

También es cierto que para golpear la mesa, hay que tener poder, autoridad…

Sí, pero en el caso de la centro-izquierda, tienen muchísimo más poder de lo que ellos creen. Lo que pasa es que no lo ejercen. ¿Qué sería el gobierno de Boric sin los socialistas y el PPD?

¿Y en la centro-derecha?

También tienen mucho más poder de lo que están ejerciendo. Y el problema es que, si no lo ejercen, van a seguir perdiéndolo. Pienso que debería llegar un momento en que para reafirmarse sea bueno que tanto Chile Vamos como el Socialismo Democrático se desprendan de donde están.

¿Será que están cruzados por un debate más ideológico de sus extremos?

Sí, totalmente. Pero hay que desideologizar el debate y volver a la aparentemente aburrida gestión. Mira, cuando se decía que los gobiernos de Piñera no tenían relato, yo creo que la buena gestión es un relato. Y lo que tenemos ahora es un exceso de relatos sin sustancia.

Más racionalidad

El tono del debate está crispado. ¿El mundo político tendría que volver a una cierta racionalidad?

No soy tan optimista al respecto, pero todos tendríamos que aportar en darle mayor racionalidad al debate. Fundamentalmente porque, si no volvemos a la racionalidad y no se rearticula el centro político, vamos a pasar por un período muy peligroso…

¿Qué es lo peligroso?

Que un gobierno simplista como el que tenemos, pueda ser reemplazado por otro gobierno igual de simplista, aunque sea de otro signo político. Si no ven la complejidad de los problemas reales que tiene el país, es muy difícil que los puedan resolver. Y eso sí que es peligroso.

¿Hay una superficialidad política que entrampa al país?

Me parece que sí. Y eso es lo que tiende a pasar con los extremos: no logran entender la dimensión de los conflictos. Por ejemplo, frente a un tema como el crimen organizado, se requieren soluciones profundas en muchos frentes. Hay que seguir la ruta del dinero, saber dónde se están yendo esos productos, dónde y cómo operan; compartir información con otros países. En este momento, la diplomacia chilena puede ser todo lo turquesa que quiera, pero también debe estar abocada a lograr acuerdos internacionales para combatir este problema. Los carteles son multinacionales.

No basta sólo con detener a los miembros del Tren de Aragua…

Por supuesto que no. Mira lo de Bukele en El Salvador. Mucha gente se tienta con ese tipo de acciones. Puede que solucione síntomas en el corto plazo, pero no llegas a la raíz del problema. Las mafias siguen operando y se van desplazando a otros países. Entonces, es urgente enfrentar este problema que hoy tenemos y que va creciendo. Lo que pasó con el juez de Arica y los testigos es una cosa muy muy preocupante. Hay mucho dinero involucrado. Sabemos que estos carteles pueden comprar jueces, fiscales. Esto es de la máxima urgencia y requiere entender la complejidad. No hay soluciones fáciles aquí.

¿El país tiene muchas crisis activadas a la vez?

Muchas, y tenemos un gobierno que creía que era superfácil manejar este país. ¿Pero qué ha hecho? Nada. Está pasmado. En materia de gestión, ¿ha hecho algo en educación? El Frente Amplio nació de ahí, pero no vemos cuál es su apuesta. Y así en muchos frentes.

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