Cinco días, cuatro conciertos y un resfrío: la olvidada visita de Leonard Bernstein en Chile en 1958

Bernstein y Montealegre en Chile. Foto: Miguel Rubio. Museo Histórico Nacional.

En mayo de ese año, el célebre director estadounidense y autor de la banda sonora de Amor sin barreras aterrizó en Santiago con su esposa y más de cien músicos de la Filarmónica de Nueva York, como parte de una gira. Alojó en el Hotel Carrera, dio cuatro conciertos –incluidos uno masivo en el Teatro Caupolicán y otro en el Municipal de Viña del Mar–, y desde entonces mantuvo un singular vínculo con Chile que no figura en sus biografías. Tampoco en Maestro, el esperado biopic con Bradley Cooper que esta semana llega a Netflix.


No posaron para la cámara, pero ésta los capturó al menos dos veces, en cuestión de segundos. Al centro de ambas fotografías aparece Leonard Bernstein, flamante en un traje oscuro, con el cabello engominado hacia atrás y un cigarrillo entre los dedos. A su lado, igual de luminosa sobre la gama de grises, está su esposa, la actriz chilena–costarricense Felicia Montealegre. Se les ve relajados y conversando con tres hombres, indiferentes al fotógrafo que acababa de irrumpir con su lente en la escena.

Las imágenes lucen ahora idénticas a los fotogramas que circulan de Maestro, el filme escrito, dirigido y protagonizado por Bradley Cooper junto a Carey Mulligan que fue estrenado en septiembre pasado en la Mostra de Venecia, y que este miércoles 20 debuta en Netflix. Sin embargo, corresponden a uno de los pocos registros que se conocen de la primera visita a Chile del legendario director de orquesta y compositor estadounidense, en mayo de 1958.

Imágenes de la cinta Maestro (Netflix).

Su autor es el fotógrafo y Premio Nacional de Periodismo de 1979, Miguel Rubio Feliz (1922–1980). Fueron tomadas el martes 20 de mayo de ese año en el desaparecido Teatro Astor, emplazado en la calle Huérfanos, y publicadas días después en el Diario Ilustrado. Hoy forman parte de la Colección de Fotografía Patrimonial del Museo Histórico Nacional.

Gira al sur

1958 fue un año clave en la vida de Leonard Bernstein.

Hijo de inmigrantes ucranianos, el compositor nacido en Massachusetts en 1918 estaba por cumplir 40 años y los esperaba en la cima de su carrera: venía de una buena racha tras el éxito en Broadway del musical West side storyAmor sin barreras, estrenado un año antes–, y de dirigir a la Filarmónica de Israel en Tel Aviv. Desde enero de ese año, además, conducía los Conciertos para jóvenes, en la cadena CBS, el exitoso programa televisivo que acercó la música clásica a la gran audiencia norteamericana.

Por si fuera poco, solo meses antes había asumido como director artístico y batuta titular de la Filarmónica de Nueva York, una de las más prestigiosas del mundo, y que para esa temporada ya tenía programada una larga gira internacional por Latinoamérica.

Visitar Chile estaba entre los planes del matrimonio Bernstein Montealegre desde hacía tiempo. Se sabe con certeza gracias al gran archivo personal que permanece en instituciones públicas en Estados Unidos, como la Biblioteca del Congreso, dónde hay un fondo con su nombre, la Universidad de Indiana y la misma Filarmónica. La mayoría de esos documentos –partituras, cuadernos de trabajo, cartas, fotografías y cientos de los programas de sus conciertos– son de libre acceso y ahora permiten reconstruir esta extraviada historia.

Bernstein y Montealegre en Chile. Foto: Miguel Rubio. Museo Histórico Nacional.

A contar de la segunda mitad del siglo XX, algunos de los mejores intérpretes y directores del mundo estuvieron en Chile; Herbert von Karajan, Igor Stravinsky y Jasha Horenstein, entre otros. Bernstein, quien llegó a convertirse en uno de los músicos fundamentales del siglo XX, también fue contactado y su visita tardó tres años en concretarse.

“Un cable llegó ayer desde Santiago, preguntando si Lenny (Bernstein) podría dirigir cuatro conciertos allí. (...) Ya quiero respirar los fríos aires del sur y deleitarnos con el paisaje chileno”, le cuenta Felicia Montealegre a una amiga en una carta a fines de marzo de 1955.

El director fue invitado por el Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile como parte de su programación oficial del año 1958. La gestión se hizo en alianza con el Programa Internacional de Cultura y la Academia Nacional de las Artes de Estados Unidos (A.N.T.A.).

La primera semana de mayo de ese año, la orquesta y su director partieron la gira por Ecuador y avanzaron por Perú, Bolivia y Paraguay antes de aterrizar en suelo chileno el lunes 19 de mayo. Bernstein llegó junto a su esposa y más de cien músicos de la Filarmónica, además de dos directores asistentes –el griego Dimitris Mitropaulos y el italiano Franco Autori– y un médico personal. El director estaba tan resfriado como el Sinatra de Gay Talese.

