La calculadora inútil de Colo Colo

Gabriel Costa celebra su agónico gol contra Universidad Universidad de Concepción, perseguido por Paredes.

"Más que un punto, esa gente encontró una liberación. Un golpe de moral para resistir las finales desordenadas y desiguales que todavía quedan. Aunque beneficios contables, pocos (...). Las matemáticas aún condenan a Colo Colo. Y bastante. Porque dicen que sigue como colista, al menos como hipótesis. Para salvarse no depende de sí mismo".



Tal vez lo mejor es hacer lo de Niemann, por más que irrite a los puristas norteamericanos del golf. Sortear la tensión previa a un desempate por un título y un puñado de dólares con un sándwich y un agua natural rodeado de la pareja y dos amigos, sin prestar atención a la competición inminente que te espera ni a los movimientos del posible rival. La naturalidad y el desinterés contra la concentración extrema y el infarto. Quizás les convenga también esa terapia a Colo Colo y sus rivales para afrontar este confuso combate que se juega a dos tablas por evitar el descenso. Un laberinto ilegible, indescifrable.

Una tabla engañosa que calma a Colo Colo y a la vez lo altera. Una foto estática que, efectivamente, lo mantiene fuera de esa incómoda última posición que tanto lo ha atormentado las últimas semanas, el camino más corto por el que precipitarse a Primera B, pero que es irreal. Tan ficticia como la que lo enseña antepenúltimo, pero arrastrado igualmente al partido a todo o nada por la salvación. La imagen parece decir que los albos están hoy fuera de peligro, pero Iquique, el penúltimo, se los lleva por delante al caer por el complejo tobogán de sumas y números de la llamada clasificación ponderada. Un lío.

Pero es que las matemáticas condenan más aún a Colo Colo. Y bastante. Porque dicen que sigue como colista, al menos como hipótesis. Para salvarse no depende de sí mismo. Necesita todavía el tropiezo de los dos adversarios que duermen artificialmente debajo como una simulación. Coquimbo, por ejemplo, tiene ya tres puntos menos que los albos, sí, pero potencialmente podría sumar nueve más. Le falta por jugar tres partidos para ponerse a su altura. Como Iquique, un punto por debajo, pero también con un encuentro menos; o sea, quién sabe si dos puntos por encima. Y además, lo dicho, el celeste se aparta y vuelve de esta pelea para ocupar cupo por el otro lado, el de la ponderada.

De manera que es imposible darle una lectura aritmética fiable a esas manos salvadoras de ayer de Brayan Cortés, que sigue jugando de chillón, y a ese remate postrero de Gabriel Costa con el corazón en el zapato. Pero como intangible, el grito llevó al menos sabor a escapatoria. Sin mucho fútbol de su lado, por más que el peruano haya subido el nivel o Suazo haya puesto lógica como lateral zurdo, Colo Colo necesita sobre todo de empujones anímicos que lo rescaten de la pesadilla. Y eso fue lo que ocurrió ayer.

Una apariencia que por sí sola levanta el ánimo. Y el fútbol en el fondo es eso, un estado de ánimo. La tristeza llamó a la depresión y encasquilló al Cacique durante un buen rato ahí abajo. Y esa cadena sí parece rota. El trauma. Colo Colo ya sabe que no todo le tiene por qué salir mal. Y pierde miedo al tiempo que sus adversarios intimidación. La victoria espiritual de un empate cerca de la bocina. Más que un punto, esa gente encontró una liberación. Un golpe de moral para resistir las finales desordenadas y desiguales que todavía quedan. Aunque beneficios contables, pocos.

Universidad de Concepción (36 puntos/30 partidos) era una especie de rival directo, pero no del todo. Realmente los penquistas luchan por la permanencia por la otra ruta (1,05 en la ponderada). Sí son de la liga colocolista los mencionados Coquimbo (26/25), tal vez Iquique (28/27) y Cobresal (33/27). Y contra los tres deben medirse los albos (29/28) en la estresante y torcida recta final del torneo. Ahí todos se juegan la bolsa y la vida.

Mucho más que en ese gallito paralelo que se anuncia para el domingo y que acostumbra a dibujar en el rostro del colocolino una carcajada. Incluso en este año que vive con pánico terminal. Medirse a la U se ha convertido en su visita al balneario. Y a la inversa, para los azules es un viaje inevitable por la casa del terror. El partido mayor del calendario chileno esta vez con el guión retorcido. Con los del Monumental al borde de ese precipicio ya descrito y los laicos enredados en el sudoku de la ponderada, que los amenaza de descenso 3 con una carambola no tan descabellada. Tan creíble que hasta sus jugadores ya se han puesto a calcular si para evitarlo les conviene dejarse perder ante Iquique (si quedan últimos, los arrastran). Y además sin disimulo.

Dos tablas complicadas para decidir que se cruzan venenosamente y equipos afectados a los que le restan distinto número de fechas por jugar (nueve partidos a Coquimbo, siete a Iquique, seis a Colo Colo...). Un disparate. Y así no hay quien haga cuentas, ni para rendirse ni para celebrar. La siempre insoportable tensión de esa lucha suburbial por evitar el descenso, agrandada esta vez hasta la tortura. El partido a partido no solo como filosofía, sino como obligación. Niemann, en esas, se va de pícnic.

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