Francisco Moreno Fernández, sociolingüista español: “En Chile, la percepción de verticalidad social de la lengua es mayor que en otros territorios”

Francisco Moreno Fernández, sociolingüista español: “En Chile, la percepción de verticalidad social de la lengua es mayor que en otros territorios”

El autor de La Maravillosa Historia del Español estuvo en Santiago presentando su último libro, Language Demography. Su visita hizo también posible una conversación con Culto acerca del futuro de las lenguas con pocos hablantes y las particularidades de las lenguas mayoritarias, como la nuestra, que parece unir por el mundo a quienes la hablamos.


La demolingüística es el estudio de las poblaciones en relación con las lenguas que hablan y los territorios que habitan. Lo suyo es la vida social de las lenguas, la dimensión lingüística de la experiencia compartida. Y no será pasión de multitudes, pero hay un mundo al que sabe convocar.

Así se vio en horas de la tarde del jueves 9 de noviembre en el Heidelberg Center para América Latina. Hasta la casa ubicada en Las Hortensias 2340, cerca de Carlos Antúnez con Los Leones, llegaron académicos de las universidades de Chile y Católica que trabajan en alianza con su par alemana, así como estudiantes de posgrado en esta última, el director de la Academia Chilena de la Lengua, Guillermo Soto, y algún público de circunstancia. Todos iban a la presentación de Language Demography, el último libro del académico español Francisco Moreno Fernández (Mota del Cuervo, Cuenca, 1960).

Eminencia de la demolingüística y de la dialectología (estudio de las modalidades de la lengua), el también catedrático de la U. de Alcalá y exdirector del Instituto Cervantes es igualmente autor de La maravillosa historia del español (2015), todo lo cual dice bastante de su interés en conectar el rigor disciplinar con la conversación pública.

Cerca de las 18.40 arrancó una ceremonia cuyos presentadores pusieron de relieve la importancia de una obra que aparece ahí donde no había, y que en algún minuto se publicará en castellano como Demografía de las lenguas. Y el momento estelar de la actividad consistió en una conversación del autor con la lingüista Natalia Castillo, basado en preguntas de esta última, por su parte autora del Léxico básico del español de Chile. Y el comienzo de la interacción tuvo su qué.

La introducción del libro, le recordó Castillo a su autor, contiene “predicciones que pueden sonar apocalípticas, relacionadas con la posible desaparición de un 90% de las lenguas en el siglo XXI”. Tal pérdida de diversidad lingüística “sólo puede compararse con otro fenómeno de ‘proporciones gigantescas’, en tus palabras: el deterioro de la biodiversidad en el planeta”. ¿Tan grave es la situación?, preguntó la académica. ¿Hay algo que podamos o debamos hacer al respecto?

En respuesta, Moreno Fernández tomó distancia del patrimonialismo activista que cree en el salvataje de las lenguas a todo evento, pero también de quienes sugieren dejarlas morir si ese es su destino, sin tomar nota de los matices e inflexiones que se pierden, de cuánto se empobrecen las sociedades cuando eso pasa. Hay algo de tragedia allí, concede, a propósito de un contexto planetario en que se hablan unas 7.000 lenguas, de las cuales 2.500 tienen menos de 100 hablantes. Y cree que, en efecto, algo se puede hacer.

La gracias del castellano

En conversación con Culto en la misma locación en que presentó el libro, se lamentaba este miembro correspondiente de la Academia Chilena de que no hubiera en la política profesional de la mayor parte de los países, con excepciones como Suiza y Canadá, una formación lingüística o un interés especial en las lenguas, salvo cuando causan problemas.

Se dirá con buenas razones que los dos países mencionados son en este punto bien distintos de Chile. Pero eso no quiere decir que la migración haitiana o la presencia mapuche en Santiago no sean temas que deban mirarse con otros ojos: con atención a la coexistencia, la cohesión social, las lenguas minoritarias y el bilingüismo, que cumple funciones variadas y nunca es de un solo tipo.

Se lamentaba Moreno Fernández, pero si le daban vuelo también celebraba el vigor y la vigencia del español, la segunda lengua con más hablantes nativos en el mundo después del chino mandarín. El autor de Variedades de la lengua española (2020) la ha considerado “una de las más admirables de Occidente”. ¿Por qué? “Porque tiene una historia de muchos siglos, porque tiene una cultura muy poderosa (…), porque tiene un potencial de primera línea en el ámbito de la creación literaria y porque es posible leer desde el castellano un texto del siglo XVII y, aunque no se entienda todo, se puede entender. Eso no se puede hacer con el inglés: hoy, para un anglohablante es imposible comprender un texto del siglo XV, pero con la escritura española no ocurre eso”.

Del mismo modo, aunque no en un sentido religioso ni metafísico, ha escrito sobre el “milagro” que supone la supervivencia de una lengua, y del castellano en particular: “Es especial que haya conservado un grado de cohesión y de comunicatividad que no existe al mismo nivel prácticamente en ninguna otra gran lengua mayoritaria. En el chino utilizan una misma escritura y se entienden entre sí a través de la escritura, porque los dialectos hablados son muy distintos, hasta el punto de no entenderse entre sí, y lo mismo ocurre con el árabe: los hablantes de Siria no se entienden con los de Marruecos fácilmente”.

