Columna de Rodrigo González: Anatomía de una Caída, la sombra de una duda

Columna de Rodrigo González: Anatomía de una Caída, la sombra de una duda

Este es un magnífico filme -que ya está en salas-, pero nadie sale ileso. Ni sus creadores.



Una mujer concede una entrevista a una estudiante universitaria de literatura y parece coquetear con ella mientras toma unas copas de vino. El ambiente es relajado y burgués. Ambas están en un chalet a los pies de los Alpes, un perro border collie asoma su cabeza por una escalera y el hijo con discapacidad visual de la entrevistada lo saca a pasear por los senderos nevados.

Intempestivamente, una música atronadora se escucha en el piso superior y Sandra (Sandra Hüller), la escritora, le dice a la otra mujer que es su esposo, que siempre pone un cover del tema P.I.M.P. de 50 Cent para inspirarse. Después sabremos que el hombre sufre de falta de creatividad crónica. O la sufría: a los pocos minutos y de vuelta de la caminata, el border collie y el muchacho lo encuentran tirado contra la nieve, la cabeza sangrante, el pulso en cero y la respiración inexistente.

Hay tres evidentes alternativas al hecho: suicidio, accidente o asesinato.

El inicio de Anatomía de una caída, el filme que ganó el Festival de Cannes 2023 y ahora está nominado a cincos premios Oscar incluyendo Mejor película, presenta una buena cantidad de cimientos de lo que vendrá. Es decir, la incriminación de Sandra como sospechosa del homicidio de su esposo Samuel (Samuel Theis).

Lo que no está dilucidado es si desde el momento en que se fue la estudiante y cayó su esposo, ella durmió la siesta que dice haber tenido. ¿Acaso es posible con esa música a todo volumen? A fin de cuentas, la entrevista no pudo continuar por eso.

Tampoco sabemos en ese momento el tipo de matrimonio que tenían Sandra y Samuel. El juicio posterior sacará los trapos sucios y uno se entera que él sufría de depresión y al mismo tiempo tenía celos de la capacidad de trabajo de su exitosa esposa (tiene ya tres novelas y escribe tan bien bajo un árbol como al lado de un taladro). También sale a la luz que Sandra no siempre le fue fiel y que el accidente que dejó casi totalmente ciego a su hijo Daniel (Milo Machado Graner) fue culpa indirecta de Samuel.

La evidencia de los problemas conyugales se despliega cual menú generoso de miserias y traumas frente a abogados, defensores y jueces del proceso a Sandra. No sólo es la anatomía de una caída, sino que el parque de diversiones de los morbosos de la tragedia ajena.

Hay que remontarse a los dramas de pareja de Ingmar Bergman o más recientemente a Historia de un matrimonio de Noah Baumbach (con Scarlett Johansson y Adam Driver), para encontrar tanto trauma en una película de difusión masiva. No es un trabajo para estómagos débiles, pero tampoco una tragedia apocalíptica. Es sólo el relato del triste final de una familia de intelectuales en donde una mujer es acusada injustamente (o no) de un crimen.

Destacan las sobresalientes actuaciones de todos los involucrados, desde la insondable protagonista a cargo de la alemana Sandra Hüller hasta la mascota interpretada por el border collie Messi, para darle veracidad a tanta acumulación de verdades incómodas.

Este es un magnífico filme, pero nadie sale ileso. Ni sus creadores. Justine Triet la escribió junto a su esposo, el también cineasta Arthur Harari. Ahora ella ha dicho que preferiría no volver a trabajar con él.

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