Imagen de archivo de Leonard Bernstein.

“Querida H., me ha pillado un resfriado insoportable pasando de la tropical Asunción al Santiago invernal que me ha hecho cancelar todos los compromisos de hoy y me da un momento para escribirte”, se lee al inicio de una carta escrita por el propio Bernstein solo días después, el viernes 23 de mayo. Está dirigida a su secretaria personal, Helen Coats, quien además fue su primera maestra y una confidente a lo largo de su vida.

El texto tiene una extensión de tres planas, está escrito a mano y en hojas de papel con el logo del Hotel Carrera, donde “Lenny”, su esposa y equipo alojaron las cinco noches que permanecieron en el país. “¡Qué maravilloso es estar por fin en Chile! Santiago es un paraíso de la civilización después de la loca y salvaje Asunción, y todos gritamos de alegría cuando llegamos aquí”, escribió el músico en su carta.

Se quejaba también de una lesión en la columna: “Mi espalda molesta de vez en cuando, pero Nicola (su médico) parece ser capaz de mantenerla bajo control. (...) Montar a caballo en Paraguay fue un punto culminante. Qué verde, qué belleza, qué animales”.

A la noche siguiente, Bernstein dirigió el primero de los cuatro conciertos que dio en Chile y el número 18 de su gira junto a la Filarmónica. El escenario de su debut en Santiago estaba a cuadras del hotel: el Teatro Astor, en Huérfanos 866, a pasos de la Plaza Armas. El concierto era a las 19 horas; bien pudo haber llegado hasta allí caminando, echando humo y repasando mentalmente sus partituras.

El programa escogido por el director incluía la Sinfonía Nº104 en re mayor de Haydn, la Sinfonía Nº3 en un movimiento de Harris y la Sinfonía Nº4 en fa menor de Tchaikovsky. La Filarmónica interpretó además el Himno Nacional y el de Estados Unidos. Tras dos horas de concierto, dos mil personas sostuvieron una ovación por más de cinco minutos.

“La Filarmónica recibe elogios en Santiago”, tituló The New York Times.

Otra luna de miel

De vuelta en el hotel, esa misma noche, Bernstein le escribe un cable a Helen Coats. Lo firma junto a su esposa: “Primer concierto Santiago. Glorioso triunfo. Ambos felices. Bien encantados, pero extrañamos a Jamie y Alejito. Amor para todos. Felenny”.

La pareja llevaba siete años casada y llegaron a tener tres hijos –Jamie, Alexander y Nina–, aunque solo los dos primeros habían nacido hasta ese entonces. Tras asumir al frente de la Filarmónica, las diferencias entre ambos se agudizaron: ella exigía reglas y orden, mientras que él estaba sumido en la vida de un dandi hedonista.

Maestro se adentra precisamente en la parte más tormentosa de la historia de amor entre ambos, pasando por las infidelidades de Bernstein, la exposición pública de su bisexualidad y hasta una breve separación de su esposa en 1976. El filme retrata también los vaivenes emocionales de un genio opacado, a ratos, por la fama del carismático director cuya performance sobre el podio sacaba ronchas a los más pacatos. Bernstein fue tratado de “inapropiado” por el movimiento exagerado y libre de sus brazos y caderas.

El viaje de ambos a Chile pudo dejar entrar ese aire frío que su relación necesitaba: “Es maravilloso conocer a todos los viejos amigos de F. (Felicia). La familia, por supuesto, es tan dulce como siempre”, le contaba a Bernstein Coats en su carta.

De Viña al Caupolicán

Partieron temprano a la Quinta Región la mañana del miércoles 21 de mayo. Bernstein y sus músicos iban directo a un ensayo general previo al concierto de esa misma noche, en el ahora reinaugurado Teatro Municipal de Viña del Mar. Es probable que su traslado y las pruebas de sonido de la orquesta coincidieran con los actos oficiales del Día de las Glorias Navales, en el puerto de Valparaíso.

Cientos de personas llenaron el teatro esa noche. Bernstein compartió la dirección con Dimitris Mitropaulus; su resfrío había empeorado –según le decía también a su secretaria– y el programa exigía más que un director a media máquina. Presentaron la Sinfonía India de Carlos Chávez, una obra coreográfica y sobre temas indígenas mexicanos; la Segunda Sinfonía, de Brahms, Un Americano en París de Gershwin, y La Valse, de Ravel.

A su regreso a Santiago, el director canceló su agenda de la mañana siguiente. Se excusó de una entrevista y de un almuerzo, y faltó por la tarde a un ensayo. Bernstein ya tenía fama de ser reacio con la prensa, pero esa vez tuvo un buen pretexto para zafar de los periodistas y las preguntas incómodas. La música debía hablar por sí misma, decía.

El reposo le venía bien: tenía que estar en óptimas condiciones para la noche siguiente; de todas, tal vez, la más exigente. Para el jueves 22 estaba anunciado un “concierto popular” y masivo en el Teatro Caupolicán. Bernstein y los suyos iban a tocar ante 7 mil almas.