El modelo colonial de Francia, ejemplifica Moreno Fernández, llevó a que el francés se dispersara en muchos territorios desconectados, lo que, a su vez, produjo una dialectalización del propio francés: que asomaran varias modalidades y que las diferencias entre el francés de Haití y el de una excolonia asiática sean sustanciales. Pero en el caso del español, “pones juntos a un hispanohablante nacido en el último rincón de Europa y a otro en el último rincón de América y pueden entenderse sin ningún problema: uno puede decir alguna palabra que le llame la atención al otro, como que le decimos cotilleo a lo que ustedes llaman copucha, pero eso se soluciona en dos segundos. Ahora, si un campesino de Chiloé está hablando de cultivos con un campesino de La Vega de Granada, van a tener más dificultades”.

Por último, “hay una cosa que también caracteriza al mundo hispanohablante, que es la tendencia a buscar entendernos: en cuanto oímos español en algún sitio, sentimos una afinidad que nos lleva a comunicarnos fácilmente. En el ámbito lusófono, por ejemplo, hay una tendencia del brasileño que va a Portugal a decir ‘no entiendo nada’. ¿Pero cómo que no entiendes nada? Es la misma lengua, espérate tres días. Ahí, la actitud de primeras es marcar territorio, decir que existe una diferenciación tan clara que no nos permite comprendernos. Con el español es un poco a la inversa”.

¿Hablamos mal?

Una idea vieja y persistente en habitantes educados de distintos países de habla hispana expresa que, comparado con otros países, en el propio se habla mal el castellano. Para el caso local, el presunto “hablar mal” o “muy mal” de sus compatriotas (porque nos “comemos” la “s” al final de las palabras, por ejemplo) es uno de los ítems que problematizó el lingüista Darío Rojas en ¿Por qué los chilenos hablamos como hablamos? (2015). Y Moreno Fernández, conocedor del libro y de su autor, le da una vuelta al asunto.

“Esos son mitos y tópicos que, cuando se dan en un lugar determinado, uno piensa que afectan solo a su lugar, pero en todos los países hay regiones que piensan o suponen que hablan mal y otras que piensan que los que hablan mal son los otros”, afirma. Pero “¿quién fija el criterio de hablar bien? El criterio de hablar bien es algo que tiene que ver con el seguimiento de unas normas académicas que afectan, sobre todo, a la lengua escrita y que no tiene en cuenta que la lengua se construye socialmente y que sus niveles de ‘calidad’ (los lingüistas no hablamos de calidad de la lengua, pero popularmente se hace) se fijan socialmente”.

La cuestión, piensa el académico, no está en que los chilenos hablen bien o hablen mal, sino en que hay unos que lo hacen bien y otros no, conforme a ciertas pautas. “Que determinados hablantes de determinado perfil tengan una forma de hablar que está mejor vista y que otros hablantes no se ajustan a ese perfil tiene que ver con la educación, con el estatus socioeconómico y con aspectos sociales que hacen que haya una forma de hablar mejor vista”.

Hay otras ideas sobre el español de Chile que tienden a asentarse, sin dudas y sin pruebas, como por ejemplo nuestro mínimo vocabulario. Y hay algunas que, si bien se replican en muchos países, a juicio del sociolingüista tienen localmente un peso mayor que en otros lados: la lengua como marcador social, las diferencias entre decir “el calor” y “la calor”.

¿Somos en Chile especialmente severos en este punto? Moreno Fernández cree que, si bien hay una percepción generalizada de que esto es algo que se puede encontrar prácticamente en cualquier rincón de Hispanoamérica, “es cierto que en Chile la percepción de verticalidad social es mayor que en otros territorios. Si uno está viendo televisión en España y ve que entrevistan gente por la calle, dirá ‘mira, ese es gallego, ese es de Andalucía, cómo se nota que ese es canario’, etc. Las referencias son siempre geográficas, pero en Chile hay una tendencia a hacer una valoración social, y tal vez es de los países donde esa valoración social se expresa más marcadamente”.

Y a las diferencias sociales y geográficas habrán de sumarse las generacionales. Si hubo un tiempo en que la jerga u otras manifestaciones juveniles eran efímeras y difíciles de trazar, hoy las redes sociales y otras vías digitales dejan registro de lo que antes se llevaba el viento. Y marcan un punto significativo en la vieja historia de la rebelión contra los mayores.

“La sucesión de generaciones siempre lleva a modificaciones, aunque luego esto se reconduce”, observa el académico. “Eso es inevitable y es un factor de cambio, de innovación y de consolidación -o no consolidación- de los cambios que se proponen. Pero es verdad que muchas variedades lingüísticas -no digo dialectos ni jergas- hoy están adquiriendo una visibilización que no habían tenido nunca. Antes se restringían a un contexto muy limitado y hoy tienen voz en redes públicas y se les da una visibilidad”.

En principio, lo anterior le parece positivo, porque “contribuye a la cultura lingüística de la gente”, por la vía de abrirla a la diversidad.

¿Hay algo en lo juvenil que esté modelando la lengua de forma significativa?

De forma significativa, no. Lo juvenil es ruptura, heterodoxia, y es normal que se dé con apoyo de medios electrónicos con diversas limitaciones técnicas. Lo que sí es preocupante, y así lo están revelando los expertos en pedagogía, es la capacidad cada vez menor de leer textos largos. Todos tendemos a leer textos cortos y hay una pérdida de la capacidad de analizar el texto estructuralmente, como un discurso complejo.

¿Y la comunicación basada en emoticones, memes y stickers?

Creo que han venido, en parte, para quedarse: están aportando un elemento expresivo a la lengua escrita, y cuando no disponemos de ellos los echamos de menos. Y creo que, en cierto modo, van a quedar, porque la tecnología lo permite y porque es un elemento creativo cuyo uso vendrá “regulado” según el tipo de texto: no vas a entregar un texto con emoticones para publicarlo en La Tercera; no hablas igual con tus amigos que cuando estás dando una conferencia.

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