Columna de Marisol García: Bienvenido el error

Columna de Marisol García: Bienvenido el error

La discoteca esencial del siglo XX acogió a veces trabajos hechos con pocos recursos, por impulso, como un mal cálculo que al fin fue para mejor. Así es la vida. Las rutinas sin baches funcionan, pero son aburridísimas. Dicen.



No es el desorden aparente entre repisas y souvenirs para los que no hay más espacio; es la calidez. No es la invitación a grandes nombres de la música popular; sino poder verlos sin el maquillaje ni la ropa que usarían en un gran escenario. No es el sonido impecable, entendido a la manera del autotune (“así como en el disco”); es, precisamente, la cercanía de una interpretación en la que, si hay errores, nadie se va a espantar.

Ya sabemos todo esto sobre los Tiny Desk Concerts, el atractivo espacio de música en vivo que la cadena pública estadounidense NPR inauguró en audio en 2008 -y, sí, en el verdadero escritorio de uno de sus locutores-, y cuya larguísima lista de invitados históricos culmina esta semana con un nombre familiar: “Ana Tijoux”.

No es la primera chilena que llega al espacio que acá nos gusta ver en YouTube (Mon Laferte y Claudia Acuña ganaron ya el valioso cupo, pero incluso antes había estado otra vez Ana Tijoux), y es una actuación lo suficientemente vigente -tres instrumentistas, una invitada en canto- como para que dos de los cuatro temas elegidos por la cantautora vengan de su disco de este año, el estupendo Vida.

Y hay spanglish, citas a Víctor Jara y referencias (breves) a Chile como para instalar señas de origen, que la cadena a cargo define como las de una “rapera chillena nacida en Francia que ha viajado por el mundo ofreciéndole refugio a quienes buscan un modo de cantarles a su ira y corazón roto”. Podría habérsele sumado a esos tropiezos la equivocación misma en decisiones y acciones, todo eso a lo que Tijoux alguna vez le cantó de manera inspiradora.

Su Somos todos erroristas (2014) es un magnífico manifiesto: “Busco el error como forma de respuesta / un colapso seguro que perturbe mi cabeza. / Esta vida torpe que tanto tropieza es / un regalo que atraviesa esta caja de sorpresa”. Dan ganas de aplicarle esa filosofía al omnipresente pop digitalizado: “… lo que somos no es cómo debe ser, pero es. / Crear es un acto que incomoda”.

Lo preocupante no es que la IA acabe con la música tal como se hace hoy; quizás no sea para tanto (cómo saberlo ahora). Pero sí lamenta uno que ya casi no escuchamos un elemento precioso de cualquier interpretación, que es el error involuntario.

Hay mil rasgos que en la historia de la canción y la música salieron sin querer, y que hoy nos gustan: las risas de Elis Regina y Tom Jobim al final de Águas de Março; un acorde al piano que no debía ir al inicio de Roxanne; las veces que Ella Fitzgerald maquilló su olvido de las letras con un scat; los murmullos de Glenn Gould mientras toca. Las imperfecciones en el punk son un estilo en sí mismas. Que, por favor, nadie venga a corregirlas.

La discoteca esencial del siglo XX acogió a veces trabajos hechos con pocos recursos, por impulso, como un mal cálculo que al fin fue para mejor. Así es la vida. Las rutinas sin baches funcionan, pero son aburridísimas. Dicen.

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