Un personaje olvidado: Papelucho vagabundo, pandillero y suplementero

Un olvidado libro de 1923, revela que el nombre del célebre personaje de Marcela Paz ya se había usado en la literatura chilena. Y en un protagonista con una historia mucho más cruda y realista, que se cruza con los inicios de la actividad de los suplementeros en el país.


En el universo de Papelucho, abundan las situaciones. Ha estado casi huérfano, se ha perdido, ha sido detective, misionero, entre muchas otras. El célebre personaje de Marcela Paz surgió en 1947, en plena era de los gobiernos radicales, los inicios de la Guerra Fría y la independencia de la India del imperio británico. La autora lo presentó en un concurso de la editorial Rapa Nui. Según se sabe el nombre viene del apodo de su marido, Jose Luis Claro, “Pepe Lucho”.

Pero el nombre ya había figurado con anterioridad en las letras chilenas. Y también en un personaje infantil, aunque muy diferente del ideado por Marcela Paz. Es el protagonista de la novela Palomilla Brava, novela de Víctor Domingo Silva publicada en 1923 por la floreciente editorial Nascimento. A grandes rasgos, es un niño en una época particular; la víspera del estallido de la Guerra del Pacífico.

José Luis, “Papelucho”, había nacido en una familia sumida en la miseria. Una realidad muy común en el Chile de finales del siglo XIX. Como muchos niños de la época, la calle fue su escuela y las correrías por los cerros de Valparaíso su diversión. “Papelucho se había conquistado, a los diez años escasos, toda la popularidad de un caudillo, entre la ralea de granujas que operaban en el Cerro de la Cordillera y sus aledaños. Su hoja de servicio, era, sin duda alguna, la más espléndida y nutrida”.

Básicamente, el chico se dedicaba a vagar. “Y al partir de la mañana siguiente, solo o en compañía, de otros rapaces- más expertos, se dio a vagabundear por los alrededores, subiendo y bajando callejones y pasajes, hurgando los basurales, cabalgando en los burros y en los cerdos vagos, resbalando por las faldas enlodadas, persiguiendo ratas por los cauces, gritando hacia abajo en el brocal de los pozos, haciendo cruda guerra a los gatos de los tejados, saqueando nidos, rapiñando frutas y flores en los cercados de las casitas pobres, metiéndose ‘de guerra’ en las carpas de los circos”, relata el autor.

Pero el estilo moralizante de la época se coló en el libro. El autor plantea un arco narrativo al estilo de viaje del héroe, o más, en el tono de aquellos días, de salvaje a civilizado. “El caso era que él ya no quería seguir siendo como hasta entonces, un ratón de las quebradas, los malecones y los muelles. La libertad semi-salvaje de que siempre había, disfrutado, no le tentaba ya: la palomilla lo tenía harto”, dice.

Ahí ocurre un momento clave. El estallido de la Guerra del Pacífico remece al chico. La campaña al norte era el comidillo de las conversaciones y la presencia de la marinería en el puerto lo hacía mucho más visible. La actividad era intensa y la presencia internacional era notoria en el puerto. Fue así que Papelucho derivó en un oficio naciente, el de suplementero. Así, a viva voz, vendía suplementos de La Patria y El Mercurio.

“La intensidad creciente del sensacionalismo, el ansia de noticias acerca de operaciones bélicas que se efectuaban en regiones muy distantes, y en una época en que no había telégrafo, la curiosidad, en fin, eterna engendradora de innovaciones, hicieron nacer un ramo comercial desconocido hasta entonces: el expendio callejero y rápido de ‘suplementos’, que anticipaban en síntesis las informaciones de los diarios. Nuestro héroe, hay que decirlo en honor a la verdad, ingresó de los primeros al nuevo gremio, y fué uno de sus más conspicuos representantes”, detalla la novela.

Según el cronista Eulogio Gutiérrez, el oficio de suplementero surgió en esa coyuntura. “El suplementero nació en 1879, cuando los diarios lanzaban sus boletines de hora en hora, para calmar la ansiedad pública que reclamaba noticias sobre los acontecimientos de la guerra que sostenía la República contra el Perú y Bolivia”.

De hecho, el chico logra ser reclutado para combatir en la guerra. “He aquí, pues, a nuestro querido Papelucho, convertido en tambor del Batallón Atacama. La caja— como la llama el pueblo — era casi tan grande como él, y tan pesada que le obligaba a andar arqueado hacia atrás para mantenerse en equilibrio . Y así hizo toda la guerra, Papelucho”. Así pues, pasó de chico aventurero de los cerros de Valparaíso, a soldado en la Guerra del Pacífico.

Hasta ahora no se conocen datos que vinculen al acontecido protagonista de Palomilla Brava con el personaje de Marcela Paz. Pero de alguna forma, con diferentes estilos y enfoques narrativos ambos indagaron en las infancias de la época. Quién sabe si el espíritu aventurero del palomilla porteño salpicó al niño soñador e inquieto que se hará célebre en la cultura popular chilena.

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