Columna de Marisol García: Patricio Manns, memorias de combate

Patricio Manns. Archivo Cedoc/COPESA

Tal como lo prueba su libro póstumo de memorias, el autor de Arriba en la cordillera califica para una categoría propia en el panteón de grandes creadores chilenos del siglo XX. Es el talento pero también la gracia. La curiosidad voraz. La temeridad y el arrojo.



Hay que leer hasta la página 141 (de un total de trescientas) para que en Doy por soñado todo lo vivido (2023, editorial Catalonia) recién se aparezca el Patricio Manns músico, primero en sus correrías junto al elenco de la Peña de los Parra, luego en su decisión de abocarse a obras definitorias del cruce entre neofolclor y Nueva Canción Chilena —como su disco conceptual El sueño americano (1967)—, y todo el cancionero de poesía, narración y exilio que a continuación iba a volverlo célebre. Pero qué importa: a las recién publicadas memorias del creador chileno nacido en 1937 en Nacimiento (“valga la redundancia”, decía él) y muerto en septiembre de 2021 en una clínica de Viña del Mar las nutren suficientes historias previas a su fama como para entretenerse. O acaso ante tamaño anecdotario la palabra justa deba ser ‘deslumbrarse’.

Están los pumas que acechaban la rutina familiar de su casa de infancia en plena Cordillera de Nahuelbuta, y que obligaban a caminar hasta la caseta del baño con palos empapados en bencina. Está el primer amor con una niña mapuche. Están sus días como capataz de El Chiflón del Diablo, el legendario pique de carbón en Lota; y más tarde su entrevista al condenado a muerte que hasta hoy recordamos como El Chacal de Nahueltoro. Está la potranca a la que un león le ha arrancado los ojos, y a la que Manns alimenta y lleva a nadar por compasión. Y cómo olvidar a la regenta de un prostíbulo en Puerto Natales que aseguraba ser la hija del poeta ruso Alexander Pushkin, y mantenía una prodigiosa biblioteca multilingüe en su dormitorio (de acceso limitado, claro).

Patricio Manns

Manns recibió desde niño cargas tan excepcionales de naturaleza y de poesía que tempranamente fue forjándose en él una sensibilidad muy por fuera de la norma. Acaso por eso, el encuentro con algunas de las más relevantes figuras de su tiempo (Violeta Parra, Salvador Allende, Víctor Jara, Pablo Neruda, Francisco Coloane, entre muchos) parece como la continuación lógica para una vida casi predestinada a las alturas.

Su vocación literaria —que es la dominante en él, incluso más que la de la música o la política— estaba ahí, inescapable, desde siempre. “Usted está en otro estadio del castellano, no tiene para qué asistir a mis clases”, lo dispensó un profesor suyo en la escuela de Traiguén en la que se hablaba de “el caso” del niño Manns, tan instruido para su edad en Lenguaje e Historia.

“Mi libro es de combate, no le paso la mano en el lomo a nadie”, advierte en el primer párrafo de este volumen que no es exactamente una autobiografía, pues su composición atípica combina recuerdos personales en escritos suyos hasta ahora inéditos, con relatos ya publicados antes en entrevistas u otros contextos (lamentablemente, la edición no distingue unos de otros, ni tampoco anota los créditos a los cronistas externos).

Como sea, e incluso si en todo esto hubiese desvíos de fabulación incomprobable, se trata de una lectura estimulante, que entre otras cosas deja fuera de toda duda que el autor de Arriba en la cordillera califica para una categoría propia en el panteón de grandes creadores chilenos del siglo XX. Es el talento pero también la gracia. La curiosidad voraz. La temeridad y el arrojo. Una cosa es ser un gran artista, y, otra, una figura que enlaza así de esencialmente su vida a la historia de un país.

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