Cómo se gestó La Aurora de Chile, el primer periódico nacional

La idea de contar con una imprenta en Chile arrancó casi desde 1810, incluso la Primera Junta de Gobierno intentó gestiones con su símil de Buenos Aires. Fue entonces que con el aporte de Mateo Arnaldo Hoevel, llegó a Chile la primera máquina, la que fue adquirida por el gobierno. Este fue el primer paso para gestionar la aparición, meses después, del primer periódico chileno.


La palabra era tan poderosa como los fusiles. Al menos eso pensaban algunos de los criollos más ilustrados, que desde los primeros momentos del proceso que dará origen a la independencia de Chile, manifestaron la importancia de contar con una imprenta en el país. Será el paso que derivará en la fundación de La Aurora de Chile, el primer periódico nacional, salido a circulación el 13 de febrero de 1812.

En realidad, el anhelo de contar con una imprenta propia se planteó en 1810. Lo hizo Juan Egaña, por entonces un eminente intelectual criollo, quien le señaló al presidente de la primera junta de gobierno, el venerable Conde de la Conquista, Mateo de Toro y Zambrano, que “convendrá en las críticas circunstancias del día costear una imprenta, aunque sea del fondo más sagrado, para unificar la opinión pública a los principios de Gobierno”.

La Junta hizo caso a la petición, y el 11 de noviembre de 1810 envió de manera formal un escrito a la Junta de Buenos Aires, para obtener su ayuda. “La falta de una imprenta en esta capital, al paso que hace difícil la pronta publicación de aquellas providencias gubernativas que circuladas por todo el reino manifestaría con celeridad el celo del gobierno por su beneficio, que tiene en la oscuridad y en el silencio muchos papeles y plumas interesantes que podrían ilustrar a la Patria. Y V. E. Nos permitirá la satisfacción de encomendarle por el primer paso de nuestra alianza se digne proporcionarnos la mejor que pueda facilitarse, quedando esta junta responsable a todos sus costos y a la gratitud propia de los sentimientos que nos unen”.

La Junta envió a Buenos Aires al diplomático Francisco Antonio Pinto, a fin de acelerar las tratativas. A su vez, el gobierno trasandino había recibido la nota y había encargado gestiones a su representante diplomático en Londres, el intelectual Mariano Moreno. Sin embargo, todo pareció irse al garete cuando en noviembre de 1811, se informó de la inesperada muerte de Moreno en altamar. Ello dejó las gestiones inconclusas.

Fue entonces que entró en acción Mateo Arnaldo Hoevel. Un sueco de nacimiento, naturalizado estadounidense, que en ese año se instaló en Chile procedente desde Nueva York. “Este extranjero que desde la principios de la revolución sirvió de misionero de la Libertad y que tenia todos los caracteres de un espía de Napoleón, gozaba un sumo aprecio y amistad con todos lo mandones revolucionarios, y les tenia ofrecidos grandes auxilios de parte de su República, los que efectivamente había solicitado pidiendo armas, artistas para varias fábricas y un surtido de imprenta que es lo que ahora llegó”, escribió Fray Melchor Martínez.

Fray Camilo Henríquez, editor de La aurora de Chile.

Fue por iniciativa y gestión de Hoevel -quien fue además vicecónsul americano en Chile- que se logró importar una imprenta. Esta arribó a Valparaíso el 21 de noviembre de 1811, junto con tres tipógrafos oriundos de Boston(Samuel B. Johnston, Guillermo Burbidge y Simon Garrison). Ahí se concretó la venta del aparato al gobierno (en manos de la junta de gobierno liderada por José Miguel Carrera), según los datos de la época, en una transacción cerrada en 8.000 pesos de la época.

“Para los criollos ilustrados Estados Unidos era, en esa época, un modelo de pais industrioso y culto, en circunstancias que la Francia de Napoleon se había convertido en un imperio invasor que dominaba casi toda Europa. Las doctrinas políticas del pacto social de Rousseau, la critica a la dominación española y el elogio de los Estados Unidos fueron temas recurrentes de la Aurora”, explica Bernardo Subercaseaux en su Historia del libro en Chile.

Tiempo después, en enero de 1812, un decreto establecía a Fray Camilo Henríquez, el fraile de la Buena Muerte, como el redactor jefe del periódico, algo así como un editor de nuestros días. Según la documentación, al cura se le pagaba una “asignación de 600 pesos anuales”.

En sus recuerdos, Fray Melchor Martínez cuenta como se vivió la salida de La Aurora de Chile, la que data un 13 de febrero de 1812. “Solo faltaba poner en ejercicio la nueva imprenta para saciar de algún modo la extremada curiosidad, y esto se realidad el día 13 de febrero saliendo al público la primera Gaceta con el titulo de Aurora de Chile, periódico ministerial y político. No se puede encarecer con palabras el gozo que causó este establecimiento: corrían los hombres por las calles con una Aurora en la mano, y deteniendo a cuantos encontraban, leían y volvían a leer su contenido, dándose los parabienes de tanta felicidad, y prometiéndose que por este medio pronto se desterraría la ignorancia y ceguedad en que, hasta ahora habían vivido, sucediendo a estas la ilustración y la cultura que transformaría a Chile en un Reino sabio”.

Tras publicarse un prospecto, del que se habría impreso más de una versión, el primer número se publicó con cuatro páginas. Entre estas se podía leer un artículo titulado Nociones fundamentales de los derechos de los pueblos, además de algunas noticias del mundo. Según el estado de cuenta que realizó Antonio José de Irisarri, para imprimir su tirada de 500 ejemplares, la Aurora debía costear 12 pesos por papel y otros 12 por impresión. El precio para el público era de 2 reales -8 reales equivalían a un peso,

En total, La Aurora de Chile alcanzó a publicar 58 números, dos ejemplares extraordinarios y dos suplementos de medio pliego, hasta abril de 1813 cuando circuló el último ejemplar.

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