Horas antes de la presentación, Bernstein escribió la misma carta a su secretaria citada previamente en este artículo: “Los dos conciertos hasta el momento han sido fenomenales… Las reacciones del público y de la crítica también. Chile está conquistado y la orquesta está emocionada, Felicia está emocionada, todos están emocionados. ¡Qué pena que te lo hayas perdido!”.

La Filarmónica presentó en el escenario de calle San Diego el mismo programa que la noche anterior en Viña del Mar. Una masa humana encaramada por todas partes “escuchó, en religioso silencio, a la orquesta y al final la ovacionó con un calor y una sinceridad emocionantes”, consignó una crónica de la Revista Música Chilena a fines de 1958, en su número dedicado a los hitos del año.

“Al Caupolicán fue todo un pueblo amante de la música, que llenó por completo todas las localidades disponibles formando un compacto conglomerado que abarcaba desde el techo del teatro hasta apretujarse contra la tarima en que actuaba la orquesta”.

Berstein cerró su paso por Chile con un segundo concierto junto a la Filarmónica en el Teatro Astor la noche del viernes 23 de mayo. El programa incluyó la Sinfonía Nº14 en La mayor de Mendelssohn, la Sinfonía Nº3 de Aaron Copland y el Concierto en sol para piano y orquesta de Ravel, con el propio Bernstein como solista y tocando su Steiner personal.

Foto de archivo de Leonard Bernstein.

“Ese concierto fue transmitido en vivo por la radio. Recuerdo haberlo escuchado tocar el piano. Es el único recuerdo que tengo”, cuenta Carmen Luisa Letelier, profesora, cantante lírica y Premio Nacional de Música 2010, quien tenía 15 años en esa época. Hija del destacado compositor Alfonso Letelier, la artista revela ahora, a sus 80, que Bernstein estuvo en su propia casa durante su visita al país. Sin embargo, no lo conoció.

“Él fue muy agasajado por gente importante, como Chabela Eastman. También mi padre, como decano de Música de la Universidad Chile, lo recibió, pero yo no estuve presente. Los niños y jóvenes se acostaban temprano por esos años. No eran invitados a las cosas ‘de grandes’”, cuenta Letelier.

Bernstein plasmó también en su carta la sensación que lo invadía en las horas previas a abandonar Santiago: “Odiaré dejar esta ciudad, es todo tan natural, familiar y amigable”.

Una postal del volcán Villarrica

Mendoza fue el siguiente destino en la gira de la Filarmónica de Nueva York. Continuó por ciudades de Uruguay, Brasil y México antes de retornar a Nueva York, en junio de 1958.

Leonard Bernstein no volvió a dirigir en Chile, pero sí regresó al país en reiteradas ocasiones. De esas otras visitas casi no hay rastros, salvo una postal entre sus archivos con la imagen más conocida del volcán Villarrica. Nuevamente, la destinataria era Helen Coats, y fue enviada en junio de 1965.

Al reverso, se reconoce nuevamente su letra: “Estamos terminando nuestro viaje en este hermoso hotel Antumalal en el sur de Chile”, le cuenta el director.

Inaugurado en los años 50 por una pareja de checos asentada en Chile, el lujoso hotel posee tal vez una de las mejores vistas del Lago Villarrica en toda la región de la Araucanía. En su sitio web dice que allí se han hospedado personajes ilustres, como la Reina Isabel de Inglaterra, el astronauta Neil Armstrong; el actor de Vértigo, James Stewart, y la autora chilena Isabel Allende. Bernstein no está en la lista.

Un año después, el director retomó su trabajo en la Filarmónica. “No recuerdo que Bernstein me haya hecho alguna vez un comentario sobre Chile”, cuenta el director y Premio Nacional de Música, Juan Pablo Izquierdo, quien fue uno de sus directores asistentes en Estados Unidos durante la temporada de 1966.

Izquierdo tenía 30 años y le tocaba apoyarlo en los ensayos junto a la orquesta de cuatro conciertos. Recuerda, en particular, su trato cercano y cariñoso con los músicos, su singular carisma. “Verlo dirigir era un espectáculo en sí mismo”, recuerda Izquierdo.

“Era muy meticuloso, seguro de sí mismo y no tenía miedo a expresarlo a través de la música. Lo caracterizaba una visión muy profunda y personal de las obras que lo hacía entregarse enteramente en cada concierto, sin excepción”, agrega.

Bernstein dio otra muestra de su vínculo personal con Chile. En 1971 incorporó un extracto de Casamiento de negros de Violeta Parra en la pieza inaugural del John F. Kennedy Center for the Performing Arts, que le fue encargada por la mismísima Jackie Kennedy.

Ocho años después, su esposa Felicia murió de un cáncer pulmonar. Para muchos, Lenny no volvió a ser el mismo. Refugiado en su piano y los recuerdos, las desgarradoras décimas de la cantautora chilena pudieron haber raspado aún más fuerte: “Ya se murió la negrita / Qué pena pa’l pobre negro / La puso adentro de un cajón / Cajón pintao de negro…”.

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