Manifiesto de Margarita Faúndez, atleta: “No olvidaré la sensación de la primera vez que corrí, fue una libertad que nunca en mi vida había experimentado”


Tengo una discapacidad visual que se llama retinitis pigmentosa. Es una enfermedad genética hereditaria a la retina, que implica ir perdiendo progresivamente la vista. Cuando nací no sabíamos qué tenía, me lo descubrieron recién a los cinco años.

Siempre tuve problemas a la vista: tenía estrabismo, usé parches desde que tenía sólo meses de vida y a los dos años empecé a usar lentes, en una época en que no existían lentes o marcos chiquititos para niños. Sabía que era “piti”, pero no entendía la gravedad de la situación.

Fui creciendo con muchas inseguridades al caminar, al hacer mi vida diaria, porque chocaba, las cosas se me acercaban o se alejaban y no entendía bien por qué, no lo sabía expresar. Tenía miedo a veces de salir al recreo. Recién en mi adolescencia, a los 15 años, empecé a entender mejor que tenía una discapacidad visual que me iba a hacer más difícil muchas cosas, pero no imposibles.

Yo me sentía distinta. Fui creciendo, descubriendo distintas facetas de mí, cosas que me gustaban, pero el deporte no estaba dentro de mi vida. Yo era totalmente sedentaria. De hecho, en el colegio me eximían de educación física, yo no hacía nada.

A los 20 años entré a estudiar masoterapia a una escuela en donde la carrera se impartía solo para personas ciegas o con discapacidad visual. Ahí mis compañeros empezaron a correr, a ir al Estadio Nacional y se metieron a un club. No entendía bien cómo podía funcionar eso, no lograba comprender cómo un ciego podía correr. Uno de mis compañeros me invitó y como era muy miedosa, rechacé la invitación por muchos meses.

Soy muy terca y me gusta probar cosas nuevas, pero al mismo tiempo soy miedosa. Esa dualidad me hace querer avanzar, pero estar estancada, entonces pensé por muchos meses si ir a correr, hasta que decidí dar ese paso el 2008.

Llevaba 20 años sin hacer actividad física. Mi cuerpo tenía que pasar un proceso súper duro y mi mente también. Empecé corriendo dos días a la semana, después tres y cada vez más. Pero nunca olvidaré la sensación de la primera vez que corrí en el estadio, esa sensación de libertad, de correr contra el viento, de sentir mis pasos; una libertad que nunca en mi vida había experimentado. Eso fue lo que me maravilló.

Siempre se dice que el deporte paralímpico es una rehabilitación para las personas en situación de discapacidad. A mí no me gusta mucho expresarlo así. Creo que para cualquier persona que cumple sus sueños y sus metas en la vida, eso la impulsa a seguir adelante, a querer más y darse cuenta que es capaz. Finalmente, de eso se trata. De competir con uno mismo y darse cuenta de que uno puede ser mejor que ayer.

Espero que en el futuro los deportistas, las siguientes generaciones, tengan muchas más posibilidades que nosotros y no estén peleando con el tema del financiamiento. Los deportistas no somos máquinas, no podemos estar constantemente rindiendo alto siempre. También muchas veces esa misma presión hace que nos perdamos medallas, porque aceleramos los procesos.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.